La vida recuperada de Sanjuana Maldonado: cómo sobrevivir a 15 años de cárcel siendo inocente
Fue la primera mujer de su familia que logró estudiar. Era universitaria cuando fue condenada por secuestro sin pruebas ni acusaciones. Ahora, un indulto del Congreso de San Luis Potosí le ha devuelto la libertad
Los globos todavía cuelgan de la fiesta anterior. Morados y blancos recuerdan que a este rancho humilde de Charco Cercado, en San Luis Potosí, han vuelto las celebraciones. De esta casa de paredes viejas, el entramado policial y judicial mexicano se robó a una de sus hijas. Se llevó a la tímida y responsable, a quien le fascinaban las matemáticas y la informática en un lugar donde no había computadoras, que apenas dormía para terminar la tarea, a la primera mujer de una familia de jornaleros que logró estudiar, a la que condenaron sin pruebas ni acusaciones ni víctimas a 30 años de prisión, a la que resistió tanto dentro de la cárcel porque siempre se supo inocente. Han tardado 15 años, pero a este rancho han vuelto las celebraciones: Sanjuana Maldonado ya está en casa.
Tiene ahora 36 años, el pelo negro y brillante recogido en una coleta larga. Los ojos amables y la sonrisa facilísima. Está feliz. Sanjuana Maldonado estaba terminado el último semestre de Informática en el Instituto Tecnológico de Matehuala, en San Luis Potosí, cuando fue detenida por secuestro en 2009, condenada tres años más tarde, e indultada hace solo unos días. En una decisión histórica —en un siglo solo ha habido tres indultos en el Estado—, el Congreso local aprobó por unanimidad perdonar a Maldonado para que saliera inmediatamente de la cárcel por la injusticia que había vivido durante 15 años. “Hoy me voy con la convicción de que hemos hecho lo correcto”, dijo la diputada Yolanda Josefina Cepeda, “aunque no hay forma de regresar el tiempo, es mi más sincero deseo que su vida sea reivindicada”.
En el patio de su casa en Charco Cercado, Sanjuana relata su vida sin pausas, rodeada por su madre María, su hermana Leti, sus hijos y algunos de sus sobrinos. Los niños rápido se cansan y se van a ver la tele, usan el celular, lloran al quitárselo entre ellos, juegan con varios perros, piden algunos pesos para comprar chocobananas en la tienda de al lado y se aplacan cuando su madre se lo dice. Todo resuena a normalidad, aunque es extraordinario. Es la primera vez que David, de seis años, y Juanito, de tres, que nacieron en prisión, están con su madre fuera de los muros de una cárcel.
Esta es una historia injusta pero Sanjuana a cada rato se ríe y parece que canta. Lo hace para quitarle hierro a que la tarea de las mujeres en su comunidad es “nacer, crecer, reproducirse y ya morirse”; cuando recuerda que en su época de cajera en el supermercado le pagaban 10 centavos extra por cada producto que escaneaba —”y yo bien amable, pásale señora, pi pi pi”—; de cuando le contó a sus compañeras de universidad que ella quería esperar a casarse antes de tener relaciones sexuales y le dijeron que estaba “bien chapada a la antigua”; cuando su novio violento amenazó con suicidarse si ella lo dejaba: “Yo ahora lo vuelvo a analizar y digo ¡pues que lo hubiera hecho!”, y se ríe; cuando uno de los guardias del arraigo se equivocó y dijo que la iban a llevar al penal de Guatemala en vez de a Matehuala y casi se le sale el corazón del susto; cuando recuerda todos los escritos que preparó durante 15 años para que alguien, quien fuera, la ayudara a salir de la cárcel.
De las horas de entrevista, de la comida y la plática, los momentos más tensos aparecen cuando en la historia a Sanjuana le dolía la panza o le daban los nervios. Esta mujer serena, que ha pasado casi la mitad de su vida injustamente presa, solo se quiebra en dos ocasiones: al hablar de su padre, quien murió antes de poder verla libre, y de lo que han sufrido en esta casa humilde para llegar hasta aquí.
La familia vivía de lo que cultivaba. Criaron a ocho hijos y “aquí frijoles y huevo nunca van a faltar” era el lema de la casa. Se truncaron las ganas cuando se llevaron a Sanjuana. “Ha sido una vida muy triste, porque a mí se me acabó el gusto, de cocinar, de recibir gente, venían y me ponía a llorar”, cuenta María, su madre. Tuvieron que vender los pocos animales que tenían y algunas tierras para tratar de ayudarla en el proceso judicial. Sin éxito. La enfermedad del padre, una insuficiencia renal, le privó de la posibilidad de verla de vuelta en casa. “Es un encuentro de sentimientos porque regresar con mi familia era todo mi deseo, toda mi ilusión, y llego y no encuentro a mi papá, no encuentro a mi hermano, no encuentro a mis abuelitos, a algunos tíos... ha sido muy, muy difícil”, narra Sanjuana.
En México hay miles de personas injustamente presas. Encarcelados durante años sin pruebas, con carpetas fabricadas o con confesiones obtenidas bajo tortura. Muchos vienen del sexenio de Felipe Calderón (2006-2012), cuando el presidente decidió declarar lo que llamó la guerra contra el narco. En solo unos años, de 2010 a 2015, la población de mujeres encarceladas aumentó un 56%. La política de mano dura contra el crimen dejó un reguero de vidas inocentes quebradas. Esta es una historia injusta a la que solo la lucha de Sanjuana y de sus abogados, de la organización Perteneces, han podido añadir un último giro de guion.
Estudiar o casarse
Charco Cercado es una comunidad seca y pobre. Un poblado de unos 2.000 habitantes a la orilla de la carretera 57, a un centenar de kilómetros de San Luis Potosí, la capital del Estado, en pleno altiplano potosino. Hay que fijarse bien para no perderse la brecha que lleva a la casa de Sanjuana. Recibe una barda formada por arbustos, las paredes rojas descascarilladas, los tambos y la ropa tendida al sol, que llega a los 40 grados. Sonriente, la familia Maldonado Amaia saluda desde la sombra del porche.
Fue siempre seria, callada y tímida. Así escribe María a la mediana de sus hijas. También la más aplicada, desde que descubrió que “era buena para el estudio”. Han pasado décadas y se acuerda de todos sus profesores, de la maestra Norma al profe Gorgonio que siempre les aconsejaba lo mismo: “Échenle ganas a la escuela, para salir adelante solamente estudiando”. Ellos se convirtieron en su ejemplo y esa frase en un presagio.
Hizo hasta la secundaria en las escuelas del pueblo, pero tuvo que salir para empezar la preparatoria. Sus padres se lo permitieron a cambio de que también empezara a trabajar. Empezó haciendo los aseos y trapeando en un restaurante, hasta que la ascendieron a mesera y cajera. Hacía siete horas al día y le pagaban 500 pesos, unos 25 dólares, a la semana. Hacía otras seis en la escuela. “A media noche venía y hacía las tareas, y todavía le hacía las tareas a los primos. Era muy noche y se las acababa a ellos, era muy estudiosa”, dice su madre, entre triste y orgullosa. De los 18 niños que empezaron el kínder en Charco Cercano, solo Sanjuana y dos de sus primos terminaron la prepa.
No fue fácil convencer a sus padres de que le permitieran seguir estudiando. Pensaban que ya era suficiente con lo que sabía, era el momento de casarse, tener hijos. Eso es lo que hacían las mujeres. Les daba miedo que su hija saliera del pueblo, pero consiguió convencerlos. Cuando ahora echa la vista atrás, Sanjuana piensa que igual sus padres intuían algo de lo que podía sucederle. Pero al preguntarle cómo se sentía cuando llegó a la universidad, en Matehuala, dice mucho una palabra: emocionada.
El cobro
“De la casa derecho a la carretera 57, la pasas, caminas hasta arriba hasta la plaza del pueblo, ahí en la plaza pasa el camión, ahí te esperas, y el que dice Tecnológico, ese es el camión que te lleva hasta allá”. Fueron las indicaciones de su amiga. “Ah bueno’, le digo. Solo así fueron las señas que me dio. Ahí me voy a la aventura”, se ríe y parece que canta.
Sanjuana estudió durante tres años y medio sin faltar un día. Trabajó en un supermercado, cuidó a una señora mayor, limpió aseos y, finalmente, atendió en un Oxxo. En todo ese tiempo, dormía poco, comía rápido, se esforzaba mucho, y nunca tuvo novio. “Los muchachos me empezaron a tirar carro de que ‘oye Juanita, pero a ti te gustan las mujeres, se nos hace que tú eres machorra’. Y yo estaba bien mensa, porque igual les hubiera dicho ‘¿y si fuera qué?’, pero a mí me daba mucha pena, me dolía mi panza, y me ponía bien nerviosa. Les decía ‘pues yo no vine a buscar novio, yo vine a estudiar”.
Cree que lo que pensaba de ella pudo influir cuando conoció a José Cruz. Era un cliente del Oxxo, tenía 15 años más que ella y cuatro hijos en dos familias, de las que Sanjuana no sabía. Empezó como una relación de amistad, él era amable, se preocupaba cómo estaba y a veces la llevaba a comer algo. Fueron unos meses y pronto, la joven se dio cuenta de que aquello no era para ella. Sin embargo, él no la dejó salir. La seguía y vigilaba, la amenazó con matarse si no regresaba con él. La última semana incrementó el control y la violencia. Utilizó el nombre de Sanjuana para cobrar unos pagos. Hasta el 23 de mayo de 2009.
Cruz no había dejado a Sanjuana regresar a su casa, tampoco irse con su hermano a pasar el fin de semana a Charco Cercado. La obligó a montarse en un coche, con otros dos hombres, que la llevaron frente a un Elektra. Ahí había que hacer tres cobros, uno lo tenía que hacer ella. “Si lo quieres retirar, no lo quieres retirar, como quiera la gente ya sabe dónde está tu familia”, le dijo. “Yo me quedé afuera, no me atreví a entrar, y pensé señor que sea lo que tú quieras, yo no voy a retirar ese dinero, ahora sí a lo que venga”. Lo que llegó fue una policía y un laberinto.
La sentencia
Los detuvieron a los cuatro en la puerta del establecimiento. Los golpearon y los llevaron hasta Ciudad de México, a la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada, conocida entonces como SIEDO. Los acusaron de secuestro y delincuencia organizada. Pese a los golpres, nunca pudieron probar lo segundo. Dice Sanjuana que ella enseñaba sus documentos, que no entendía nada, y que algún policía la creyó por el camino. Pero que no sirvió de nada. Estuvo cinco días incomunicada, hasta que la llevaron a una casa de arraigo donde otra detenida le permitió avisar a su familia. “Llamé a mi hermana porque era el único número que me sabía. Ella me dijo que mis padres estaban ahí esperando mi llamado. Y ya fue que le dije perdóname papá”, dice y se quiebra, “no tienes porqué pedir perdón, hija, te conocemos y sabemos que tú no hiciste nada, vamos a buscar la manera de sacarte”.
Sanjuana llora cuando describe que al día siguiente, su padre utilizó parte del día dinero que había ahorrado la familia para poder ir a visitarla a la casa de arraigo. Le pidió perdón mil veces, por haberle hecho ir hasta allá, le prometió que saldría pronto. Lo creía de verdad. Tardó 15 años.
En la acusación para Sanjuana Maldonado, por haber sido obligada a cobrar en un dinero que nunca cobró, nunca apareció la víctima que había pagado el secuestro. No había ni una sola prueba que indicara que esa estudiante de 21 años había participado en un rapto o una extorsión. Ni llamadas, ni ubicaciones, ni testigos. Tanto José Cruz como los otros dos inculpados afirmaron ante las autoridades que Sanjuana no sabía nada ni estaba involucrada. Nada sirvió. El secuestro era en esos momentos uno de los delitos más graves en México, que había creado un terror nacional. Sin dinero para pagar un abogado, tuvo varios de oficio, y aunque se implicó el primero, pasaron los años sin avances y lo cambiaron. El último llevó a los cuatro acusados ante el juez en la misma causa por el mismo delito. El resultado: 30 años de prisión.
Sanjuana agotó el amparo y la apelación en 18 meses. “En menos de año y medio, agoté los dos recursos que tenía para salir, sin una defensa, sin nadie que fuera a verme”. Era 2015 y jurídicamente ya no tenía ninguna salida. ¿Qué sintió? “Yo seguía sin entender muchas cosas. Nunca me la creí. Yo dije ‘pero yo soy inocente. Yo sé que voy a salir. Yo sé que alguien va a ver mi caso y van a ver que no soy culpable’. Me dieron los 30 años y yo no perdí la fe, no perdí la confianza, no perdí la esperanza que que un día me iban a dar mi libertad, que no me iba a pasar tanto tiempo en prisión”. Y dice con voz bajita: “Pero sí fueron 15 años”.
La vida dentro de las cárceles
En este tiempo, Sanjuana pasó por cuatro cárceles estatales distintas, dos de ellas muy lejos de su casa, por lo que para su familia era muy difícil poder visitarla. En este tiempo encarcelada, se casó con un hombre que estaba en prisión preventiva en Ciudad Valles, quien sigue siendo su esposo, y tuvo a sus dos hijos. Se mantenía vendiendo en las horas de las visitas unos bolígrafos artesanales que ella misma decorada, con eso conseguía a veces mandar también dinero a su familia. Empezó a preparar escritos explicando su caso, y los daba a todo alcalde, gobernador o diputado que apareciera para visitar la cárcel: “A todo el mundo les entregaba un escrito, ‘ayúdenme, ayúdenme a salir de aquí’. Los escribía a mano”, se ríe. Contaba con el apoyo de la directora del penal, que fue quien dio el aviso a la organización de Perteneces de que merecía la pena revisar el caso de Sanjuana.
Cuando José Mario de la Garza, fundador de la organización, aceptó revisar su caso, “fue como un rayito en medio de la oscuridad”. Perteneces hace visitar regulares a personas en prisión, donde busca casos de personas como Sanjuana. “Me quedé con el reto de cómo procesar su caso, porque jurídicamente ya tenía una sentencia firme. Fueron años de encontrar cómo hacerlo”, cuenta este abogado. La solución era una locura, pero era la única. Sanjuana tenía que conseguir el indulto del Congreso, un perdón que hacía más de 40 años que no se otorgaba.
Todo se precipitó este año. Sanjuana acababa de separarse de Juanito, la habían trasladado a Xolol, una cárcel aislada, húmeda y sucia. “Yo decía no voy a poder aguantar tanto tiempo aquí, no tenía trabajo, no tenía material, nos llevaron nada más con tres cambios de ropa, sin nada de cosas de aseo personal. Estuvimos semanas con el calor bien fuerte y todas bien sudadas, bien olorosas, porque no teníamos nada ni champú ni jabón ni nada. Y yo decía yo no voy a aguantar tanto tiempo aquí”.
La organización de Perteneces inició una recogida de firmas —consiguieron 20.000—, una campaña en redes y protestas en las calles, en las que participaron la mayoría de profesores del Instituto Tecnológico de Sanjuana. Además de explicar el caso uno por uno a los diputados. Al proceso le atravesaron las elecciones del 2 de junio, que elegían a los nuevo integrantes de la cámara local. El tiempo apremiaba. Se aprobó primero en las comisiones técnicas. Y el 21 de junio, por unanimidad, Sanjuana quedó libre.
María sonríe. “Se nos salía el corazón de gusto cuando la vi llegar. Ya es otra vida”.
La Ley Sanjuana
Junto a Sanjuana, la organización Perteneces ha presentado una iniciativa de ley, llamada la Ley Sanjuana, con la que buscan un mecanismo para que el Congreso revise los expedientes de personas sentenciadas —ya con condena firme— que puedan estar injustamente presas o que sufrieron violaciones a derechos humanos. “Cuando Felipe Calderón presentó la guerra contra el crimen, se encarcelaron a personas humildes y eso se vendió como un gran éxito. Nos hemos quedado con un país lleno de personas sentenciadas y abandonadas en los penales a los que se les usó como material de propaganda política para vender que había un combate y que había seguridad. Debe haber un mecanismo para revisar sus casos”, explica De la Garza.
El camino todavía es largo. Todavía falta que la iniciativa con los nuevos integrantes del Congreso llegue a las comisiones. Y de ahí tendría que salir un dictamen. “Ante una situación de tantas injusticias, tenemos que abrir un protocolo para que puedan salir. Es una deuda que el país tiene. La petición está orientada a reconocer la inocencia”, añade el abogado, que cree que unas 300 personas en San Luis Potosí podrían estar injustamente presas.
Hay una espina que Sanjuana lleva 15 años guardada. “Todo este tiempo me privaron de seguir mis estudios, de terminar mi carrera, pero no mataron la ilusión. A mí me gustaría seguir preparándome y sacar a mi familia adelante que ha sido siempre mi único objetivo. Me quedaban seis materias de Informática. Y dijo el rector del Tecnológico que si podía regresar cuando yo quisiera y me gustaría terminar esta esa carrera, pero en realidad lo que más me gustaría ahorita, si se puede, es iniciar una nueva carrera que sería Licenciatura en Derecho”.
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