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Elecciones en México
Tribuna
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El poema repetido: La encrucijada de López Obrador y Lázaro Cárdenas

En el pasado, Cárdenas debatía el primer dedazo del PRI moderno (entonces PRM) entre un general afín a su ideología y otro más centrista y ahora, López Obrador busca a un sucesor dentro de las filas de Morena con las mismas divisiones

Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, durante la campaña para las elecciones presidenciales y capitalinas del 2000, en el Zócalo de Ciudad de México
Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, durante la campaña para las elecciones presidenciales y capitalinas del 2000, en el Zócalo de Ciudad de México.Pedro Mera (Cuartoscuro)

México se encuentra en una encrucijada familiar; un presente con sabor a pasado. No hay nada nuevo en este fenómeno, como los alumnos de la historia bien señalarán. Basta con mirar al ayer para entender al ahora. Como decía Mark Twain, “la historia nunca se repite, pero a veces rima”. Y en México—donde la espiral del tiempo gusta de los paralelos—se vive un poema cuyos versos algo nos pueden enseñar. Uno que pone, en la misma encrucijada, al mítico general Lázaro Cárdenas con el actual presidente López Obrador. Su destino marcado por el venirse de una elección; la suya en 1940, la del otro en 2024.

En realidad, no se trata de las urnas mismas, sino de las fuerzas batallando por estar en la boleta. Las corcholatas, como suelen llamarlas. En ellas yace el paralelo a estudiarse. En el pasado, Cárdenas debatía el primer dedazo del PRI moderno (entonces PRM) entre un general afín a su ideología y otro más centrista; en el ahora, López Obrador busca a un sucesor (o sucesora) dentro de las filas de Morena con las mismas divisiones—aunque hablar de dedazos sea cosa de ayer—. De eso busco escribir; sin escudriñar logros o fracasos. El verso que me interesa es meramente electoral.

Iniciemos, entonces, a leer el poema con las rimas del ayer. Al venirse 1940, Cárdenas ya era una leyenda izquierdista, redistribuyendo más tierras que cualquiera de sus antecesores, y, por supuesto, liderado la expropiación petrolera del ‘38. Pero lo que hoy más importa es la última decisión del general, la cual plantó el verso que, hasta hoy, encontró su rima. Esa de escoger a un sucesor. Había, realmente, dos opciones dentro de su Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Por un lado, en el ala progresista, estaba el general michoacano y miembro del congreso constituyente, Francisco J. Múgica, entonces secretario de comunicaciones y obras públicas. Sus similitudes con Cárdenas eran demasiadas, siendo gobernador de Michoacán como lo fue el presidente y realizando, en el puesto, la misma tarea de redistribución agraria con lucha social. Por otro lado, estaba el ala más conservadora del partido encabezada por el general Manuel Ávila Camacho. Este fue, en su momento, secretario de defensa del mismo Cárdenas; una opción más conservadora buscaba apoyo del sector privado y no ocultaba su fe católica.

Cárdenas, entonces, se vio en la encrucijada. Podía apoyar a un candidato afín a su proyecto ideológico (Múgica) o a un candidato conservador que demostraría la variedad de ideologías de la revolución (Ávila Camacho). Viendo los senderos que se bifurcaban, optó por lo segundo. Ávila Camacho se hizo de la presidencia y su nombre hoy decora calles por montón; Múgica, por su parte, ha quedado casi en el olvido, rescatado solamente en ensayos históricos. El PRM se mantuvo en el poder, siguiendo su retórica revolucionaria. Con su decisión, inclusive, podríamos decir que Cárdenas dio la bocanada de aire que el PRM necesitaba para monopolizar la política con un nuevo nombre: el PRI.

Pero esta no es una historia del pasado. Falta la siguiente parte del poema; esa que pinta el presente. Con el 2024 acercándose, López Obrador se enfrenta a una disyuntiva similar a la de su predecesor. Si bien, varios aspiran a la nominación de su partido, MORENA, las encuestas ponen a dos por sobre del resto. Por un lado, el canciller Marcelo Ebrard; por otro, la actual jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Ambos han sido parte activa del movimiento político lopezobradorista, así como Múgica y Ávila Camacho participaron en el gabinete cardenista. Cualquiera de ellos, podría tener la nominación y mantener a MORENA en el poder otro sexenio. La pregunta es, entonces, en nuestra retórica del pasado, ¿quién del presente es quién del ayer?

Si la historia es un sendero, la encrucijada de López Obrador se asemeja, en su forma, a la de Cárdenas. Han cambiado los árboles—pavimentaron las calles—pero siguen siendo dos los que aspiran ocupar su lugar. En Sheinbaum, al menos en principio, se aprecia el contorno de Múgica: el camino recto que sigue, sin cambio considerable, con la retórica en poder. Gobernando a la Ciudad de México, se ha vuelto la candidata afín a López Obrador. Habla, constantemente, de la cuarta transformación del país e, inclusive, en una entrevista para este periódico, mencionó que trataría de dar “un paso más en la transformación” de ser presidenta. Son solo palabras, pero, en periodos donde ni siquiera estamos en precampaña, no podemos esperar más. Aun así, en su figura, se han albergado popularmente las ideas de continuidad. Es la candidata de lo mismo que se ha vivido estos últimos años.

En Ebrard, por su parte, nace el segundo sendero. Aunque, en él, veo menos paralelos. El canciller es, definitivamente, miembro de Morena, pero en su puesto actual, se ha vuelto una voz para la globalización, trayendo inversiones al país y fortaleciendo vínculos en latinoamericana. Estos elementos lo hacen más atractivo para el público centrista, como en su momento pudo serlo Ávila Camacho. Sin embargo, Ebrard no es conservador, como la metáfora sugeriría; es imposible olvidar su papel en la legalización del matrimonio igualitario y despenalización del aborto cuando fue jefe de gobierno en la Ciudad de México, por dar dos ejemplos. Seguirá con la agenda de López Obrador, pero, como ha destacado, sería “continuidad con cambio”. Como en todos los buenos poemas, la rima ocurre con palabras distintas en lugar de la simple repetición.

He aquí el poema. No sabemos, con certeza, el camino a tomar. Tampoco entendemos, con claridad, el papel que jugará el presidente o si, presentado con dos caminos, ha de sentarse y dejar que otros decidan. Aunque, en su discurso sobre la expropiación petrolera de este año, nos dejó claro que conoce el paralelo. Tras hablar claramente de la elección de 1940, frente a un público que cubría el zócalo capitalino, vislumbró lo que pareciera ser su propia posición en la encrucijada: «Nada de zigzaguear, sigamos anclados en nuestros principios, reafirmemos la decisión y el rumbo que hemos tomado desde que inició el gobierno».

A pesar de sus opiniones iniciales, queda aún la decisión oficial: la candidatura de su partido. López Obrador se encuentra en la encrucijada de cómo continuar su agenda de gobierno. ¿En línea recta o tomando un sendero alterno? ¿Buscando a un Múgica o a un Ávila Camacho? Solo los meses subsecuentes podrán leernos los versos del poema que, frente a nosotros, México intenta declamar. Pero, una verdad permanece que no podemos olvidar: es la historia la que da al presente el verso antiguo que lo hace rimar.

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