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PNV, el camino inverso del soberanismo

La aventura soberanista vasca se inició una década antes que la catalana pero sin caer en una reforma estatutaria mal gestionada

Luis R. Aizpeolea

A mediados de 2013, el lehendakari Iñigo Urkullu tuvo un encuentro con el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, al que animó a unir fuerzas para presionar a Mariano Rajoy para que reconociera la plurinacionalidad de España. Mientras, el PSOE debatía su Declaración de Granada con una reforma constitucional como solución. La aventura soberanista vasca se había iniciado una década antes y no fue, como la catalana, la resultante de una frustrada reforma estatutaria.

El lehendakari Iñigo Urkullu es recibido por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker en mayo.
El lehendakari Iñigo Urkullu es recibido por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker en mayo.EFE

Mas rechazó la invitación de Urkullu para presionar a Rajoy porque ya estaba comprometido con ERC en su deriva soberanista. Al poco, el Parlament declaró a Cataluña “sujeto político soberano” y el 9 de noviembre de 2014 se celebró una consulta informal, impulsada por el president. En septiembre del año siguiente, en unas elecciones anticipadas y con su partido diluido en la coalición Junts pel Sí, perdió nueve escaños. La coalición, formada por el partido de Mas, y ERC, formó Gobierno con la ayuda de los anticapitalistas de la CUP, pero tuvo que sacrificar a Mas. La huida hacia adelante de la antigua Convergència sigue sin Mas, cuyo partido regresaba escaldado de una aventura soberanista en la que el líder nacionalista catalán se iniciaba.

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Hoy el PNV, en situación envidiable tras abandonar su aventura soberanista por la que pagó la pérdida del Gobierno vasco una legislatura, mira con perplejidad la experiencia soberanista de Convergència, cuyo precio será superior. La vasca, se incubó en la vorágine de nuevos Estados europeos, tras la desaparición del bloque comunista y el proceso de paz en Irlanda. El entonces líder del PNV, Xabier Arzalluz, vio posible conciliar reconocimiento de la autodeterminación y paz con el Pacto de Lizarra entre el nacionalismo tradicional y radical, con tregua de ETA incluida, en 1998.

A finales de 1999, fracasó Lizarra por el maximalismo de Batasuna al exigir al PNV que no se presentara a las elecciones generales de 2000. La respuesta de ETA fue una campaña de asesinatos. Pero el lehendakari peneuvista Juan José Ibarretxe, soberanista obcecado, se apoyó en los abertzales para aprobar sus Presupuestos y no supo reaccionar ante el asesinato del dirigente socialista Fernando Buesa. Se formalizó un frentismo irreconciliable entre nacionalistas y constitucionalistas y una profunda división social.

Ibarretxe no cuestionó su apuesta soberanista y adelantó las elecciones a 2001. Fue una campaña durísima, saldada con la victoria del bloque nacionalista —que él encabezaba— por solo 20.000 votos frente al constitucionalista, liderado por Jaime Mayor, del PP. Arzalluz premió a Ibarretxe dándole plenos poderes y el lehendakari, lejos de tender puentes con el PSE y el PP, formalizó su plan soberanista como Mas hizo una década después. Este plan se aprobó en el Parlamento vasco con el apoyo del bloque nacionalista a finales de 2004. Pero se estrelló en el Congreso, donde Ibarretxe lo defendió frente al PSOE y PP.

Ibarretxe, como haría Mas tras la multitudinaria Diada de 2012, adelantó las elecciones pensando en capitalizar el rechazo del Congreso. Pero, igual que Mas, perdió diputados: cuatro. Como el president en Cataluña, continuó con su plan soberanista, buscando la complicidad del nacionalismo radical, y se embarcó en una ley de consulta, que el Tribunal Constitucional rechazó en 2008. Ibarretxe respondió, una vez más, adelantando las elecciones al 1 de marzo de 2009.

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Final de Ibarretxe y del soberanismo vasco

Esas elecciones fueron su tumba, como la de Mas las de 2015. A diferencia de Cataluña, donde Puigdemont sucedió a Mas, el final de Ibarretxe lo fue también del soberanismo vasco. En 2009 era público el enfrentamiento entre Ibarretxe y el líder del PNV, Iñigo Urkullu, que sustituyó a Jon Josu Imaz en 2008. Tanto Imaz como Urkullu no soportaban la división social ni la hostilidad de la prensa y de la intelectualidad vascas. La beligerancia de estos sectores contra el soberanismo, contaminado por la violencia, y la respuesta del PNV a Ibarretxe son diferencias clave entre el proceso vasco y catalán.

Urkullu, en la oposición entre 2009 y 2012, retomó el pragmatismo tradicional del PNV con el abandono del soberanismo, el regreso a los pactos transversales y la distancia con Batasuna, lo que le permitió ser lehendakari en las elecciones de 2012.

Con perplejidad vio como el camino del que regresaba escaldado lo recorrían en sentido inverso sus viejos aliados catalanes. Urkullu asegura que un país no puede embarcarse en el soberanismo sin un apoyo político y social rotundo, sin el consentimiento de Europa y condicionado por plataformas o partidos nacionalistas radicales. Euskadi lo sufrió con Ibarretxe y Cataluña con Mas y Puigdemont.

Años para cicatrizar la herida

lñigo Urkullu necesitó años para recomponer la situación, tras el desastre de las elecciones vascas de 2009. Al margen del lehendakari Juan José Ibarretxe, normalizó las relaciones del PNV con Europa, donde hacía años que había desaparecido la ola independentista; estrechó relaciones con los socialistas; las distendió con el PP y fue reticente a la ley de consulta de Ibarretxe. Por el contrario, en Cataluña la oposición moderada de Josep Antoni Duran i Lleida fue laminada.

A finales de 2007, Josu Jon Imaz —que había sustituido a Xabier Arzalluz en 2003 como líder del partido—, desgastado por su enfrentamiento con Ibarretxe, abandonó la política y fue sustituido por Urkullu, que tuvo que dejar a Ibarretxe repetir como candidato a lehendakari en 2009 para evitar una escisión. El PSE y el PP superaron en un escaño al PNV y sus aliados. El socialista Patxi López sucedió a Ibarretxe en Ajuria Enea, que asumió su derrota y dejó la política.

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