De la cárcel al abismo: los cinco años de Genaro García Luna tras las rejas
El zar antidrogas de Felipe Calderón será sentenciado el miércoles y se enfrenta a una pena entre 20 años y cadena perpetua. EL PAÍS reconstruye su paso por el Centro Metropolitano de Detención de Brooklyn
Tras cinco años en prisión, el reo 59745-177 se enfrenta a horas decisivas. Sus compañeros y un par de custodios aseguran que es un preso “modelo”, un tipo “humilde” y “responsable”, ya sea que le asignen limpiar las ventanas o fregar los suelos de las áreas comunes de su unidad. El reo 59745-177 era, además, tutor en la cárcel y varios reclusos lo admiraban e, incluso, lo consideraban un “amigo” y “confidente”. Sus familiares afirman que es un “hombre honorable” y han pedido clemencia porque aseguran que la separación ha sido “desgarradora”. La Fiscalía cuenta una historia completamente diferente. Afirma que el condenado orquestó un esquema de sobornos millonarios y amenazó a otros reclusos tras las rejas. Lo describen como una persona que traicionó la confianza de millones y exigen que sea encerrado de por vida.
Quizás, la historia del reo 59745-177 habría pasado desapercibida en otras circunstancias, como las de los otros 1.217 internos del Centro de Detención Metropolitano (MDC) de Brooklyn. Pero se llama Genaro García Luna, fue secretario de Seguridad Pública de México en el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) y lo declararon culpable de colaborar durante más de dos décadas con el Cartel de Sinaloa, uno de los grupos criminales más poderosos que existen. Un tribunal de Nueva York decidirá este miércoles el futuro del antiguo zar antidrogas de México, que se enfrenta a una pena entre 20 años y cadena perpetua.
“He estado detenido en el MDC Brooklyn, NY por un periodo de 58 meses, casi cinco años, en condiciones infrahumanas”, afirmó García Luna en una carta difundida por sus abogados el pasado 17 de septiembre. EL PAÍS ha reconstruido la caída del exfuncionario mexicano de más alto rango que ha pisado una Corte estadounidense a partir de cartas escritas por los fiscales, la defensa, su familia y otros reos incluidas en el expediente judicial, los últimos documentos que ambas partes envían al juez para que valore sus opiniones al dictar sentencia.
La vida de García Luna dio un vuelco el 9 de diciembre de 2019, cuando agentes de la DEA lo capturaron afuera de su apartamento en la ciudad de Irving, Texas. Su arresto fue por demás inesperado. Poderoso y temido, el exsecretario llevaba seis años en un exilio autoimpuesto y tras su paso por el Gabinete de Calderón, logró amasar cientos de millones de dólares como contratista del Gobierno. Se sentía cómodo en Estados Unidos, un país que lo condecoró casi en una decena de ocasiones y que lo veía como un aliado en la guerra contra las drogas, tanto que empezó los trámites para obtener la ciudadanía. Se le imputaron cinco cargos: tres por conspiración para traficar cocaína, otro más por delincuencia organizada y otro más por mentir en su solicitud de naturalización, al asegurar que nunca había cometido ningún delito.
Esposado de pies y manos y escoltado por un par de custodios, el exfuncionario se sentó en una esquina de un juzgado de Dallas y fue presentado ante el juez un día después de su detención. García Luna pasó 24 días en una cárcel de Texas, antes de ser llevado a Nueva York. Fue alojado en una celda conocida como “el hoyo” o SHU (acrónimo de Special Housing Unit), reservado para los presos más peligrosos, indisciplinados o bajo riesgo de ser agredidos por otros reos. En la víspera de Nochevieja, el sistema penitenciario le otorgó su primer diploma, tras completar un curso titulado “Punto de inflexión” para darle herramientas para lidiar con sus nuevas circunstancias.
Las condiciones no cambiaron, según su propia versión, tras su traslado el 2 de enero de 2020. Los “hoyos” de máxima seguridad del MDC Brooklyn ―una cárcel famosa en todo el mundo por albergar desde narcotraficantes y líderes de sectas hasta raperos y presidentes― son pequeños rectángulos de unos cinco metros cuadrados, donde las luces están encendidas 23 horas al día, según los testimonios de otros presos e informes de las autoridades. Los reos permanecen esposados durante largos periodos y bajo la vigilancia permanente de las cámaras de seguridad. Solo cuentan con tres horas a la semana fuera de su celda, que pueden destinar a ducharse, revisar sus correos u ocio. “El infierno”, como varios reclusos se refieren al SHU, está en la parte más alta de la cárcel, cuyo edificio principal tiene nueve plantas, aunque hay otros espacios habilitados como tales.
“Fui segregado casi un año a las celdas de castigo sin haber violado alguna norma o falta al reglamento y sin tener ningún registro de mal comportamiento”, se quejó García Luna en su carta. El exsecretario ocupó ese tiempo en cursos, que le permitían avanzar en el esquema de puntos del sistema penitenciario de Estados Unidos. Recibió talleres de autoayuda y sobre el efecto del encarcelamiento en los hijos, alternativas al tráfico de drogas, el manejo de la ira, consejos para escribir su currículum y para cuidar su alimentación, su salud y sus finanzas. En muchos de sus diplomas se lee la leyenda “operaciones modificadas”, el eufemismo que utiliza el centro de detención para los presos que están en “el hoyo”. Dadas las condiciones de los presos en el SHU, los cursos se imparten en dispositivos parecidos a los iPads, que se compran en prisión y no tienen acceso a Internet ni otros contenidos.
García Luna, sin embargo, pasó la mayor parte de estos años en una zona conocida como “población general”. Fue transferido en noviembre de 2020 a la unidad K82, donde se le permitía convivir con otros presos y desarrollar una rutina. Cada unidad tiene dos niveles y alberga entre unos 30 y 60 presos. Cada celda aloja a dos reclusos, por lo general. En la parte central de cada unidad hay un área común, con mesas para que los presos coman y a veces, televisores. Esa convivencia, sin embargo, se vio limitada durante la pandemia. García Luna enfermó dos veces de covid, de acuerdo con su abogados.
Sus tiempos como jefe de la Policía Federal, máximo responsable del sistema penitenciario de México y arquitecto de la guerra contra las drogas, quedaron atrás. El exfuncionario fue asignado como asistente de limpieza, considerado un puesto de rango bajo en el escalafón de los trabajos penitenciarios. Un reo gana entre 10 y 33 céntimos de dólar por hora en Nueva York, pero puede duplicar esa suma si su empleo está relacionado con la fabricación de productos, según la organización Prison Policy Initiative.
“Sus responsabilidades son labores de saneamiento, como limpiar ventanas, los baños del personal y la oficina del equipo que trabaja en la unidad”, cuenta en una carta N. Bullock, el encargado de esa unidad. García Luna también tenía que procurar que el área común permaneciera limpia. “No tiene reportes ni infracciones desde su llegada”, agrega el custodio, que destaca el “trabajo duro” del preso.
“García Luna ha sido estelar, un recluso modelo”, cuenta R. Espinosa, su consejero penitenciario durante un año. En su carta, Espinosa asegura que el antiguo zar antidrogas no se metía en líos, trabajaba bien en equipo y encontró un propósito en el trabajo mientras esperaba su juicio. “Está pidiendo una última oportunidad para demostrar que no es el monstruo en que sus circunstancias y malas decisiones lo convirtieron”, agrega.
No fue solo en la limpieza donde García Luna encontró la motivación para sobrevivir en la cárcel. “Cada mañana lo veía con un grupo de gente a su alrededor y me daba curiosidad por qué toda esa gente se concentraba junto a él”, relata Anthony Pangallo, detenido por la extorsión sexual de una menor. Pangallo cuenta que a veces veía al reo 59745-177 hablar en español y en inglés, y un día decidió acercarse. Descubrió que García Luna se había vuelto conocido en prisión por dar clases a sus compañeros para la obtención del GED, el equivalente a un diploma de secundaria.
“Se le conoce por ser, entre otras cosas, el profesor de todos los que queremos aprobar el examen”, afirma el colombiano Óscar Correa Arango, otro de sus compañeros, que lo recuerda también como un “amante de los deportes” y constantemente preocupado por su familia. Su hija, Luna García, cuenta que uno de los pedidos de su padre fue que le llevaran libros para poder enseñar mejor y asegura que tiene el “récord” del centro penitenciario por más diplomas de GED obtenidos, aunque no se adjuntan pruebas en el expediente para corroborarlo. En la zona para “población general”, después de su juicio de cinco semanas en febrero de 2023, García Luna también tomó varios cursos de la Universidad de Columbia, la mayoría centrados en discutir clásicos como Antígona o La Peste de Albert Camus.
“Compartí largas conversaciones con él y descubrí a una persona bien educada, gentil y generosa”, cuenta Maximilien de Hoop Cartier, supuesto descendiente de la famosa familia de joyeros, arrestado por lavar dinero de narcotraficantes colombianos por medio de criptomonedas y alumno de García Luna en la cárcel. Más de una decena de reos hablan de las clases del exsecretario, uno de los principales argumentos de la defensa para pedir la pena mínima. García Luna, el zar de la guerra contra el narcotráfico declarado culpable de colaborar con el narco, también impartió este año talleres a sus compañeros de unidad contra el uso de drogas.
Otros reclusos establecieron vínculos más estrechos. Shawn Chappelle, ayudante de lavandería, recuerda que García Luna se volvió su confidente y lo ayudó a lidiar con su divorcio. “Me aconsejó que no me estresara por las cosas que están fuera de nuestro control”, cuenta. Allen Yu, un constructor acusado de asesinar a uno de sus competidores, lo considera un “amigo”, un “buen hombre” y alguien “siempre dispuesto a escuchar”.
Tras el veredicto del jurado, la defensa de García Luna centró sus esfuerzos en exigir que se repitiera el juicio durante casi un año y medio. En marzo pasado, la Fiscalía acusó al exsecretario de orquestar un esquema de sobornos millonarios para convencer a otros reos de que hablaran bien de él. “Ofreció 500.000 dólares a un reo para que declarara a su favor y cuando el preso dudó, aumentó la suma hasta los dos millones de dólares”, dijo el juez Brian Cogan cuando evaluó el informe de las autoridades.
Los fiscales argumentaron que el exsecretario buscaba testimonios que corroboraran la versión de Edgardo Mejía, un recluso que aseguró que dos narcotraficantes que declararon en su contra durante el juicio se coludieron para hundirlo. “Las autoridades descubrieron que el acusado había contactado a otros presos en el MDC y les pidió que firmaran una declaración jurada contando sustancialmente la misma historia que Mejía a cambio de millones de dólares”, agregó el juez. Todo quedó grabado en un teléfono de contrabando por la persona que recibió la oferta.
En 2020, la Fiscalía también obtuvo evidencias de que García Luna estuvo en contacto con otro preso, que fingió ser un sicario de la mafia rusa, para intimidar a varios capos que cooperaron con las autoridades y que estaban dispuestos a tomar el estrado y declarar en su contra durante el juicio. El exsecretario discutió con el falso sicario la posibilidad de “matar a las familias” de los narcotraficantes, como quedó grabado en otros audios que llegaron a los fiscales, pero que no se incluyeron en el juicio.
Esas grabaciones se efectuaron en noviembre de ese año, justo en la transición del “hoyo” a la unidad para “población general”, cuando pasó unos días en otra prisión. “Menos su corto tiempo en Texas y un breve periodo en la cárcel del Condado de Essex, en Nueva Jersey, cuando las autoridades pusieron a un informante en su celda para grabarlo, el señor García Luna ha estado preso en el MDC”, expuso su abogado, César de Castro. “En dos ocasiones me asignaron compañeros de celda que me grabaron más de 2.000 horas, tratando de involucrarme en el narcotráfico o algún delito”, reclamó el exfuncionario, de 56 años, en su carta, donde sostuvo su inocencia.
El juez desechó la solicitud para un nuevo juicio a principios de agosto, después de un par de meses turbulentos en el MDC. Un preso fue asesinado en junio y otro más en julio a manos de otros reos, y en agosto se registró otra agresión con arma blanca y un apuñalamiento. “He presenciado homicidios, apuñalamientos y amenazas sistemáticas a mi integridad”, aseguró García Luna. En medio de la controversia y de la investigación de las autoridades, el centro de detención dejó de admitir nuevos presos a mediados de septiembre.
“Los últimos cinco años se han sentido como una eternidad para él”, aseguró De Castro y pidió al juez que considerara su paso por el MDC para que no le fuera impuesta una pena severa. “Es difícil exagerar la magnitud de los crímenes del acusado, las muertes y adicciones que facilitó, y su traición al pueblo de México y Estados Unidos”, afirmó, en cambio, la Fiscalía, al exigir que pase el resto de su vida en la cárcel. “Sus crímenes exigen justicia”. Tras al menos cinco aplazamientos, el destino de García Luna será decidido por el juez Cogan, el mismo que condenó a cadena perpetua a Joaquín El Chapo Guzmán en 2019, el 16 de octubre. Después de la sentencia, se prevé que sea trasladado a otra cárcel.
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