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Carlos Manzo
Columna
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Michoacán: crisis sistémica o el plan sin futuro

La presidenta, que no quiso explorar en público los reclamos de Manzo, ahora tendría qué hacerse cargo de la conmoción por su asesinato. Pésima combinación

Luego del asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, su esposa Grecia Quiroz asumió el cargo como alcaldesa suplente de dicha región en el Congreso de Morelia.
Salvador Camarena

En lo único que parece haber consenso es que la crisis de seguridad de la que se desprende el asesinato del alcalde Carlos Manzo se gestó sexenios atrás. Fuera de eso, gobierno, opositores y deudos tentalean inmersos en una niebla sobre qué ruta lleva a la seguridad.

El edil de Uruapan abatido la noche del sábado, clamaba por apoyo federal y revisión del modelo de combate a los delincuentes. Su reclamo fue despreciado por el Gobierno estatal, de extracción morenista, y subestimado por la presidenta Claudia Sheinbaum.

La sangre de Manzo embarró la cantaleta del Gobierno federal, que presume haber logrado una caída de 32 por ciento en homicidios en el primer año de Sheinbaum en Palacio. El reclamo de justicia de la familia Manzo horada tan conformistas números de Palacio.

Era cuestión de tiempo. Si la presidenta Sheinbaum atornilló en la baja de índices delictivos uno de sus primeros signos de identidad sexenal, como afirmación de su talante disciplinado y metódico, un asesinato que bordeara en el magnicidio haría tambalear la narrativa de mejora.

Aquí la víctima del éxito de “sus datos” es la mandataria, quien con su tendencia al micromanagement, la deriva sectaria de Morena y la resistencia a tener interlocución con opositores hicieron que la voz de Manzo destacara sobre muchas otras.

Palacio Nacional se cree eso de que si no pasa en la mañanera, no existe o no es relevante. Y en concordancia, si la presidenta ya había desestimado, a pregunta expresa, los reclamos de este alcalde, la situación estaba zanjada, el problema resuelto, el control garantizado.

Hasta que llega la realidad con una de sus peores caras. No es aún claro por qué mataron al alcalde Manzo en plena festividad de fin de semana de muertos. Lo que de inmediato todo mundo supo, en cambio, era quién sería la primera responsable política del hecho.

Los ecos de las balas percutidas en la plaza de Uruapan resonaron en todo el país e impactaron en el Zócalo. La presidenta que no quiso explorar en público los reclamos de Manzo ahora tendría qué hacerse cargo de la conmoción por su asesinato. Pésima combinación.

Una de las medidas que Claudia cavila para la crisis luce, al correr de los días, cada vez más inopinada. El martes, luego de una polémica salida en falso el lunes al tratar de erigirse ella y su movimiento en las víctimas, más serena Sheinbaum anunció un plan para Michoacán.

Si alguna vez en México fue canon instalar un comité para desactivar filos mediáticos de un problema sin necesidad de resolverlo, con Sheinbaum es más complejo. Convoca a foros y al mismo tiempo saca la thermomix para en cuestión de horas presentar un detallado plan.

Vale la pena regresar un poco la película antes de que perdamos de vista que ya sabíamos que la trama no va a ningún lado. ¿Qué hubiera pasado si la familia Manzo no tuviera que llorar hoy a su hijo, esposo, padre? ¿Presidencia sentiría esta urgencia por rescatar a Michoacán?

Michoacán lleva lustros en una espiral de desgobierno y violencia. Desde el ahora morenista Leonel Godoy con su hermano encajuelado para que evadiera la justicia, hasta priistas que pactaban con La Tuta, el estado zozobra con políticos que tocan la lira en medio del fuego.

Los nombres de grupos criminales que ahí se disputan la riqueza del estado entretienen a quienes, como si se tratara de la serie Game of Thrones, reportan desprendimientos, pugnas, sucesiones y ascensos de capos de mafias, uno más violento e inhumano que el anterior.

En contraste, en el bando gubernamental aburre una ceniza verdad: no importa si gobierna el PRI, el PRD o, desde 2021 a nivel estatal, Morena; esté quien esté en los despachos locales, sus ocupantes son incapaces, negligentes o sospechosos de complicidad con el criminal.

Tal tendencia amenaza con alcanzar a Sheinbaum, que con un año en Palacio ya no tiene el beneficio de la novedad. Su gobierno ni contiene la extorsión en Apatzingán y alrededores, ni puede traducir la presunta baja de homicidios en tranquilidad, en Michoacán y en otras entidades.

El plan de Sheinbaum, si es que es algo más que una estratagema para salir de la crisis política que ha echado a la calle a decenas de miles de michoacanos, tiene una gran interrogante sobre sí: cuándo sabrán las y los pobladores de Michoacán que ganaron esta batalla.

Morena promueve un modelo de combate al crimen que por un lado militarizó al cuerpo policial más grande en la historia del país, y por otro pretende subordinación de fiscalías y de jueces, y la centralización de autoridad; más eso llamado ataque a las causas.

Michoacán vive hoy bajo el año siete del morenismo sin que los avances sean sustanciales y, desde luego, sin que la hemorragia de asesinatos por la extorsión en la zona donde surgieron las autodefensas en 2013 se detenga. Todo lo contrario.

Cuál será el alcance del plan cuando la acción de un gobierno cuyo poder es incontestado en términos políticos ha sido tan incapaz como la de los gobiernos que tenían contrapesos. Y más aún, qué hará diferente Sheinbaum que no hizo antes del asesinato de Manzo.

¿El plan es un laboratorio para exportar a otros estados? ¿O es un error más del centralismo de un gabinete cuajado de personajes ajenos a eso que antes se llamaba la provincia? ¿El plan sustituye a la inoperante Gobernación o será otro de los daños colaterales de esta?

Un plan sobre las rodillas, desde la consabida autosuficiencia de esta administración, estará destinado al fracaso al pasar por alto dinámicas locales donde factores de poder no siempre están en el lado luminoso que dicen estar. Para eso, para discernir, es que un Manzo era útil.

Los municipios de buena parte del país viven al extremo la captura criminal que aprovecha la ambición electoral de gente de todos los partidos. Si no se hace cargo de deslindar pecados originales de autoridades electas, empezando por el gobernador, el plan Michoacán se va a estrellar con los amarres entre criminales y políticos.

No se puede descartar que se asesina a alcaldes para desestabilizar. Ello no descontaría el hecho de que la percepción sobre la violencia no ha bajado acorde con las estadísticas oficiales, y que asesinatos así empoderan a comunidades que con razón e historias en primera persona claman justicia.

Hay muchos Uruapan. Y demasiados Michoacán.

Los primeros, municipios que padecen extorsión y amenazas, la debilidad y/o corrupción de policías, la inoperancia de la Guardia Nacional…, de los segundos, estados de en plena disfuncionalidad institucional, carencia de recursos y gobernadores que no gobiernan.

El plan Michoacán se conocerá a la brevedad. Ojalá no invente lo inventado, ni quiera suplantar lo que debería ser incentivado: ayuntamientos que se gobiernen entre pares, supervisados por el Congreso del estado, donde el gobernador garantiza equilibrios y armoniza pugnas, con una policía efectiva y honesta, una fiscalía que investiga con diligencia y jueces que sentencian pronta justicia… lo demás es lo de menos.

Sin autoridades probas y eficientes, con ausencia de colaboración de políticos en sus respectivas competencias, y lejanía sectaria y refractaria de Palacio, los programas sociales “para combatir las causas” son agua para cada día. No más. Y planes como el de Michoacán, ocurrencia sexenal sin presente ni futuro.

La irresoluble tensión entre cifras de víctimas de violencia sin identidad presumidas por Sheinbaum y tragedias con nombres apellidos y familias nos hará padecer crisis cíclicas. El gobierno necesita afinar el plan México, no necesariamente improvisar uno para Michoacán.

Contener el poderío criminal, empresa en que está comprometida Sheinbaum, pasa por no volver a incurrir en el error de no escuchar un reclamo de una autoridad que a nombre de su pueblo pide apoyo y diálogo. Sea del partido que sea.

Por desgracia, tarde o temprano puede haber más muertos, más asesinados como Manzo. Lo que no puede haber es un Gobierno que siga sin escuchar aferrado a una estrategia que a nivel de suelo en los estados es muy distinta al decorado del Salón Tesorería de Palacio.

Todos saben que esto empezó hace demasiado tiempo. Ojalá a la brevedad todos puedan decir cuándo, incluso con qué víctima, inició el fin de la discordia que llevó a un modelo que hizo menos poderosos a los criminales y los marginó de la política.

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Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
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