Sheinbaum y el nuevo líder de la patronal
Medina Mora Icaza sabe que los que tienen el picaporte real de Palacio son los del Consejo Mexicano de Negocios y que él hereda unas siglas con mucho desgaste


El Consejo Coordinador Empresarial renovará su presidencia en diciembre con un candidato de unidad. La llegada de José Medina Mora Icaza, con un estilo más directo que el actual presidente del CCE, no supone una afrenta a la presidenta Claudia Sheinbaum, ni el renacimiento del activismo empresarial con causa ciudadana, sino un intento de la patronal por paliar su crisis de representatividad dentro y fuera del ámbito del dinero.
Desde que en 2018 el obradorismo capturara la presidencia de la República, los dueños del capital han jugado una partida cuyas reglas se elaboraron décadas atrás, cuando el viejo PRI les enseñó a someterse sin respingo, a protestar sin hacer mucho ruido, a coexistir para ganar.
Con el triunfo de López Obrador hace siete años, y con la llegada de Sheinbaum en 2024, las familias de los más grandes emporios económicos han sabido, en términos generales, adaptarse a los nuevos tiempos y perder poco o nada en el intento.
Quien obvie lo anterior, erraría al suponer que la llegada en un mes de Medina Mora Icaza a la presidencia del CCE supone un desafío de los empresarios a la mandataria, o incluso un cambio de las tersas coordenadas en la relación del capital con el poder guinda. Nada de eso.
En cambio, es más fácil advertir que en una jugada gatopardista, los capitanes de los sectores que deciden quién les ha de encabezar como colectivo han caído, al fin, en cuenta de la doble crisis de representatividad que supuso la presidencia, desde marzo de 2022, de Francisco Cervantes.
Paco, según le llaman sus amigos y conocidos, no tiene la culpa. Él se presentaba como lo que era: un gestor. En sus manos, el CCE ha sido encabezado por alguien que no inspiraba autoridad ni entre los miles de empresarios del país ni en el Gobierno, porque eso así fue decidido por quienes en verdad mandan, que no son otros que los integrantes de la cúpula de cúpulas, los hombres y las mujeres (apenas representadas) del Consejo Mexicano de Negocios. Estos lo que acordaron, al nombrar a Cervantes, solo tener una correa de transmisión, tan dócil o servicial como hiciera falta. Y él les cumplió.
De ahí que cuando surge el nombre de Medina Mora como nueva cabeza del CCE, para algunos resulte lógico deducir que la patronal ha optado por un cambio de ruta, por un interlocutor conocido por un estilo más frontal y por una agenda menos aquiescente con el obradorismo. No hay que saltar a esa conclusión tan anticipadamente.
Antes de ello, conviene recordar qué tipo de tango es el que pueden y quieren bailar el capital y la presidencia de Sheinbaum, y ya luego ver si Medina Mora Icaza realmente está destinado a intentar un cambio del compás, o de plano a no prestarse a la comparsa empresarial con el obradorismo.
La mano superior en esta relación la tiene la presidencia de la República. Ese sí supone un cambio de estatus desde 2018. Y de alguna forma un retorno al pasado por vía doble, a un modelo declaradamente estatista y a un acotamiento del empresariado, no sin compensaciones puntuales.
En su libro de reciente aparición, la presidenta Sheinbaum dice que hasta 1982 “el Estado mexicano fue el principal impulsor del desarrollo nacional. Existían empresas públicas, sociales y privadas bajo un modelo de economía mixta que aún está presente en la Constitución…”.
No es, desde luego, su única aseveración de nostalgia por los tiempos que, fiel al credo morenista, habrían ido para mal con la llegada de los neoliberales en 1982: “A pesar de la corrupción que marcó a muchos gobiernos de aquella época, las empresas públicas, junto con la inversión privada y social, impulsaron el desarrollo nacional y permitieron políticas de redistribución y movilidad social”.
Finalmente, en su “Diario de una transición histórica” y al hablar de obras hechas por López Obrador con apoyo del ejército, ella subraya que se demostró “que el Estado puede y debe ser el rector de un desarrollo que combine crecimiento económico con justicia social”.
La presidenta no miente ni oculta de qué lado late su corazón. Es el Estado, que ella preside hasta 2030, el eje del desarrollo. Y, desde luego, acepta la coexistencia e incluso la colaboración de la inversión privada. Pero en ese orden. Un orden, como lo mencionaba antes, nada nuevo para los barones del capital mexicano.
El CCE es uno de los organismos que nacieron precisamente para capotear con las presidencias imperiales del priismo añoradas por Sheinbaum. El CCE es el brazo del Consejo Mexicano de Negocios y es, a la usanza del viejo PRI, un conglomerado no necesariamente democrático. Mandan los que mandan desde casi medio siglo. Porque algunas de las fortunas más influyentes en los órganos cúpula, o se hicieron a pesar del PRI, o gracias a las condiciones de ese modelo, o, dirían los obradoristas, crecieron exponencialmente con la privatización de empresas públicas al llegar Miguel de la Madrid a Los Pinos y, solo si hace falta decirlo, prácticamente ninguna de ellas, como se jactaba en público el propio López Obrador, enflacó tras el arribo del nuevo modelo, ese que prometía separar al poder económico del poder político.

Los miembros del Consejo Mexicano de Negocios no tienen una mala relación con la presidenta y sobre todo no han elaborado una agenda distinta a la que han llevado desde que sustituyeron en el CCE a Carlos Salazar, su primer presidente en tiempos de López Obrador.
Salazar, surgido de FEMSA, una de las empresas más poderosas de México, intentó una relación híbrida con el expresidente: buscar el acuerdo sin renunciar al disenso.
Con sentido pragmático y consciente de que el voto mayoritario de 2018 supuso un revés a los postulados del capital mexicano, el regiomontano quiso ser receptivo al nuevo mandatario. Apostó a tender un puente con Palacio Nacional, pero sus esfuerzos no siempre fueron premiados por un Ejecutivo que marcó su clara determinación de poder cuando, aun sin haber asumido la presidencia, canceló el nuevo aeropuerto de México, a pesar del avance de las obras y de los costos por la indemnización. Salazar terminaría siendo enfriado por el tabasqueño y ahí entró Cervantes, un obsequioso yes sir donde los haya.
Parafraseando el mote que se autoimpuso Morena, la cuarta transformación del empresariado mexicano ha sido digna de verse: de soldados del PRI (Azcárraga dixit) que aportaban ingentes bolsas a las campañas del tricolor salinista, a agentes de la privatización y apertura de los mercados, con una moderada agenda política por las alternancias a, desde los dos miles, promotores de una cultura de rendición de cuentas. Esas tres etapas se diluyeron, no totalmente pero casi, con el triunfo de López Obrador, cuando sin llegar a declararse de nuevo como soldados sí han aportado dinero cuando les han pedido en Palacio, firmado topes de precios cuando se los desmandan y, desde luego, olvidado su agenda de promoción de contrapesos.
¿Entonces por qué nombrar a Medina Mora Icaza que, como presidente de la COPARMEX, siguió la tradición contestataria de esta? Porque los empresarios tienen un problema en la base y necesitan pedirle prestado al nuevo dirigente del CCE algo de su credibilidad.
El CCE no ha sido en estos años de Cervantes un actor que proteste, cuestione o siquiera enriquezca las más inopinadas decisiones de la transición entre López Obrador y Sheinbaum. El Plan C, que incluyó destruir organismos autónomos y el anterior Poder Judicial, contó con el aval de los grandes empresarios, duchos para quejarse con voz muy bajita sin perder la sonrisa ante la avalancha centralizadora de poder, que incluye una reducción de los alcances de la figura legal del amparo.
Igualmente, el CCE y por ende el Consejo Mexicano de Negocios no gravitan cuando representantes de empresarios son asesinados (como este año en Baja California o en Tamaulipas), o zonas productivas enteras son engullidas por la extorsión —con ejecuciones de limoneros, por ejemplo—, o siquiera para exigir que pare el robo de carga y autotransporte. La voz del CCE ni de lejos sonó como la del fallecido Carlos Manzo.
Medina Mora Icaza sí puede convertirse en vocero de empresarios por los que hoy no habla el CCE. Así que la crisis de representatividad hacia abajo de una cúpula empresarial marcadamente capitalina, es decir, centralista, podría amainar un poco con la llegada de un presidente que para empezar reside en Guadalajara y, en segundo lugar, está acostumbrado a la agenda más federalista de la COPARMEX, que presidió desde 2020.
Pero que nadie se confunda. Eso no quiere decir que el CCE entrará en una etapa de activismo ni de desplantes. Medina Mora Icaza sabe que los que tienen el picaporte real de Palacio son los del Consejo Mexicano de Negocios y que él hereda unas siglas con mucho desgaste.
Será interesante atestiguar cómo traza un espacio para una nueva presencia en el debate público, un peso que se perdió, incluso mediáticamente, desde la llegada de Cervantes. La duda es si Claudia Sheinbaum, más vertical aún que López Obrador, abrirá la puerta a esa nueva voz.
Porque si alguien olvida el estilo ejecutivo y poco dado a negociar de la presidenta, hay dos ejemplos de estos días para esos desmemoriados: al magisterio de la CNTE le dijo que no ve la necesidad de sus movilizaciones, y al empresario Ricardo Salinas Pliego le pidió que pague y punto, incluso antes de que la Suprema Corte, así lo sentenciara. ¿Negociar?
Medina Mora Icaza puede hacer que los empresarios de la cúpula abran los ojos a lo que padecen los que a lo largo y ancho del país intentan hacer empresa, incluyendo lidiar con un SAT desaforado. Sería un gran logro. Pero de ahí a que venga a negociar con la presidenta, eso es otra cosa. Una cosa que ni siquiera desean las fortunas que hoy, así sea regateando inversiones, sí se sientan a dialogar con ella.
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