El minimalismo erótico de Ángela de la Cruz hurga en lo que se esconde bajo la superficie
‘Bulto’, la primera exposición individual de la artista española en México, se inspira en la estética de Almodóvar para explorar los límites entre la pintura y los objetos


Como un fragmento de cuerpo suspendido sobre una pared blanca se alza el lienzo rojo, intenso y brillante que da nombre a la exposición, Bulto. Una palabra como un golpe. Los pliegues de este cuerpo sencillo y extraño parecen emular los de un pantalón, pero la sugerencia no pasa de ahí, permanece intencionadamente en lo ambiguo, invitando al espectador a preguntarse qué se esconde tras ellos, cuál es en realidad el bulto. “Puede ser sexual, peligroso o inocente”, reza el retrato con el que la propia artista, la española Ángela de la Cruz (A Coruña, 1965), acompaña esta y el resto de las obras de la muestra, la primera que presenta en México y que ha elaborado específicamente para ser expuesta en la casa porfiriana que alberga la galería Travesía Cuatro de la capital. “Elegí colores brillantes porque identifico México con la tierra del color”, explica la pintora a EL PAÍS por videollamada desde su estudio en Londres, donde reside desde hace casi 40 años. “Para mí era fundamental en esta obra presentar algo que estaba escondido”, remarca la artista, que bautiza entre risas esta técnica como la “teoría del bultismo”.
El universo de De la Cruz está compuesto de múltiples mundos que conversan, chocan y se mezclan hasta dar lugar a su personalísimo cosmos. Velázquez y Goya, los más clásicos de entre los clásicos, conviven armoniosamente con la estética del cineasta Pedro Almodóvar o la cantante cubana Celia Cruz. De todos ellos y especialmente de los dos últimos beben las 10 obras que componen la colorida muestra: un proyecto inspirado en la primera secuencia de la película Laberinto de pasiones (1982), del director madrileño, en la que la cámara va posándose, como si fueran los propios ojos de la protagonista, sobre la entrepierna de diversos viandantes, que aparece en primer plano.
Como es habitual en su trabajo, las pinturas monocromáticas adquieren la esencia de una escultura tras ser cuidadosamente manipuladas y transformadas en objetos con volumen propio, situándose en la frontera entre los dos géneros artísticos. Esta vez, a diferencia de las anteriores, no hay tanto una intención de destruir la pintura con su intervención sino más bien lo contrario: ensamblar meticulosamente los lienzos, superpuestos y comprimidos a través de un perno metálico que los une y los atraviesa.

“[Cuando ideé el perno metálico] estaba pensando en atrapar el momento, en hacer una elección consciente”, sostiene De la Cruz, que utiliza la imagen del harakiri japonés o del pincho de kebab como referencias físicas de su abstracta obra. También recuerda, como “un momento horrible”, cuando el personal médico atravesó su vientre con la enorme aguja con la que comprobarían si su hija, de la que estaba embarazada cuando sufrió el derrame cerebral que la postró en una silla de ruedas, estaba sana o padecía alguna complicación.
Sus trabajos son una extensión de su propia vida, por eso muchas de sus obras emulan su propio cuerpo, sus dimensiones, sus dolencias. La artista, no obstante, marca un antes y un después en la enfermedad que limitó su movimiento y su habla: su arte, antes mucho más personal, se torna después de 2009 en algo más universal. “Estoy muy interesada en la política. Es lo que pasa cuando tienes mi edad, o te interesas en la política o te dedicas a la religión”, bromea provocadora, pero enseguida reflexiona consciente. “El arte es más importante que nunca. Antes reflejaba la realidad, ahora representa una visión de la libertad”, pone en valor. Es una fuente de auxilio ante un mundo “a punto de estallar”, con “Trump y Putin amenazando”.
Del minimalismo le interesa, sobre todo, la estética, pero no los principios, que considera puritanos, muy alejados de su forma de ver el mundo. Le atrae la idea de crear obras “bellas, atractivas” y “que se puedan repetir”, un aspecto fundamental en su caso, dado que es su equipo de asistentes quien ejecuta los trabajos que ella ya no puede realizar pero en los que vuelca su creatividad, que absorbe estímulos de todas las formas del arte: la literatura, la moda, la música. Esta última, de forma muy especial. De la Cruz se mudó a Londres a finales de los años 80 atraída por la escena musical post punk, y nunca ha abandonado su profunda conexión con ella. Sus exposiciones siempre toman el nombre de una de las obras, como los álbumes toman prestado su título del single principal, explica.
La artista gallega es uno de los principales exponentes del arte contemporáneo en España y poco a poco ha ido conquistando la escena internacional. En 2010 fue nominada al prestigioso premio Turner que concede la Tate de Londres, y en 2017 se hizo con el Premio Nacional de Artes Plásticas en su país natal, cuyo jurado destacó “la compleja relación entre el espacio ilusionista de la pintura y la presencia física de la escultura” en su obra. Su trabajo, que incluye las muestras Larger than Life, Homeless o Half Clutter, todas ellas con fuertes connotaciones físicas, han inspirado a algunos de los artistas jóvenes que buscan tomar el testigo de su mirada, como Teresa Solar y Álvaro Urbano, ambos representados por la galería con la que De la Cruz cruza el Atlántico en esta ocasión, y que también cuenta con una sede en Madrid y otra en la mexicana Guadalajara. De hecho, hace unos años ya estuvo en esta ciudad, en el Hospicio Cabañas, con una única obra presidiendo todo el espacio. Travesía Cuatro espera llevarla de vuelta a Guadalajara el año que viene con una exposición más extensa. “Desde hace tres o cuatro años, hay un resurgimiento en México del interés por la pintura”, contextualiza la directora del espacio en Ciudad de México, Claudia Llanza.

La anterior presencia de Ángela de la Cruz en el país también fue fuente de inspiración para la serie actual, abierta al público hasta el 13 de diciembre. La artista trasladaba su obra en un camión cuando la policía subió en busca de droga. Durante su desempeño “rompieron todo, la obra y la caja”. Esa idea del contrabando, de quien oculta algo dentro de otra cosa, forma parte esencial de la propuesta de la española para esta muestra, en la que reutiliza algunos lienzos anteriores para construir piezas nuevas. “Cuando el trabajo está terminado, ¿qué queda?”, se pregunta la pintora-escultora en el pequeño texto que acompaña la exposición. “Superficies, gestos e ideas sobrantes que pueden transformarse en nuevas obras y nuevas series. Nada se descarta realmente; todo está en proceso de convertirse en algo”, se responde. En el país latino se concentran todas las posibilidades que esto ofrece: “México representa la libertad y la belleza. Es un lugar donde la transformación parece posible”.
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