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Pensándolo bien
Columna
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Gabinete de curiosidades

Será interesante saber cuántos de los actuales titulares del gabinete serán incorporados a la nueva administración. Muchos lo ven como el indicio esclarecedor del peso que tendrá o no López Obrador

Juan Ramón de la Fuente y Claudia Sheinbaum en Ciudad de México, el 4 de junio.
Juan Ramón de la Fuente y Claudia Sheinbaum en Ciudad de México, el 4 de junio.Prensa CS (EFE)
Jorge Zepeda Patterson

Dice mucho de cada presidencia la configuración del equipo. De hecho no nace como tal, más allá del llamado “equipo compacto” que goza de la confianza del mandatario, sea por méritos en la campaña recién terminada o por largos años de acompañamiento. Pero el resto es el resultado de un reclutamiento variopinto, procedente de distintas fuentes y corrientes, que en el camino buscarán conformarse en un equipo.

Por lo mismo, les resulta más fácil la integración del gabinete a mandatarios que llegan a Palacio inmediatamente después de gobernar una entidad, como es el caso de Enrique Peña Nieto o de Claudia Sheinbaum, pues vienen arropados por una estructura que ha operado unida desde hace rato (para bien o para mal).

Será interesante saber cuántos de los actuales titulares del gabinete serán incorporados a la nueva administración en la misma posición o en posiciones similares. Muchos contemplan el inminente anuncio como el indicio esclarecedor del peso que tendrá o no López Obrador en los próximos seis años. No es así, por muchas razones. En el mismo sentido, estamos a punto de saber cuál es la cuota a entregar al acuerdo planteado por el presidente respecto a las llamadas “corcholatas” y la promesa de ser incorporados a tareas prominentes el siguiente sexenio.

En teoría, el triunfo del partido gobernante, que supone un relevo procedente del mismo grupo político, favorecería los gabinetes transexenales. Pero no siempre es así. Ernesto Zedillo fue el último mandatario que heredó en lo sustantivo un gabinete de la administración anterior. Pero no fue el caso de Felipe Calderón que decidió remover a los que acompañaron a su correligionario Vicente Fox. Aunque lo de correligionario es un decir: “ahora van a ver cómo gobierna el PAN”, afirmó Calderón con el obvio propósito de deslindarse de su antecesor.

Sin embargo, habría que asegurarnos de no interpretar de más la supuesta autonomía o dependencia de Sheinbaum respecto a López Obrador a partir de la definición del gabinete. Los tiempos y las circunstancias fueron muy distintos para ambos.

Primero, porque el tabasqueño llegó a la presidencia tras 12 años de prédica en el desierto, con un equipo básico y de menor jerarquía política por razones obvias. Claudia Sheinbaum, en cambio, se ve beneficiada de llegar con una estructura armada, la que gobernó la Ciudad de México los últimos cinco años. Una diferencia sustancial en términos de cantidad, calidad y fogueo.

Segundo, López Obrador dio inicio a un nuevo régimen pero sin los cuadros necesarios para echarlo andar. El obradorismo carecía de las suficientes cabezas en muchas áreas profesionales, entre otras razones porque salvo la Ciudad de México prácticamente no había gobernado. Y a lo largo del sexenio tampoco pudo nutrirse de nuevos elementos regionales, porque el partido comenzó a ganar uno tras otro los gobiernos estatales, que a su vez exigieron a sus propios operadores. En consecuencia el presidente reclutó gente de donde pudo, más alla de la media docena de colaboradores que lo acompañaba. Muchas de las nuevas incorporaciones fueron extraídas del PRI y los criterios terminaron siendo particularmente laxos: que tengan 90% de honestidad y 10% de experiencia, llegó a decir un poco a la defensiva, frente al obvio contraste entre los currículos y los perfiles de puesto.

Claudia Sheinbaum tiene mucha más tela de dónde cortar y los retos que enfrenta para generar prosperidad son distintos. Requerirá lealtad, sí, pero mucho más capacidad técnica frente a las distintas responsabilidades. No sé si los obradoristas puros lo entiendan, pero desde luego el presidente así lo asume. Ella se beneficia de los seis años de experiencia con los que cuenta su movimiento en el poder e incluso del laboratorio que representan los gobiernos estatales, algo que López Obrador no tuvo.

En esencia se perfilan tres “semilleros” en la definición de lo que será el equipo gobernante. Uno, el grupo de la Ciudad de México. Dos, los procedentes de la actual administración federal, varios de los cuales repetirán en el mismo puesto o reciclados, por no hablar de segundas parrillas ya fogueadas. Tres, miembros de la comunidad universitaria y de los sectores profesionales que la candidata incorporó a lo largo de la campaña. Recordemos que la mitad de la vida profesional de Sheinbaum transcurrió en la academia, la otra mitad en la alta administración pública. Por otra parte, no parece que habrá guiños a las tribus de la izquierda tradicional, como tampoco los tuvo el propio López Obrador. Los más encumbrados hoy, Martí Batres y Pablo Gómez, no comenzaron siendo protagonistas en el sexenio que termina, aunque se tuvo que echar mano del primero tras los malos resultados en la capital en las elecciones intermedias en 2021.

Se tratará parcialmente de un gabinete de transición, para los primeros 18 o 24 meses. En parte porque es probable que algunas posiciones se definan a partir de un criterio temporal: dar tranquilidad a los mercados y a la opinión pública para el momento del relevo. Claramente es el caso de la secretaría de Hacienda. Eso hacia afuera. Pero también hay nombramientos obligados por la necesidad de enviar señales apaciguadoras dentro de la propia corriente obradorista. Tal sería el caso de la aparente intención de encontrarle lugar a Rosa Icela Rodríguez, de complicado desempeño en la Secretaría de Seguridad, pero muy cercana al actual presidente. Se necesita alguna presencia de miembros del equipo anterior para hacer un relevo con continuidad y eliminar percepciones de una ruptura o cambio de giro.

Mención aparte merecen los casos de las cinco llamadas “corcholatas” contra las que compitió Sheinbaum: Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Moroña y Manuel Velasco. Como se recordará, existía la promesa de López Obrador de que los perdedores de la contienda interna tendrían un papel relevante en la siguiente administración. La duda es si tal promesa se resuelve con la posición que todos han recibido en el poder legislativo. Al margen de que ella podría entender que con eso “están pagados”, tampoco es descartable que, al margen de rencores, ponga por encima la posible utilidad política de alguno de ellos en la operación del Senado.

Pero no abriguemos dudas. El grueso de la casi treintena de posiciones de primer nivel entre ministerios, paraestatales y círculos de Palacio recaerá en una mezcla definida por Claudia y su equipo. Pero el misterio está en los detalles: cuán plural, cuán cercano o ajeno al obradorismo, a qué corrientes, cuánta experiencia profesional, qué balance entre técnicos y políticos. A punto de saberlo.

@jorgezepedap

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