Ana Gallardo, artista: “Me da miedo el rechazo de la sociedad a nosotras las viejas”
La creadora argentina, que exhibe una retrospectiva en el MUAC de Ciudad de México, lucha contra el sistema que vuelve invisibles a las mujeres
Ana Gallardo (Rosario, Argentina, 66 años) decidió ayudar a la causa guerrillera de Guatemala en plena dictadura militar, en los años ochenta. La mujer que venía de una educación de monjas en los tiempos de Franco en España, cuya abuela murió en un bombardeo y que perdió a tíos en esa guerra civil, que sufrió con su familia la dictadura argentina, se metió clandestina en la lucha del país centroamericano con la idea de “cambiar el mundo”. Lo recuerda en una conversación que se desarrolla bajo el cálido sol de finales de verano en una terraza del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), en Ciudad de México, donde a inicios de agosto inauguró una retrospectiva de su trabajo. “Cuando lo recuerdo me digo: ‘Qué loca’. Lo que es la juventud y sobre todo la ingenuidad”, dice sonriente.
La creadora argentina ha logrado reconocimiento en el mundo del arte contemporáneo. Este verano expuso en España una retrospectiva y el MUAC ha reunido ahora en su exhibición Tembló acá un delirio, disponible hasta el 15 de diciembre, 20 años de producción artística. El museo lo ha definido como “la necesidad de hacer del duelo un proceso público desde una perspectiva que pone en el centro la herida abierta de la violencia contra las mujeres”.
Entre las obras que incluye la muestra está una sobre aquella experiencia en Guatemala, que intenta recoger la historia de las mujeres que participaron en la lucha guerrillera. La creó de la mano de María Us, mujer de origen quiché a quien en 1982 el Ejército guatemalteco secuestró y asesinó a su padre, desaparecieron a dos de sus hermanos y más tarde mataron a su marido. María le dijo que ella y sus compañeras cayeron en el olvido y es cuando Gallardo decide crear una obra que les rinde homenaje, pero que también les ayude a cerrar sus propias heridas, porque para Gallardo el arte ha sido sanador. “En aquel momento pensé: quiero ser una herramienta de justicia para lo que yo veía que sucedía, viniendo de una Argentina que ya estaba en democracia, que entendíamos lo de las Madres de Plaza de Mayo, los desaparecidos. Entonces me meto a colaborar de una manera clandestina, un acompañamiento muy extraño, pero profundo para mí”, explica.
La obra es sobrecogedora y una forma de recuperar la memoria de aquel espantoso genocidio liderado por personajes siniestros como el exdictador Efraín Ríos Montt. “Hace seis o siete años comencé a reflexionar sobre eso, pero no lo podía hacer sola. Me gané una beca para hacer un viaje que proponía una investigación sobre el fracaso de las utopías, quería ir a buscar a estas mujeres de la lucha clandestina, pensé que nunca las iba a encontrar porque me daba cuenta de que no sabía sus nombres, pero de golpe apareció María Us y juntas pudimos hacer el viaje, conversamos, construimos toda esta pieza, desde sus dolores y desde los míos”, explica Gallardo.
Es una forma de darle voz a esas mujeres que desde la clandestinidad y el anonimato lucharon por un país más justo. “Lo que dice María, y de lo que uno se da cuenta que sucede en todo movimiento revolucionario, es que fueron muy pocas las mujeres visibles. En Cuba, cuando hablas con las mujeres de la revolución, te dicen ‘acá no hubo machismo’. ¡Y sí! Algunas realmente fueron líderes revolucionarias, el resto eran la maestra, la educadora, la enfermera. Cuando leés la historia de la Revolución Mexicana y el rol de las mujeres en la revolución, te das cuenta que eran cuidadoras. Es muy importante eso, porque esta revolución no se hubiera llevado adelante sin ellas, pero en la memoria de la humanidad es como que no existieron. Las mataban, las violaban, cargaban ellas su metate en los hombros para darle de comer a la gente. Es muy violenta la memoria de cuál es el rol de las mujeres”, afirma.
La artista argentina vive y trabaja en México. Tiene su taller en Santa María la Ribera, ese bonito barrio del centro de la ciudad lleno aún de casas señoriales de arquitectura afrancesada y frondosos jardines, pero que como el resto de esta capital que se ha puesto de moda sufre los embates de la gentrificación. En su casa tiene un altar “impresionante”, dice, “ahí está todo, hasta las mariposas negras”, afirma riendo con una risa franca, fácil, contagiosa. ¿Le viene eso de la educación de las monjas? Gallardo afirma que algo hay en ella de esa preparación religiosa de cuando era niña en un colegio del norte de España, pero asegura entre carcajadas: “Las odio con todo mi corazón”. “Estamos hablando de Franco, monjas franquistas, un asco, horrible”, explica. Dice que de adolescente soñaba con vengarse, fumar y echarles el humo en la cara. “Es como la venganza de la chica mala, tipo Almodóvar. Yo amo a Almodóvar. Soy una chica Almodóvar. Me hubiera encantado que me descubra para un personaje”, bromea.
La artista argentina lucha contra ese sistema que vuelve invisible a las mujeres, que las hace a un lado cuando se hacen mayores, que es capaz de olvidarlas o borrarlas. Y se sitúa contra los tabúes que todavía marcan el paso en un sistema artístico que apenas ha comenzado a reconocer el legado de ellas. De la vejez, de feminismo y la lucha por la igualdad (Gallardo usa el lenguaje inclusivo que ha logrado un espacio importante en Argentina), de su compromiso y de su arte conversa esta artista que trabaja para crear redes con otras mujeres y denunciar la herida abierta de la violencia que las aparta, las mata o las secuestra.
Pregunta. Usted ha afirmado que le da miedo envejecer. ¿Por qué?
Respuesta. Me da miedo el deterioro, la soledad, tengo miedo de morirme. Me da miedo saber que tengo a lo sumo, con mucho furor, porque soy fuerte, 15 años de vida útil. El deterioro físico no lo aguanto y me da mucho miedo el aislamiento, lo que provoca la sociedad, el rechazo de la sociedad a nosotras las viejas.
P. ¿El arte le ayuda a sobrellevar ese miedo?
R. Sí. El arte y meterme con el tema. Cuando me metí hace ya 20 años a trabajar este tema, me ayudó a sanar cosas, herencias, porque mi papá también le tenía terror a la muerte. Yo soy muy parecida a él. Ese tránsito me ayuda a recomponerme en lo que soy, no es que lo acepte, porque estoy todo el día en luchas internas.
P. ¿Qué tipo de luchas?
R. Que la vejez no sea un espacio de invisibilidad en una sociedad que nos saca del medio.
P. Aquí en el MUAC hay una exposición de Myra Landau, cuya obra cayó por mucho tiempo en el olvido. ¿Se sigue tratando a las mujeres artistas con el mismo desprecio?
R. Yo creo que sí. Myra fue una mujer visible que cae en el olvido, pero fue una mujer que dentro de su contexto acá en México tuvo un lugar de cierto poder. Entiendo, por lo que estuve conversando con colegas de esa misma generación, que ella era una mujer que trabajaba una geometría sensible que los hombres de ese momento despreciaban, denostaban, porque la geometría era más dura. Creo que sigue pasando exactamente lo mismo, tal vez un poquito menos, porque se ha puesto de moda el recuperar mujeres históricas como ella o, entre comillas, como yo, que no soy todavía totalmente vieja. El sistema necesita ahora mujeres de este rango de vejez.
P. Hay otras artistas a las que se ha convertido en mercancía, como a Frida Khalo.
R. Sí, aunque no llegamos todas a lograrlo. Frida Khalo es la única que logra ser esa mercancía, porque tampoco es que una quiere pelearse con el mercado. En Argentina hay para mi un icono que se llamaba Elda Cerrato, que es una artista que estuvo exiliada en Venezuela, una mujer hermosa, con una obra impresionante, y la rescatan, que además eso me parece también súper patriarcal, la rescatan cuando ella ya está grande, con más de 80 años, y le hacen una retrospectiva, empieza a vender, gana el Premio Velázquez en España y se muere. Cuando yo me la encontraba en Argentina ella me decía: ‘¿Y ahora para qué?’. Y el negocio no es ni siquiera para ella, es para las galerías que se quedan con su obra. Nosotras no podemos disfrutar de una vida cómoda, porque el reconocimiento no nos llega en el momento cuando podemos salir a comprarnos un pantalón ajustado que nos quede precioso.
P. ¿Es un tema de moda, de qué bien se ve darle más espacio a las mujeres en el arte? ¿Es un tema de llenar cuotas?
R. Yo creo que es todo junto. Y también una deuda pendiente, porque claramente el sistema se da cuenta de que se equivocó. Yo pienso mucho en una artista como la chilena Cecilia Vicuña, que también ahora es la artista latinoamericana más importante de la historia del arte, que por suerte está súper activa y tremenda. Está bueno que el sistema entienda que cuando no la veían se estaban perdiendo de algo muy poderoso por una cabeza tonta, porque esto era el arte hecho por hombres: inteligente, profundo, culto, con referencia a la filosofía. Y ella es una mujer de la tierra, trabajando con la poesía, y eso el sistema lo ninguneo toda la vida, pero ahora se dan cuenta de que se equivocaron.
P. Ha denunciado que su madre, pintora, no se pudo dedicar totalmente al arte, como quería, precisamente por ese sistema patriarcal. Murió cuando usted tenía siete años. ¿Cómo la ha marcado esa pérdida?
R. Me marcó todo. Su muerte me obliga a indagar en ella. Yo soy producto del deseo de esta señora, que además era mi madre, una artista frustrada. Y todo mi trabajo, cuando lo veo, digo: claro, es ella. Todas estas mujeres a las que busco, con las que he trabajado, son todas posibles madres.
P. ¿Puede interpretarse como una revancha de su parte para su madre?
R. Sí, una venganza. Me gusta más la palabra venganza. Una venganza de ella, de mí misma y de muchas, porque siento que muchas veces en el sistema del arte no lo he pasado bien, cuando no alcanzaba los logros que quería. Sufrí celos, envidia, frustraciones, todas esas cosas que te van marcando, te van generando una herida.
P. Vive en México, trabaja acá, un país donde matan a 11 mujeres al día y desaparecen a muchas, ¿cómo se enfrenta a esta realidad tan machista?
R. Con un trabajo colectivo, redes de apoyo. A veces en épocas de mucho compromiso, otras menos, porque ya soy una mujer adulta mayor, ya estoy de retirada.
P. ¿Cree que una mujer en la presidencia puede mejorar las condiciones de las mujeres?
R. Sí, lo creo. Yo creo que Cristina Kirchner, en Argentina, mejoró muchísimo e hizo todas las leyes posibles para nosotras las mujeres sin ser una feminista, porque ella no se reconoce feminista, no promulgó la Ley del Aborto. Yo la amo, es mi ídola. Hizo un montón de leyes y favoreció al trabajador, a la trabajadora, a los trabajadores. Impulsó el matrimonio igualitario y un montón de derechos para la gente. Y eso lo hizo una mujer. Acá esperemos que funcione con Claudia Sheinbaum, que entienda lo que no entendió López Obrador con las mujeres, aunque les ha dado su jubilación. Claramente hay un montón de mejoras para la gente, y espero que ella doble la apuesta.
P. En el caso de Argentina, ¿teme que bajo el Gobierno de Milei haya un retroceso de los derechos alcanzados por las mujeres?
R. Sí. El nivel de retroceso es impresionante. Cerró los organismos que se abrieron no solamente para las mujeres, sino para las niñes, las disidencias. Cristina les dio jubilación a las amas de casa, reconoció que el trabajo de cuidadora nunca había sido reconocido. A Milei qué le importa, si odia a su madre. Y es un trabajo esclavo, porque el trabajo más dañino que hay es el de la casa. Evidentemente están destruyendo un país a conveniencia de cinco ricos.
P. ¿En momentos como este el arte puede ser resistencia?
R. Antes te podría haber dicho que sí, que el arte era una forma de resistencia. Las artes en general te pueden dar herramientas para que entiendas cómo tienes que llevar tu resistencia, porque puedes llegar a encontrarte con gente donde entiendas que de manera conjunta se puede pensar el futuro.
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