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Aprende a amar tu pueblo

Un municipio soriano recurre a la psicología para combatir la despoblación

Hipólito, de 90 años, charla con la psicóloga Iratxe Bolaños, en las calles de Lubia, entidad local menor de Cubo de la SolanaVídeo: L. Sevillano
Juan Diego Quesada
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En Ituero, un pueblito por el que pasa el Duero, hay 40 casas de piedra, una iglesia con campanario y un club social con barra de aluminio y cervezas con limón. La antigua casa del maestro está intacta desde que se marchó y más allá hay una consulta médica con los utensilios básicos. Por las calles desiertas vaga una perra que muerde a traición. Aquí reina el silencio al caer la noche en invierno y, cuando Moisés apaga la luz en la soledad de su habitación, su mano tirando del cordón de la lámpara es el último latido del día de este lugar casi fantasma. Este ganadero de 80 años y sin descendencia puede ser es el paciente cero de un proyecto único en España. Mediante la psicología positiva, el alcalde del municipio busca que sus vecinos sean felices como antídoto contra la soledad y la despoblación que aqueja a las zonas rurales. El objetivo último es que el arrullo del río no sea el réquiem de una civilización en vías de extinción.

En Cubo de la Solana, el municipio soriano de 193 vecinos que comprende Ituero y otros cinco núcleos de población alejados entre sí, es fácil durante el invierno no cruzarse a nadie. Las fachadas de piedra esconden unas cuantas almas resguardándose del frío en el brasero. Una de ellas es la de Moisés, que no recuerda haber visto el mar y puede contar con los dedos de una mano las veces que ha dormido en otro lugar, si acaso con motivo de la boda de algún sobrino. Aunque eso sí, siempre había que regresar muy temprano porque alguien tenía que darle de comer a las ovejas.

Porque la verdad es que en un lugar donde solo hay uno es difícil delegar. Una vez a la semana va a Soria en un coche destartalado a beber unos vinos con los amigos pero el resto de la semana la pasa en el pueblo, donde pasa horas sin hablar con nadie. Es probable que en un mes se encuentre a una profesional dispuesta a hablarle sobre las 24 fortalezas de la psicología positiva que estableció en los años setenta Martin Seligman.

El alcalde, Juanjo Delgado, ha contratado a Iratxe Bolaños para esta tarea. En un lugar con una densidad de población de 1,45 habitantes por kilómetro cuadrado (una media excepcionalmente baja incluso para Soria, donde el 91% de los municipios entran dentro de lo que se considera desierto demográfico), el alcalde cree que es necesario combatir la desolación. “Los inviernos aquí son duros, hay muchas horas sin nada que hacer. Te puedes pasar días sin cruzarte con nadie. La idea es que los vecinos salgan de ese encierro y logren relacionarse y crear unión. Eso va a mejorar el autoestima de todos”, considera Delgado.

Moisés Las Heras, de 80 años, el único vecino que duerme en Ituero durante las noches de invierno
Moisés Las Heras, de 80 años, el único vecino que duerme en Ituero durante las noches de inviernoLUIS SEVILLANO ARRIBAS

En las zonas rurales se tiende a pensar que el éxito es irse a la ciudad, por lo que vivir en el pueblo o regresar a él tiene que ver con el fracaso. Bolaños, de 36 años, llegó hace cinco años a estos pueblos por decisión propia, huyendo de una vida que no le hacía feliz. Al principio se encontró las miradas torvas de la España vacía, como ha llamado el periodista Sergio del Molino a este país interior y despoblado. Una vez que ella se ha ganado la confianza de muchos de sus vecinos cree que puede ayudarles a mejorar su autoestima, con reuniones de grupo que comenzarán en septiembre. “En el medio rural hay mucha depresión encubierta. No quieres que nadie sepa de tus problemas. Se hace de noche pronto y hay un aislamiento profundo. Juntos, conversando, conociéndonos, abriéndonos unos a otros, podemos plantarle cara a la soledad”, explica Bolaños en un centro social que hace de bar en Lubia, donde a duras penas se sirven dos o tres cafés al día.

Reunir a los vecinos supone unirlos pero también sacar a la luz viejas rencillas. Doña Petra se esconde detrás de las sábanas tendidas, desde donde puede ver sin ser vista. “¡Anda, que viene la psicóloga!”, anuncia a su marido, Hipólito, un hombre que a los 90 años todavía recuerda cuando siendo alcalde le quitaron el presupuesto municipal, en el momento en el que su pueblo se unió administrativamente con otros. La afrenta todavía duele pero está abierto a “hacer psicología” si fuera necesario.

-¿Cómo ha sido su vida?

-Mire, mi padre murió de tuberculosis y tuvimos que quemar la cama. Mi madre se quedó criando a tres niños y con otro más en el vientre. Dos años después mi hermano, con 18 meses, se ahogó en el río. Le hicieron la autopsia ahí enfrente. El problema es que la hicieron con la puerta abierta y lo vio otra hermana mía, que a los 15 días se murió de la impresión. El médico dijo que se le habían levantado las alas del corazón.

-¿Cuándo ha sido más feliz?

-Nunca.

Petra le dice que deje de decir tonterías, que todo eso lo van a sacar en el periódico. Hipólito no ha visto a vecinos como Moisés, el que duerme solo en un pueblo completo, desde 1983. Aunque solo están a unos cuantos kilómetros de distancia, hay más tres décadas de olvido entre ambos. La psicóloga sueña con verlos pronto a los dos sentados en una mesa, quizá alrededor de un brasero, jugando a las cartas o hablando de sus cosas. Moisés contando anécdotas de sus ovejas y del día (ahora sí se acordaría) que vio el mar en Gijón. Hipólito de las autopsias (ha visto dos, la de su hermana y la de un suicida) y de la vez que le estrechó la mano a Felipe González. Ahí, al menos durante unas horas, habría una gotita de felicidad. Pero eso tiene que hacerse ya, antes de que la memoria se acabe y esta España acabe de vaciarse.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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