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El asilo de los millonarios

La suerte llega a la casa de mayores de Armunia, ubicada en un barrio gitano de León

La celebracion en Armunia (León) entre el asilo y la barriada.
La celebracion en Armunia (León) entre el asilo y la barriada. Alejandro Ruesga

Esther del Pozo, de 88 años, dice que compró el décimo porque terminaba en siete, el número que le gustaba a su marido. "Me dije: 'Este es el mío', aunque había quien decía que era un número feo". Ahora les parece el más bonito de los 100.000, porque les ha tocado uno de los dos cuartos premios de la Lotería. Sus 20 euros ahora son 20.000.

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"Lo malo es que no nos tocó el primero. Pero bueno, estamos felices. Al menos es algo". Elena de la Fuente, también de 88 años, cuenta que ella vive feliz en la residencia de mayores de Armunia, en León, donde las dos viven. Fue en la cafetería del establecimiento donde compraron el décimo que ahora las ha hecho "ricas", como bromean en la recepción del lugar, junto al belén. Hablan con satisfacción de las terapias diarias para ejercitar la memoria, las excursiones en grupo y el personal. En total son unos 150 abuelos, contando a los que van al centro de día. "Y casi todos se lo han ganado. Vamos, serán muy poquitos los que no compraron", asegura Juan Cano Zambrano, de 84 años, que, por supuesto, también ganó.

Elena dice que usará parte de su dinero en las bodas de sus dos ahijadas. "En la ropa y los regalos. Soy la madrina, eh, no es cualquier cosa". Es diferente al plan que tiene Jessica García, la dueña de la cafetería del asilo que les vendió el 07617. Ella tiene que "tapar agujeros" y ocuparse de su hija de cuatro meses. Solo ha estado ahí desde mayo, pero ahora es popular por haber traído la suerte al pueblo. "Este es un barrio obrero, de gente muy humilde", dice detrás de la barra del bar, con el ruido de la celebración todavía a su alrededor, aunque hace horas que cantaron su premio. "Muchos gitanos, gente muy trabajadora. Gente buena".

En eso coinciden todos. Cuando se reúnen en medio de la cafetería para descorchar el cava parecen muy diferentes, pero en realidad no lo son. Unos cantan una marimorena aflamencada. Los otros solo sonríen mientras golpean sus bastones en el suelo. Da igual cómo lo demuestren, la euforia es la misma.

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