Todo tiempo es un instante
La voz que se eleva con honestidad por encima de la necedad y todos los párrafos que se imprimen por encima del veneno autoritari navegan sobre nubes sin saber si han de ser leídos
Remember. Nos conocimos en Monterrey y lo primero que me enseñaste es la correcta pronunciación de tu nombre: Salmán (con acento en la segunda vocal) y Rúshdi (acentuando el sonido de la ú, a contrapelo de los españoles que te llaman Ráshdi creyéndose británicos o los mexicanos que subrayan el Rósh, como sinónimo gringo de avalancha o prisa). Salman Rushdie conocido por millones, leído por no tantos, incluido el fanático que te apuñaló hace apenas una semana; es decir, hace un instante.
Al paso de las horas desde el atentado aumenta la enigmática ironía de que el asaltante –ahora preso—lleva en el apellido su sino. Se llama Matar y para su mayor desgracia, ni eso logró; tal como se cumple un año más desde el asesinato del poeta García Lorca en Granada y los verdugos que tienen las calaveras rellenas de plomo, queriendo matarlo, tan sólo lograron quitarle la vida para volverlo inmortal. Retruécanos de la ironía, enigma del tiempo y del desconocido guionista celestial que redacta que el nombre de verdugo se llame Matar o que Osama murió en tiempos de Obama y demás sincronicidades o rimas inexplicables.
Remember que me evocaste con sana nostalgia un paseo por La Alhambra de Granada del brazo de Antonio Muñoz Molina y que ambos aparecen en una fotografía que sirvió de dominical de El País donde se les ve rodeados de 12 o 14 transeúntes, turistas o comparsas anónimos cuyas caras quedaron diluidas porque se trataban de escoltas incógnitos. Sólo caras desenfocadas en torno a dos rostros de escritores y el último suspiro del Moro se volvía tinta en papel, sin que ustedes mismos supieran quiénes eran los arcángeles armados que los custodiaban por los azulejos de un palacio soñado, decorado con versos del Corán… y el agua oculta que llora de sus fuentes.
Como parpadeo, pasaron las décadas al grado de hacernos pensar que Salman ya podía andar sin escudos por el mundo y en Monterrey, así como hace una semana, apenas hubo vigilancia cuando subimos a un escenario. Tras bambalinas también evocaste un viaje en tren surrealista con Juan Villoro hacia un pueblo llamado Tequila, como Comala, espejismo borroso y mareado de un puro paisaje de párrafos y allí mismo, en el camerino de Monterrey, después del escenario te conté de mi amigo Philippe y la insomne madrugada que se alargó en raros instantes, luego de que habías inaugurado al lado de Álvaro Mutis y Cuauhtémoc Cárdenas la Casa Refugio Citlaltépetl en una colonia Condesa ultravigilada, en una parte acordonada de la ciudad más grande del mundo, donde apenas cortaste el listón te sacaron en helicóptero con rumbo a una playa invisible porque había rumores de un comando fanático que pretendía aplicarte la fetwa del anciano profeta de Irán.
Pero no sabías que al comando le cayó encima la fetwa de Moctezuma en forma de una diarrea galopante y tripartita por obra y gracia de los taquitos de suadero que se echaron los mujáidines la noche anterior a su fracasado operativo y remember que te conté que a mi Philippe lo despertó la Policía Judicial durante la madrugada en que ya dormías en esa playa invisible para informarle, inquirir e insinuar en torno al increíble descubrimiento de unas cajas con dinamita que se hallaron bajo la escalinata de la casona ahora de Refugio para Escritores y que todo se debía al raro azar de que el inmueble había pertenecido a un ingeniero en minas, que todo ello nada tenía que ver con el listón que habías cortado el día anterior y que se supone que esos mismos judiciales habían revisado cada milímetro de la casona, al tiempo que acordonaban una porción considerable de la Ciudad de México.
Reímos. Reíamos en Monterrey la hermosa vida, los amigos que nos unen, los libros que compartimos en dos idiomas… y el tiempo, que no es más que un instante. Pero reímos también porque para presentarte ante el publico de la Universidad Autónoma de Nuevo León optamos por el sendero del humor que destila tu persona y casi todos tus libros. Quien te lea y conozca, Salmán, se llevará la agradable sorpresa de la prosa alegre, el jardín feliz de la memoria, la ligereza del sarcasmo inteligente tan alejado del pastelazo y el chistorete… pero para eso hay que leerte y más ahora que se confirma que quienes te odian y atacan sólo han leído una o dos páginas de uno solo de tus libros y aún así, se abrogan irracionalmente el empeño de Matar.
Matar es lo que hace la ignorancia y el necio empecinamiento de la estulticia; matar es derramar la sangre a contrapelo de intentar el entendimiento, incluso de lo incomprensible y matar es el pan de cada día desde que –sin leerte—te condenaba a muerte la locura y Matar es ahora el diablo tras las rejas al que había que condenar a leerte, a ser leído en cada tramo de los horarios de su condena que ha de durar todo el tiempo y apenas un eléctrico instante en que algún policía le informó que no había logrado quitarte la vida.
Remember que te confié de una joven pareja de recién casados que intentaron volar de Madrid a México el mismo día en que los ayatolás amenazaron dinamitar los aviones de Iberia porque los editores unidos de España acababan de publicar Los versos satánicos. Otra línea, otro avión de diferente bandera, sustituyó el vuelo de esos recién casados para Holanda y allí detuvieron al novio por verlo sospechoso y porque cargaba un Walkman como el que usaron los terroristas del avión PanAm sobre Lockerbie… y nos reímos en Monterrey del novio revisado como delincuente porque leía Los versos satánicos que, afortunadamente, pudo terminar de leer antes de aterrizar en la Ciudad de México, absuelto de sospechas holandesas y herido apenas por una neuralgia del trigémino que lo tentaba a tirarse de cabeza desde el avión de KLM sobre el Atlántico, como patiño incómodo que acompañara a los dos personajes de esa novela sobre satánicos versos que se vuelven arcángeles al caer al vacío desde un avión dinamitado por terroristas de verdad, aunque esfumados en la generosa ficción que transpira la tinta de tu pluma.
Reímos a dos voces de una tarde que se volvió noche en que Paul Auster me confundió creyendo que yo era gringo, alrededor de las calles del Círculo de Bellas Artes de Madrid y lloramos ambos –sin lágrimas—las tres décadas en que se fueron evaporando amores y sí, una sola lágrima compartida y apenas visible frente al público en Monterrey porque tuvo que pasar todo ese tiempo, ese único y mismo instante, para finalmente abrazarte con la gratitud de quien por leerte se convertía en aliado y cómplice.
Reímos recordando la voz de Octavio Paz y la camaradería de Carlos Fuentes en un Londres que recorrías a escondidas, de refugio en escondite, de librerías disfrazado y siempre de amoroso padre de tu hijo. Remember que eres rostro casi siempre sonriente, ya por el humor de tu inmensa inteligencia y desatada imaginación o porque los ojos al medio filo de tus párpados parecen iniciar la sonrisa, así te quedes con uno solo de tus ojos para mirar al mundo con palabras y cuajar el instante en que el novio de hace treinta años te pudiera abrazar en Monterrey y llorar juntos la eternidad del azar, la novia que se esfuma como espuma de mar en la memoria, el mismo ejemplar comprado hace tres décadas que firmaste en Monterrey y el mismo instante en que ayer Paul Auster y tantos escritores amigos se arremolinaban en la escalinata que lleva hacia las columnas de un tiempo inasible para celebrar tu vida, voz y vocación… porque remember que todos tenemos el invaluable tesoro de hablar, opinar, pensar y plasmar en libertad, que toda voz que se eleva con honestidad por encima de la necedad y todos los párrafos que se imprimen por encima del veneno autoritario, navegan sobre nubes sin saber si han de ser leídos confiados en que alguien asegura con su mirada el ciclo, ida y vuelta donde el lector remata el silencio de las sílabas que apenas pudiste murmurar al salir de la anestesia… porque eso no se puede matar.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.