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Neige Sinno: “Me sigue persiguiendo el interés por lo que pasaba por la cabeza de mi agresor”

La escritora francesa, afincada en México, reflexiona sobre ‘Triste tigre’, una obra que se ha convertido en fenómeno literario y social

Neige Sinno en Querétaro
Neige Sinno en Querétaro, el 05 de septiembre de 2024.Daniel Mordzinski

Neige Sinno (Vars, Francia, 47 años) es una mujer tranquila y sonriente, que escribe y habla sin miedo a la verdad, por eso se ha convertido en el tipo de persona a la que muchos se acercan para confiarle las historias que a nadie más. Nació en 1977 en los Altos Alpes franceses, estudió un doctorado en Literatura en Marsella, se mudó primero a Estados Unidos y más adelante a México, donde trabaja como traductora y ha escrito el libro de cuentos La Vie des rats (2007), el ensayo Lectores entre líneas: Roberto Bolaño, Ricardo Piglia y Sergio Pitol (Aldus, 2011, Premio Lya Kostakowsky), la novela Le Camion (2018) y el libro de memorias Triste tigre (Anagrama, 2024, Prix Femina 2023, Grand Prix des Lectrices Elle y Premio Strega), que se ha convertido en un fenómeno literario y social.

Triste Tigre es un libro que equilibra lo terrible con lo entrañable de una manera muy especial, que permite mirar uno de los problemas que la sociedad esconde, el abuso sexual infantil, confiando en que se tiene la capacidad y responsabilidad de hacerlo, aunque dé miedo.

Sinno revela en el libro un secreto que se parece al de muchos y, al hacerlo, revela también un sistema de silencios: fue abusada sexualmente desde que tenía siete años por su padrastro. Su testimonio no solo se pregunta por la violencia, quién la ejerce y por qué la ejerce, sino que muestra la complejidad de cómo se vive después. ¿En qué consiste ser sobreviviente? No se es sobreviviente, sino que se está sobreviviendo, porque todos los días se lidia con lo que la violencia dejó en nosotros.

Lo que sigue un extracto editado de la conversación que la autora mantuvo con la escritora en la última edición del Hay Festival de Querétaro.

Pregunta. Comencemos hablando del elefante blanco. A un año de haber publicado Triste Tigre en Francia la recepción ha sido explosiva, casi siempre empática y política, pero también se ha visto desde el morbo. ¿Cómo ha vivido esta exposición?

Respuesta. Estoy bien. Llevar un año hablando del libro y hacer contacto con personas que me comparten sus lecturas me llena de felicidad y esperanza. El propósito de este libro era crear un espacio de inteligencia compartida y a veces pienso que funcionó, que hay muchas personas que usan este texto para intentar romper su silencio. Sin ellos sería difícil seguir. Pero también me enfrento a algo que conozco muy bien, que es, como tú dices, un elefante blanco, una capa de silencio que no es un silencio vacío, sino lleno de basura y que deja ver nuestros prejuicios. Todas las razones por las que uno no quiere hablar de este tema son muy pantanosas, porque cuando escuchamos una historia de abuso siempre pensamos que es algo que le toca al otro, a pesar de que sabemos claramente que esto sucede en todas las familias y en todas las clases sociales.

Entonces tengo altibajos en el proceso, momentos en los que siento que hay una conversación social bellísima en la cual entra este libro y muchos otros, la belleza de tener la oportunidad de platicar sobre esos temas. Y tenemos que ser valientes y aprovecharla, porque es muy probable que dentro de unos años ya no esté. Así que tengo una mezcla de sentimientos encontrados, como en el libro, momentos de entusiasmo en los que siento que estoy desenmarañando mi historia y que voy a llegar a alguna parte, y momentos de desesperanza, en los que entiendo que la montaña es enorme y no la voy a poder mover yo sola.

P. Es una vía de escape fácil verte solo como un caso.

R. Es un mecanismo de defensa, porque si solo miramos la historia de esta pobre Neige a quien ha violado su padrastro durante años, podemos evitar ver lo propio y lo social, como prefieren hacer muchas personas y medios. Las cifras que yo encontré en Francia es que al menos una persona de cada diez es víctima, pero preferimos concentrarnos en el relato horrible de lo que le pasó a Neige porque el que se atreve a hablar se vuelve el chivo expiatorio de una forma muy parecida a lo que sucede en la infancia cuando hablas y aparentemente desestabilizas el mundo de los demás.

A veces me siento agredida y mi primer impulso es responder con rabia, enfadarme con la sociedad, que no entiende nada. Pero me parece más interesante que nos preguntemos juntos qué es el morbo, por qué nos atrae una historia sórdida que se parece a tantas otras.

P. De joven denunció a su padrastro, quien fue sentenciado a varios años de cárcel. En el libro observa cómo hasta ahora mantiene interés en él. Cuando recibe violencia siendo niña o niño te imponen además una relación, de pronto adictiva, con tu agresor.

Neige Sinno conversa con  Elvira Liceaga, durante el Hay festival 2024.
Neige Sinno conversa con Elvira Liceaga, durante el Hay festival 2024.Hay Festival

R. Mi agresor era una persona que encontraba argumentos, se justificaba. Algunos agresores no hablan mucho, pero casi todos tienen su justificación: lo que hacen, según ellos, nunca es una agresión, una violación… es un juego, amor, algo que entre tú y él. Siempre hay una mentira, pero durante la agresión no hay de otra que creérsela, porque te obligan a eso, porque una agresión no es solo una violación física, sino todo un sistema mental que invade a la víctima. Y toma años deshacerse del discurso del agresor, así como del discurso social que sostiene la agresión y hace que las víctimas no deban hablar, porque si hablan se derrumba todo, se derrumba la familia, se derrumba lo que mantiene la vida como es.

Por otro lado, yo quería empezar el libro con mi agresor porque, aunque para mí sea una opresión, me sigue persiguiendo el interés por lo que pasaba por su cabeza, por qué lo hizo. Sé que a muchas víctimas les pasa lo mismo y quieren enfrentarlos, preguntarles por qué lo hiciste, por qué yo, por qué no otro niño, otra niña. Y pongo estas circunstancias sobre la mesa para que dejemos de verlo como un hecho sórdido que ojalá no existiera, para que no hagamos como que no existe.

Y ¿por qué creemos que es menos atractivo lo que pasa en la cabeza de la víctima? En realidad es mucho más interesante, porque si interrogo a mi agresor va a ser como todos y dirá algo como “por qué me enamoré de ti”. Son muy estúpidos. Incluso los inteligentes no quieren entender, solo quieren justificarse y quedarse en ese lugar de poder.

Una de las particularidades de mi caso fue que yo lo denuncié pocos años después de los hechos y siempre lo hablé con con mis amigas. Cada vez que entra una persona importante a mi vida sé que, en algún momento, voy a tener que contarle porque, si no, la relación no sería honesta. Y siempre que cuento mi historia me cuentan otra parecida. Siempre. Esto ha construido en mí una conciencia de la dimensión del problema. He escuchado tantas historias, que, al menos, se ha creado la oportunidad de construir un pensamiento colectivo y una red solidaria, que ha sido una de las únicas respuestas para luchar contra lo que me han hecho y contra la fascinación que mencionaba.

P. ¿Cómo se enfrentó al dilema de narrar la violencia? Hay quienes piensan que narrar los hechos es revictimizar, pero usted habla de que matizarlos también lo es.

R. Intenté proponer un contrato de lectura. El libro empieza de una forma muy brutal y abrupta, pero con la promesa de responder a por qué lo hago. No quiero que este libro se lea con el miedo a que de repente surja la escena de una violación. Así que lo trato al principio. Sí, va a haber momentos duros, pero mi compromiso, lo que yo prometo al lector es que no voy a abusar, no voy a manipular, no voy a usar el dolor que sé que esto provoca. No voy a abusar de ti, lector; vamos a analizar la violencia juntos.

Es algo extraño. Nunca antes pensé tanto en un lector al escribir, pero con este libro tuve que hacerlo, por la conciencia que tengo de lo difícil que es recibir mis palabras. Y quería también ser consciente del valor de escuchar del lector.

P. ¿Qué le ha enseñado escribir este libro?

R. Las estadísticas nos ayudan a romper los prejuicios que tenemos. Por ejemplo, no es cierto que sólo ocurra en ciertas clases sociales, o que solo les ocurra a las niñas. Una de cada tres son niños. Lo que no es tan misterioso es que el 98 por ciento de los agresores sean hombres. Nuestras sociedades patriarcales colocan a los hombres en una posición en la cual si quieren abusar pueden abusar, mientras los niños y niñas están sistemáticamente en una posición de vulnerabilidad.

Busqué algunas hipótesis de por qué sucede y la respuesta es que los hombres están en una posición en la cual les es autorizado abusar. No es por nacer con un pene, es porque nuestras sociedades patriarcales colocan a los hombres en una posición en la cual si quieren dominar pueden dominar, si quieren abusar pueden hacerlo, y los niños siempre, siempre, siempre están indefensos.

P. Hay una hipótesis que dice que la base del patriarcado es el abuso infantil, un silencio iniciático, un disciplinamiento.

R. Sí, es la hipótesis de Dorothée Dussy, una antropóloga que cito brevemente en el libro, una de las pocas antropólogas que ha estudiado el abuso sexual infantil y el incesto. Hay una idea muy conocida de Lévi-Strauss, de que la prohibición del incesto es la base de todas las sociedades humanas, y ella responde que el incesto ocurre en todas las sociedades y que la prohibición no es cometerlo, es hablarlo. Según su análisis, todos tenemos un lugar en la sociedad en relación al abuso: el de víctima, el de abusador, pero también el testigo, el cómplice, el que no entiende nada pero siente que algo está mal, los hermanos, compañeros… Ella también tiene una imagen muy fuerte: en una familia, una persona abre una puerta y encuentra a un adulto abusando de un niño, lo ve, cierra la puerta y sigue la vida como si no hubiera visto nada. Una imagen muy fuerte y muy sencilla. Siempre tenemos una excusa para no verlo y quedarnos en nuestro lugar.

Busco las posibilidades para salir de esta paradoja en la que quisiéramos que no existiera el abuso pero no hacemos nada. No sabemos qué hacer con la responsabilidad que nos toca como adultos, y me incluyo en esto. Hace poco, la hija de una amiga fue abusada por su profe de equitación y yo tampoco supe qué hacer. Quisiera ser un adulto protector y abrir esa puerta y por fin poner palabras, por lo menos decir “Ok, lo vi”, como un primer paso.

P. Años después se convirtió en madre y en la crianza se revive de otra manera el abuso infantil. El cuerpo de su hija o hijo es un recordatorio y, además, empiezas a ver posibles agresores por todos lados; te preguntas qué pasa cuando cierran la puerta a los vecinos de enfrente. Es un pensamiento incesante, pero sabes que no puedes protegerlos todo el tiempo.

R. Hay un momento muy paranoico en el libro, en el que yo quería no solo observar, sino ser testigo de mí misma y atreverme a decir todo. Mi hija tiene ahora 12 años y ha sido muy difícil para mí controlarme, dejarla vivir, dejarla ir a dormir con una amiga, dejarla relacionarse con hombres sin pensar todo el tiempo si serán abusadores. Hay una escena que algunas personas encuentran muy dura, en la que cuento que estoy sola con mi hija en su cuarto, la estoy durmiendo como cualquier mamá, y pienso que si yo quisiera podría meter la mano en su calzón para ver qué pasa, a ver si me gusta. Es algo horrible y a la vez es muy normal. El solo hecho de reconocer esta idea es importante, porque no saben cuántas personas me han agradecido que lo hiciera, no saben a cuántas personas les pasa lo mismo y ni siquiera pueden reconocer la existencia de esa idea. Una idea no nos hace culpables de nada. Al revés, tengo esta idea no por ser culpable de algo, sino porque he sido víctima.

Yo creo que poder observarlo, poder acceder a ese espacio en el que percibo la vulnerabilidad absoluta de mi hija y la responsabilidad que tengo de tomar la decisión de no hacer nada me hace más fuerte. No me hace más débil reconocer que tengo ideas que me ayudan a poner el límite adentro de mí, cada día. Porque cada día se puede tomar la decisión de ser un buen adulto, de intentar proteger, de hacer lo mejor para que no me pase lo que le ha pasado a mi agresor, volverse un abusador.

Por otro lado, las asociaciones civiles dicen que la única forma de que un niño pueda pedir ayuda es creando un contexto para escucharlo. Una de las cosas que ocurren cuando te violan de niño es que no sabes qué es una violación o un abuso, ni siquiera conoces esas palabras, nadie te lo ha explicado, porque es silencio también para los grandes. Y el día que sucede es algo que no existe. Así fue para mí. Percibía que era algo malo y grave, pero no sabía ponerlo en palabras. Entonces, me propuse crear las condiciones para poder platicar con mi hija, contarle y decirle que si algún día le sucede esto puede confiar en mí, voy a escucharla. Tenía mucho miedo de la conversación, pero sucedió de forma mucho más natural de lo que esperaba. No hablarlo no es protegerla. Hacer como si a mi hija no le pudiera a suceder es desprotegerla.

No es una conversación de una sola vez, hay que retomarla de vez en cuando. ¿Qué más podemos hacer? Si alguien me propone otra cosa, lo voy a hacer, ¿no? Pero, por el momento, lo único que tengo, la palabra.

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