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Carlos Manzo
Columna
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Carlos Manzo: un sombrero en un pajar

Al hombre del Sombrero, el que decía temer solo una cosa, morir antes que su abuela, lo ha enterrado ella

Vanessa Romero Rocha

Veintiún velas soplaba Carlos Manzo cuando, en un bar de Uruapan, depositaron cinco cabezas humanas. Era 2006.

El del Sombrero tenía veinticinco años cuando, en Apatzingán, fue encontrada una camioneta con seis hombres decapitados.

Veintinueve contaba el uruapanse cuando, en Zacán, cuatro cabezas fueron halladas frente a una iglesia dentro de bolsas plásticas.

En Michoacán, territorio donde la supervivencia exige hacerse invisible, Carlos Manzo eligió ser visto. Portó como emblema un sombrero y un morral de gallo bordado: insignias mínimas de desafiante identificación.

Un sombrero sahuayense le dio identidad al hombre y apellido al movimiento: el Movimiento del Sombrero.

Antes del Sombrero fue el Sombrerito

Bisnieto de campesinos y nieto de trabajadoras domésticas, el del Sombrero conoció pronto la soledad. Era niño cuando su hermano murió en la carretera y antes de que cumpliera treinta, perdió al padre. Juan Manzo Ceja —promotor de arte y opositor al fraude michoacano del 92— falleció un 2 de noviembre. Un día después del que perecería Carlos.

Tras trabajar en la galería de su padre, se marchó a estudiar ciencias políticas al ITESO, participó en tres firmas administrativas que más tarde serían señaladas de prosperar irregularmente durante el peñismo y se sumó al Frente Juvenil Revolucionario del moribundo tricolor.

Lo que torció su rumbo parece haber sido un breve paso como auditor del IMSS en Michoacán. Todo indica que fue esa travesía la que lo acercó a sus primeros apoyos comunitarios: farmacias públicas, medicamentos gratuitos, diligencias de salud.

Las gestiones iniciales de Carlos Manzo intentaban sanar un territorio herido.

Me canso, Manzo (2018)

A partir de entonces, el andar de Carlos fue agotador. Basta recorrer la memoria de su activismo para sentir el cansancio de sus días y su afán por edificar un movimiento que demostró —como dice el refranero— que la famosa ciudad romana no se construyó en una sola jornada.

Su álbum fotográfico es una crónica discreta de su empresa comunitaria: las grúas gratuitas, los medicamentos repartidos, las campañas de solidaridad, los servicios de salud, las mochilas, los alimentos, los juguetes. No es difícil comprender el cariño que la gente le tributaba.

Al llegar a la edad de Cristo, Manzo comenzó su pública andadura. En el año de la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia, Manzo buscó erigirse en el primer candidato independiente a diputado en la historia de Uruapan. Reunió las firmas, estampó en la boleta el emblema de su sombrero y fue derrotado.

El vencedor fue Ignacio Campos. Conviene recordar ese nombre, pues habrá de reaparecer.

Durante los años que mediaron entre aquella derrota y la siguiente elección, Carlos Manzo se entregó a la gestión social: la intercesión gratuita por las comunidades vulnerables. El del Sombrero trabajó sin descanso, sin cargo, sin presupuesto y sin oficina. Su territorio era la calle, y su sede, la Mesita: una mesa de plástico situada en la mitad de un parque.

De aquellas bienintencionadas acciones es posible encontrar dos informes.

El sombrero guinda (2021)

Llegado el esperado 2021, Carlos se presentó como candidato a diputado federal por Morena. En esos lejanos días, las afinidades ideológicas aún eran el fiel de la balanza del partido.

Por ello, aunque Silvano Aureoles —hoy prófugo de la justicia—, procuró descarrilar su campaña mediante una estrategia de descrédito que lo tildaba de loco, narcotraficante, marihuano, chapulín y homosexual, Carlos venció: El del Sombrero llegó a San Lázaro.

Durante su gestión fue un diputado obsesionado con el territorio: con dinero de su bolsa compró camionetas y se dedicó a patrullar su comunidad.

Por eso, solo se le conoce una iniciativa legislativa: endurecer las sanciones para quien detone un arma de fuego apuntando al aire sin justificación. Ese empeño venía de tiempo atrás, de sus días de gestor en la intemperie, cuando promovía campañas para disuadir los disparos festivos y evitar que una bala perdida truncara alguna vida.

—Porque las balas no van al cielo, las personas sí.

Política sin partido: una anomalía (2024)

El episodio siguiente fue del todo anómalo.

Poco más de dos años después de haber rendido protesta como diputado, Manzo se registró ante el Instituto Electoral de Michoacán como candidato independiente a la alcaldía de Uruapan bajo el amparo de su propia organización: La Sombreriza Michoacana.

Meses después —y tras la amenaza de Morena de expulsarlo por su intento de avanzar por la vía independiente— solicitó licencia como diputado. Aquella advertencia guinda carecía de rigor: Manzo jamás había jurado lealtad a las filas del obradorismo.

Desde entonces, el Movimiento del Sombrero tomó distancia de las estructuras de poder y comenzó a respaldar candidaturas independientes. Mejor solo que mal acompañado.

Para no dilatar demasiado la narración, me adelanto: en la elección de junio del 2024, carente de fuerza y estructura partidista, Manzo obtuvo la victoria con el 66% de los votos. El del Sombrero había derrotado a la maquinaria del partido dominante. Más aún, había vencido al alcalde en funciones que buscaba la reelección, Ignacio Campos. Advertí que el nombre regresaría.

Con Morena arrasando en treinta y uno de los treinta y dos estados, y con la coalición Morena-PT-PVEM asegurando una holgada mayoría en el Congreso local de Michoacán, el Movimiento del Sombrero apareció como una franca anomalía.

—¿Pero este qué se cree? ¿No ve que estamos en pleno auge del Movimiento de Regeneración Nacional?

Manzo fue uno de los 11 candidatos independientes que obtuvieron la presidencia municipal en todo el país en aquella elección. Y su Movimiento, como una corriente alterna que desborda el cauce previsto, arrastró consigo a otros tres independientes hacia la victoria a distintos cargos.

Apoyándose en el discurso de la inseguridad que azotaba al municipio y en el desgaste por la administración anterior —la del multicitado Ignacio Campos, cuya esposa denunció a Manzo por violencia política en razón de género para evitar su participación en la contienda—, Carlos llegó al último puesto que lo vería gobernar.

Así, en septiembre del año pasado, luego de que Morena se desistiera de una impugnación con la que buscaba repetir la elección municipal, Manzo rindió protesta como el primer alcalde independiente de Uruapan, Michoacán.

Una apertura que comenzaría el cierre: ese mismo día recibió dos amenazas de muerte, aunque no las primeras.

Gobernador o el Bukele mexicano

La relación de Manzo con Morena fue todo menos tersa. Fue convivencia forzada.

Con Ramírez Bedolla —el mismo gobernador que años después sería expulsado de su velorio a causa de la buena memoria popular—, el trato nunca fue sencillo. Lo que al principio se anunció como coordinación institucional, se llenó pronto de desencuentros. Manzo llegó a señalarlo de corrupto, extorsionador y a responsabilizarlo por cualquier cosa que pudiera pasarle.

Su diferencia con Claudia Sheinbaum también fue abierta. Mientras la presidenta insistía en el Estado de derecho y en las garantías mínimas del inculpado, Manzo declaraba que a los delincuentes había que abatirlos sin contemplación.

Habían terminado los días de resistencia pacífica de Carlos Manzo.

Con todo —o precisamente por ello— Carlos Manzo era un candidato natural para la gubernatura de su estado en 2027. Su ruptura con la hegemonía morenista, el arraigo popular del Movimiento del Sombrero y la fuerza simbólica que había acumulado en años de presencia territorial, lo proyectaban hacia la contienda grande.

El Movimiento continuará…

El resto es sabida historia. Durante el décimo octavo Festival de las Velas, acompañado de su esposa y dos de sus tres hijos, el sombrero cayó. Un muchacho apodado El Cuate —ligado al crimen organizado— abatió al hombre que, en sus días de resistencia pacífica, repetía que a los jóvenes había que darles libros y quitarles los cuernos de chivo.

Al hombre del Sombrero —el que decía temer solo una cosa: morir antes que su abuela—, lo ha enterrado ella.

Al hombre del Sombrero lo sucederá su esposa.

El Movimiento continuará…

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Sobre la firma

Vanessa Romero Rocha
Es abogada y escritora. Colaboradora en EL PAÍS y otros medios en México y el extranjero. Se especializa en análisis de temas políticos, legales y relacionados con la justicia. Es abogada y máster por la Escuela Libre de Derecho y por la University College London.
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