Ir de conciertos al salón
Tras la explosión de actuaciones gratuitas durante el confinamiento, la industria musical tantea el cobro por 'streaming' de directos para buscar otra vía de ingresos
“Estoy en casa, solo, viendo el concierto de Nick Cave, a oscuras, en mi portátil. Me emociono. Lloro”. Esto es lo que escribió una persona en una red social el pasado 23 de julio mientras Nick Cave interpretaba la canción Are You (The One I’ve Been Waiting For). El músico australiano se encontraba también solo, con un piano, vestido con traje de Gucci, en un inquietantemente vacío Alexandra Palace de Londres. Este concierto fue el detonante de lo que puede ser un nuevo modelo de consumir música en vivo, una revolución del entretenimiento que ha explotado con una pandemia que obliga a reducir o descartar aventuras al aire libre o en locales. Hablamos de la difusión de espectáculos musicales por Internet con entradas a la venta. O lo que es lo mismo, conciertos en streaming de pago.
Cuando empezó la pandemia los músicos de todo el mundo se lanzaron a ofrecer actuaciones digitales gratuitas. La consigna era “estar ahí”: primaba la pasión en detrimento de la calidad técnica. Fue curioso ver a ídolos como Taylor Swift, los Rolling Stones, Chris Martin (o en España Alejandro Sanz o Robe Iniesta) en cutres grabaciones caseras, sonado en alguna ocasión desafinados. Meses después, ha llegado el negocio.
El concierto de Nick Cave, con una realización y puesta en escena deslumbrantes, se podía ver por 15 euros (48 hay que abonar por sus recitales en Madrid y Barcelona en mayo de 2021). Pagaron unos 35.000 espectadores. La agenda de las próximas actuaciones online es extensa: Supergrass, Patty Smith, Angel Olsen, Yo La Tengo, Björk, Hot Chip, Future Islands… Los precios para verlos en streaming oscilan entre los 26 euros de Patty Smith a los 10 de Kaitlyn Aurelia Smith.
“En marzo el 90% de estos recitales en nuestra plataforma eran gratuitos; hoy el 82% son de pago”, dice Olivier Geynet responsable para España de Dice, la empresa inglesa que organizó el recital de Nick Cave, que vendió 35.000 entradas
Olivier Geynet es el director comercial para España de Dice, empresa inglesa líder en el sector, responsable de la venta online de, por ejemplo, el festival Primavera Sound, y organizador del recital íntimo de Cave en Alexandra Palace.”Desde la covid-19, además de hacer venta inteligente de entradas, nuestro negocio son los conciertos de pago online. En marzo el 90% de estos recitales en nuestra plataforma eran gratuitos; hoy el 82% son de pago”, señala este francés que lleva viviendo en España 22 años. Geynet no tiene dudas de que este tipo de recitales se quedará incluso después de la pandemia. “Es más: ya estamos negociando con las ediciones de festivales de 2021 dos tipos de entradas: las presenciales y las de streaming”, informa. Geynet pone el ejemplo del fútbol cuando no existía la pandemia: “Se puede ir al Camp Nou o al Metropolitano, o ver el partido desde casa en la televisión. Así será con los conciertos”.
El excelso músico portugués Rodrigo Leão pasó por la experiencia el pasado sábado. Actuó en el Casino de Estoril (Lisboa) y ofreció canciones de sus dos últimos discos, O Método y Avis 2020. Fue para una reducida audiencia enmascarada de 300 personas y se conectaron otras tantas que abonaron 10 euros. “Yo creía que nadie iba a pagar desde sus casas, pero, bueno, como experiencia inicial no está mal. Lo primero que hice al llegar a casa después del concierto fue mirar el streaming. Tras las dos primeras canciones me quedé tranquilo. Son los primeros pasos en este terreno. Hay que mejorar poco a poco la experiencia digital”, comenta Leão días después del recital.
Y tiene razón. El espectáculo se hizo disfrutable en casa, con un juego de cámaras que recogían todos los detalles y sin fallos de conexión. A la izquierda de la imagen se abría un chat donde alguien de la organización resolvía las dudas. Apenas hubo. Solo al principio alguien que no podía poner la pantalla completa (full stream). “En la parte inferior a la derecha tiene usted el botón”, escribió el coordinador del chat. Solucionado.
Cuatro españoles ya en los 40 años montaron mientras el coronavirus azotaba al mundo Digitalfep, una plataforma que ofrece infraestructura para que los grupos realicen conciertos en streaming. Ellos fueron de los primeros en activarse en España, con un recital del grupo madrileño de pop-indie Los Punsetes en la sala Moby Dick de Madrid. “Yo soy DJ y empecé a emitir en streaming durante el estado de alarma. Vi que tenía mucha repercusión, así que con tres socios montamos esta plataforma, para poder monetizarlo”, resume desde Madrid Germán Ormaechea, uno de los impulsores.
“Al principio la gente se acostumbró a ver conciertos poco cuidados en cuanto a estética y sonido. Nosotros sondeamos por redes sociales si estarían dispuestos a pagar si se ofrecía calidad. Y dijeron que sí”, explica Ormaechea. Digitalfep trabaja en un formato mixto con salas: existen espectadores presenciales (pocos, los que permite la actual ley) y otros que se conectan desde casa. La experiencia con Los Punsetes fue esperanzadora: un máximo de 30 en el local, que pagaron 15 euros, y 1.500 en sus casas (algunos en Japón o México) que abonaron cinco euros. En términos económicos la sensación del sector es que si regalas los conciertos, todos los implicados (salvo el aficionado) pierden dinero, y si las entradas son caras, pocos pagan. La clave es poner un precio asequible “que no supere los 12 euros”, apunta Ormaechea.
“Yo creía que nadie iba a pagar desde sus casas, pero sí lo hizo. Como experiencia inicial no está mal”, dice el músico portugués Rodrigo Leão después de un directo de pago en ‘streaming'
¿Estamos ante algo provisional o se va a mantener este sistema el día que se controle el coronavirus? “Apostamos por este modelo de negocio para quedarse”, afirma Carolina Pasero, programadora artística del club Moby Dick. “De hecho, vamos a instalar un sistema de cámaras permanente en la sala. Formará parte de nuestro negocio, incluso cuando pase la pandemia. Nos parece una buena oportunidad para todos: el grupo, la gente que lo podrá ver desde cualquier punto y el local”, sentencia Pasero.
Los implicados ponen como ejemplo el caso más rentable hasta la fecha, el de BTS, el popular grupo surcoreano para adolescentes del llamado K Pop. Ofreció un concierto en junio por el que pagaron 750.000 personas una entrada de unos 30 euros de media. La recaudación ascendió a 22,5 millones. Es el caso perfecto: un grupo con un tremendo tirón entre la generación digital, realizando una producción específica para este formato y con unos números en redes sociales incontestables, 28 millones de seguidores. La ley de Instagram es implacable para afrontar la aventura: si no cuentas con más de 15.000 seguidores las plataformas no se arriesgan. Un estudio de Rolling Stone Estados Unidos calcula que, en la mayoría de los casos, solo el 2% de los seguidores de las bandas estaría dispuesto a pagar por un concierto en streaming.
En España las plataformas confían en que algún peso pesado del pop-rock español se preste a la experiencia para que se empieza a abrir brecha. Leiva, Bunbury, Extremoduro, Vetusta Morla… El mánager de este último grupo, Joaquín Martínez Silva, expone su opinión: “Creo que sí puede haber una viabilidad en ese terreno, pero solo en espectáculos especiales. Por ejemplo, el que Vetusta Morla ofreció en el WiZink Center, que llevaba una escenografía específica. Si se invierte en tecnología sí puede ser interesante para que la gente que no pueda asistir lo disfrute desde sus casas. Pero tengo muchas dudas con respecto, por ejemplo, a una gira. Quién va a pagar por un segundo concierto en una gira”.
“Durante años nos han intentado persuadir de que no hay nada comparable a la música en directo, y ahora, empujados por las circunstancias, quieren convencernos de que una retransmisión en ‘streaming’ merece ser llamada concierto. Lo siento, no compro”, dice Jorge Cancho, un aficionado que acude a unos 40 conciertos anuales
Llegamos a las partes endebles del emergente sistema. Fijémonos en las reticencias del público. Jorge Cancho es un aficionado a la música de 42 años que paga por entre 30 o 40 conciertos al año. Se mueve desde Madrid a conciertos y festivales (sin descartar Europa o Estados Unidos) según sus apetencias. Es la opinión del aficionado purista: “Durante años nos han intentado persuadir de que no hay nada comparable a la música en directo (y es cierto: ningún DVD hará nunca verdadera justicia a una actuación en vivo), y ahora, empujados por las circunstancias, quieren desandar el camino y convencernos en pocas semanas de que una retransmisión en streaming merece ser llamada concierto. Lo siento, no compro. Si esa actuación se celebra sin público, o frente a un público reducido, encorsetado por sus miedos y por las medidas de seguridad, lo que se retransmitirá nunca tendrá la verdadera energía de un directo. Y si se trata de un músico a solas en su casa, bueno, eso se parecerá más a un ensayo que a una actuación en vivo”.
Los músicos también están intentándose adaptar a un ecosistema singular. Antes del concierto en el Casino de Estoril ante 300 personas, Rodrigo Leão actuó en un estadio con capacidad para 20.000 personas, pero donde solo había 20. “Me quedé muy desconcertado. No entré en calor. Fue traumatizante. Yo creo que nos podemos acostumbrar a tocar ante poca gente, pero con el local vacío es complicado”, explica el portugués. Después de su concierto de pago en un local sin público, una iglesia, Union Chapel, en Londres, la cantautora inglesa Laura Marling concluyó: “Me hubiera gusta que al menos hubiese un grupo de producción más amplio, para sentir que actúo ante alguien”. El concierto vendió 5.500 entradas. Un músico español que prefiere no desvelar su nombre explica cómo se sintió al actuar la semana pasada con la nueva normalidad: “Cuando salí y vi a todo el mundo sentado, separado y con mascarillas… Fue desolador. Es difícil entrar en calor con ese ambiente. Se hace lo que se puede. Esperemos que esto no se alargue mucho”.
Otra fuga en la nueva maquinaria. Se ha demostrado que estos espectáculos son aceptados cuando la propuesta es intimista, pero ¿una banda de rock tipo Metallica o un DJ como David Guetta actuando sin público? “Esto no ha hecho más que empezar. Se están buscando fórmulas para que los artistas interactúen con el público que está en otra parte del mundo. Con pantallas y otras soluciones técnicas”, señala Geynet, de Dice.
Se aboga por convivir, nunca por sustituir el recital digital por el concierto en vivo. E insisten en que la clave es crear algo especial para los que lo ven desde casa, construir una experiencia digital a la que no puedan llegar los asistentes presenciales, ya sean 50 o miles. ¿Cómo? Con cámaras colocadas en sitios novedosos, con escenografías que se puedan explotar digitalmente, con la comunicación entre el artista y los seguidores… Ya se ha practicado con éxito el encuentro después del concierto. Por medio de aplicaciones como Zoom, el grupo tiene una cita virtual en el camerino después del espectáculo con 30 fans que han pagado un poco más.
Todo lo necesario para paliar lo que ahora se ve demasiado lejos: el contacto físico, la posibilidad de que alguien te empuje en las primeras filas, las colas para comprar una cerveza… Situaciones incómodas que muchos anhelan poder sentir otra vez.
El negocio está en la música clásica
La polarización triunfa entre los más receptivos con el ‘streaming’ de pago. Los responsables de las plataformas ven dos claros clientes: la generación de jóvenes que pasan buena parte del día con el móvil en la mano, y un público, a parir de los 55, no tan digitalizado, pero con poder adquisitivo y quizá perezoso a la hora de desplazarse a un local. “Sobre todo la música clásica y, en menor medida, el jazz son estilos que tienen mucho margen de mejora. Ya estamos experimentando en este terreno y los resultados son espectaculares”, apunta Olivier Geynet, cabeza visible en Estaña de la empresa británica Dice.
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