Apuntes forenses de una hoguera (o un crematorio) en el sur de Ciudad de México
Trabajadores, funcionarias, vecinos y madres buscadoras que han recorrido el volcán Xaltepec, entre Tláhuac e Iztapalapa, cuentan historias del último escenario de la polémica, un presunto sitio de exterminio humano, que las autoridades rechazan y tildan de montaje
El volcán Xaltepec tiene algo de infernal, un aura, quizá, producto del polvo amarillento que remonta sus laderas pardas. La palabra azufre se viene a la mente y si no fuera porque duerme desde hace miles de años, cualquiera pensaría que la erupción se acerca. Camiones entran y salen a todo trapo de las minas que funcionan en la base, cargados de arena y piedra. Cerros de tezontle aguardan traslados bajo un sol inclemente. 34 grados marca el termómetro el jueves en Ciudad de México, récord histórico. Junto al volcán, todo el mundo trabaja como si tal cosa.
En el vasto cofre de tesoros que es la capital mexicana, esta enorme extensión de tierra ofrece los secretos de su pasado, vistiendo los ropajes de un presente mestizo. Zarzas, pirules y viejos muros de piedra volcánica comparten espacio con tachones de ropa sucia, montañas de cascajo, basura. También algunos huesos, tirados junto al camino. Todo alrededor del cono herido del viejo volcán, saqueado en virtud de la modernidad, rodeado a la vez de la mancha urbana, gris, creciente. A ratos parece un planeta distinto, otros, versiones distópicas del nuestro.
El objetivo es encontrar un pirul, al menos por ahora. Allí, bajo un pirul, Rocío Méndez ha buscado a su hija Sofía durante años. La joven desapareció en 2018, a los 25. Las investigaciones avanzaron y la Fiscalía consiguió detenciones. En 2021, en una audiencia, una detenida le dijo al abogado de Méndez que si querían “paz”, fueran a buscar al cerro de Xaltepec, entre las alcaldías Tláhuac e Iztapalapa. Les dio más detalles. Dijo que fueran a la entrada principal, a 20 metros de un árbol, un pirul para más señas. “Claro, luego nos dimos cuenta de que son seis entradas principales”, cuenta la mujer.
Los pirules abundan en el Xaltepec, parte del ecosistema clásico de los pedregales del Valle de México. Méndez encontró el suyo junto a un predio que en la zona conocen como “Calabacitas”, un puñado de campos de cultivo, en la parte de las faldas del volcán más pegada a las colonias de Tláhuac. Allí y en los alrededores, Méndez, la Fiscalía, la Comisión de Búsqueda local y otras mamás como ella, participaron en ocho búsquedas en total, entre finales de 2021 y septiembre del año pasado. En la última, cavaron incluso una zanja de 120 metros de largo y tres de profundidad. Pero nada.
Las búsquedas de Méndez vienen al caso por la polémica suscitada en este mismo lugar hace semana y media. Entonces, otra mamá buscadora, Cecilia Flores, denunció la existencia de un crematorio clandestino, unos 200 metros arriba de las Calabacitas. La mujer acompañó su denuncia en redes con varios vídeos del lugar, montones de ceniza, lo que parecían trocitos de hueso… “Encontramos restos humanos en la Ciudad de México (...) hallamos un crematorio clandestino, y lo que hiere más, credenciales de mujeres y libretitas de niños”, dijo Flores.
En plena campaña electoral, con las críticas a la inseguridad como punta de lanza de los ataques al Gobierno, un anuncio así trascendía lo meramente humano. La denuncia de Flores movilizó a los colectivos de familias de personas desaparecidas de la capital, a la Fiscalía y a la policía local. Medio país volteó a mirar al volcán con la misma pregunta en la cabeza, cuestión cambiante que orbita una idea medio absurda: ¿esa violencia que hemos visto en otras partes de México –y también en la capital, aunque a veces los capitalinos lo olvidan– ha llegado también aquí?
El crematorio se convertía así en una cuestión plebiscitaria. Si el análisis de los restos daba positivo y allí se habían quemado cuerpos humanos, Ciudad de México dejaba de encarnar el modelo exitoso de seguridad que pregona la candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la capital de 2018 a 2023. No habría descenso en la curva de homicidios que importase, ni reducciones en los delitos de alto impacto. De aquí al 2 de junio, jornada electoral, solo existiría el crematorio, complicando la vida a Sheinbaum y sobre todo a su posible sucesora, Clara Brugada, también de Morena, alcaldesa de Iztapalapa estos años.
Policía y Fiscalía se pusieron manos a la obra. En apenas un día ubicaron a la dueña de la credencial encontrada junto a las cenizas. Localizaron también al propietario de la libretita infantil. Los dos estaban vivos y en buen estado. La primera dijo que le habían robado la cartera. El segundo, un niño, que había tirado el cuaderno a la basura. El mismo día por la tarde, ambas dependencias trataron de zanjar el asunto, señalando que “de acuerdo a los resultados de los dictámenes antropológicos realizados científicamente, los 14 elementos óseos encontrados en el lugar son de origen animal, particularmente de la especie canina”.
Lo anterior lo dijo Ulises Lara, fiscal interino, en un mensaje grabado, junto al jefe de policía, Pablo Vázquez, distribuido por redes sociales. Las dependencias no convocaron a la prensa. El miércoles, en otro mensaje grabado y distribuido en redes, de nuevo sin periodistas, Lara, ya en solitario, insistió en que los huesos eran de animal, de acuerdo a peritajes de “antropología forense y genética”. Sobre la enorme cantidad de cenizas que había en el lugar, añadió: “Peritos expertos en genética y patología analizaron muestras de ceniza y no se encontraron restos humanos”.
Cabezas
El Xaltepec no es ajeno al crimen. Basta con buscar en internet por palabras clave: muerto, asesinato, balacera, más el nombre de la colonia, Zapotitla, por ejemplo, o Emiliano Zapata, Desarrollo Urbano Quetzalcóatl, Degollado, La Estación... Al este del volcán, en los límites del Estado de México y la capital, la historia es la misma, con la ventaja para los criminales de la división administrativa –y policial, investigativa– del territorio. En mayo de 2022, por ejemplo, las autoridades encontraron allí el cuerpo de la estudiante Karen Itzel Rodríguez, desaparecida dos semanas antes.
En la vertiente nororiental del volcán, que da a la colonia Buenavista, en Iztapalapa, Flor Alejandra hace recuento de lo que ha visto en los últimos años. En media hora, la mujer, que prefiere no decir su apellido ni su edad, recorre el historial criminal de estas laderas pelonas. Entre muertos abandonados, muchachos accidentados, cabezas cercenadas y taxistas acuchillados, la cuenta le sale a siete, así, a bote pronto. “Yo llevo aquí 20 años”, cuenta, “y te digo, lo raro es la falta de extrañeza”.
Nada que discutir. La mujer gestiona un rancho balneario en las faldas del volcán que alimenta las sensaciones marcianas del visitante. “¿Usted se acuerda de El Ojos?”, dice, en referencia del viejo líder del Cartel de Tlahuac, abatido por marinos en 2017, en un operativo espectacular que rescataba, una vez más, el absurdo debate sobre la presencia del crimen organizado en la capital. “Pues aquí venía él”, dice ella, “pedía huaraches con costilla”, añade, orgullosa.
Hay dos albercas en el rancho, palapas, hamacas, una pequeña tirolesa… Mientras enseña las amenidades del lugar, Flor Alejandra cuenta que hace unos años, el señor Teofilito, velador del rancho de al lado, el parque Xalli, encontró una cabeza humana “y la fue a tirar porque no quería problemas”. Dice la mujer: “En estas cosas no te puedes meter, porque la policía, entre que te investiga, ya te llevó a entambar”. Dicho todo lo anterior, Flor Alejandra aborda el tema del crematorio. Su conclusión no deja espacio a la ambigüedad: “Luego la gente inventa a lo pendejo”.
A lo largo y ancho de las faldas del volcán, del lado de Tláhuac e Iztapalapa, vecinos y trabajadores entrevistados esta semana dibujan el entorno de una manera parecida. Algunos se refieren al crematorio, otros no. Ninguno da más que su nombre, por si acaso. Está, por ejemplo, Enrique, encargado de una tabiquera en el vértice que forman ambas alcaldías, junto a los campos de cultivo, las Calabacitas. “Aquí llevamos cinco años y todo el rato queman cosas por ahí arriba, sobre todo por las tardes y noches… Llantas, tripas de animales”, dice. Y añade: “Es que luego está la bandota ahí, que se droga, y quema llantas para vender el alambre”.
La bandota son personas sin hogar que han armado algunas chozas en los alrededores del volcán. Juan, el velador del mercado de Zapotitla, del lado de Tláhuac, cuenta que, en las tardes, cuando no hay tanta gente como en las mañanas, la zona se llena de “borrachos y monos”, gente que inhala pegamento o disolvente. “De lo del crematorio nunca escuché nada”, dice, “pero yo es que me voy a las 18.00″. Carlos, responsable de un taller de camiones dentro del predio del volcán, dice: “Sí nos sorprende lo que dicen, sí. Porque es que todas las mañanas sube cualquier cantidad de gente a correr, yo diría que como 200 personas. Se ha escuchado que han asaltado, pero nada más”.
No muy lejos está Rodolfo, un campesino que cosecha calabacitas bajo el sol. “La verdad, nunca vi nada raro. Yo vengo todas las mañanas a las 8.00, desde hace 20 años. Sí es verdad que hay gente sin hogar, pero nunca me han robado ni una calabaza. Me extrañó lo que dijeron, sí”. Carlos, que ahora cuida del parque Xalli y tiene de vecina a Flor Alejandra, dice: “No es que me extrañe lo del crematorio, pero no se me hace fácil quemar cualquier cantidad de cadáveres, así como así”. José, un señor alto, güero y de ojos claros, que parte enormes piedras de tezontle con un pico, del lado de Tláhuac, dice, redundante: “Llevo solo un mes partiendo piedras aquí, pero soy de la zona. Y nunca he visto nada de nada”.
Proteínas
Y, sin embargo… La duda persiste. México es país de atrocidades. Cada año el país cuenta miles de masacres, linchamientos, hallazgos de fosas clandestinas, casos de tortura o asesinatos múltiples. En la lógica industrial del crimen organizado, quemar cuerpos es una forma efectiva de evitar problemas, igual que enterrarlos. La pega para ellos son las huellas que dejan detrás. Y que, a lo largo de los años, centenares de familiares de personas desaparecidas han aprendido a buscar a los suyos, a leer y oler el suelo.
Por eso, cuando una mamá buscadora especialmente capacitada para la comunicación como Cecilia Flores denuncia el hallazgo de un crematorio clandestino, todo el mundo la toma en serio. Aunque sea en Ciudad de México. Lejos de desterrar las dudas, las intervenciones del fiscal Lara abren cantidad de interrogantes sobre los peritajes. Lara ha elegido no dar detalles. En vez de eso, ha dibujado una conspiración. “Es reprobable que grupos políticos busquen beneficiarse del dolor ajeno y opten por posicionar mentiras que generan miedo”, dijo el miércoles.
La criminalista Karla Murillo, perito de la Comisión de Búsqueda de Ciudad de México en 2022, conoce el volcán Xaltepec. Participó en las búsquedas que hizo la comisión junto al resto de autoridades en la zona, incluida la pequeña cuenca del crematorio, por el caso de Rocío Méndez y su hija desaparecida, Sofía Meneses. Interesada en los huesos y el fuego, Murillo salió de la comisión e inició una licenciatura en antropología, que está por terminar. Actualmente, trabaja en su tesis final de carrera, sobre huesos y exposición térmica.
La mujer ha estado pendiente estos días del caso del crematorio. Lo primero que dice es que le parece muy “irresponsable” la respuesta de las autoridades, tan rápida, sobre los restos encontrados allí. “Para poder determinar el origen de un hueso, te puedes tardar años, no es de un día para otro. El ADN se degrada a partir de los 90 grados centígrados. La cosa es, ¿qué parámetros están usando?”, señala. Esto, por las declaraciones del fiscal, sobre el tipo de peritajes realizados a los restos óseos, de “antropología forense y genética”.
La falta de detalles en las explicaciones del fiscal –y su decisión de no convocar a la prensa y permitir preguntas– impiden conocer al detalle el trabajo de la Fiscalía en este caso. Parece evidente que un antropólogo físico entrenado pueda diferenciar huesos de animal y de persona, sean del tipo que sean. Pero aquí nadie sabe qué tipo de huesos son, más que la Fiscalía, detalle que no ha compartido. Solo ha dicho que son 14 y que son de perro, aunque en su segundo mensaje omitió el aspecto canino de los restos.
Otra cosa son las cenizas, motivo de crítica mayor por parte de Murillo. La Fiscalía dijo que había realizado peritajes en “genética y patología” del polvo encontrado en la hoguera, y que no había rastro de restos humanos allí. El de patología se refiere a los análisis de tejidos de huesos y músculos. La criminalista cuenta que, en este caso, debería hacerse también un análisis “proteómico, que identifica las proteínas propias del hueso”. Sigue Murillo: “La proteína de un hueso humano difiere de uno no humano. Entonces, tomas la muestra, ves si tiene colágeno, una de las principales proteínas, y en qué concentración. Todo eso para hacer una identificación del tejido óseo. Y si sí tiene colágeno, llevas la muestra a un espectrómetro de masas, que te indica si es humano o no”.
Juguetes
“Lo primero en que pensé cuando vi los vídeos y escuché lo que decía Ceci fue en los juguetes”, cuenta una mujer que participó en las búsquedas del volcán Xaltepec, por el caso de Rocío Méndez, entre 2021 y 2023. Su nombre no aparece aquí por seguridad. “20 días antes de que Ceci Flores sacara el vídeo denunciando eso, una casa se quemó en la Desarrollo Urbano Quetzalcóatl”, dice, uno de los barrios que colindan con el volcán. “Ahí vivían dos niños. Cuando vi las imágenes y vi que había libretitas infantiles, pensé que la familia había sacado los escombros de la casa y los había tirado en el cerro”, añade.
Hay juguetes todavía allí, alrededor de la cuenca del presunto crematorio. El jueves podían verse montoncitos de bloques de plástico de mil colores, tirados en el piso, como si un niño hubiera dejado su juego a medias. Era inquietante. “Ya después vi que el pasto alrededor estaba quemado también”, sigue la mujer, “entonces, bueno, puede ser que fuera un chavito loco quemando un perro. Porque sí, luego luego los dientes que se veían [en los vídeos] eran de animal”.
Más allá de la Fiscalía, una de las grandes dudas de todo este entuerto apunta al origen de la información que llevó al lugar a Ceci Flores. Madre de dos hijos desaparecidos, uno en Sinaloa y otro en Sonora, la mujer se ha convertido en una de las portavoces oficiosas de decenas de miles de familias de personas desaparecidas de todo el país. En los últimos meses, además, ha mantenido un enfrentamiento con el Gobierno, al que acusa de no atender sus reclamos. Por su lado, el Gobierno ha mostrado cierto nerviosismo con su actitud y trata a Flores como una paria, como parte de la oposición.
Flores ha explicado sin dar demasiados detalles que llegó al volcán Xaltepec por una llamada anónima. En un escrito que presentó a principios de mayo ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, solicitando la intervención de un equipo investigador independiente en el volcán, dijo que el informante anónimo le dio “específicamente las coordenadas del lugar, cuya existencia según la llamada es de cuatro años”. Es posible que la llamada existiera. El número de Flores es público, aparece en sus redes sociales. En muchas ocasiones, sus informantes le han encauzado en la buena dirección.
Pero este caso parece algo distinto. La mujer de los juguetes, que participó en al menos seis de las ocho búsquedas del Xaltepec por el caso de Rocío Méndez, asegura que ella pasó por la cuenca donde hoy está el crematorio, en 2022 y 2023, y la hoguera no existía. Ante preguntas sobre su certeza de si era el mismo lugar u otro, sobre si la lluvia podría haber borrado temporalmente los restos de la hoguera, es tajante: no.
La mujer tiene vasta experiencia de búsqueda en campo en diferentes regiones del país, de Sinaloa a Veracruz. De hecho, recuerda un caso en Amatlán, Veracruz, hace siete años, cuando encontraron un hoyo en el que al parecer habían quemado restos de personas. “Encontramos un montón de remaches de jeans. Luego sacamos piedras y debajo ya encontramos restos de huesos. Y lo que veías es que había partes que no se destruían, como el hueso sacro, la cabeza del fémur o el húmero”, cuenta.
Si las cosas no cambian, es difícil que la sociedad pueda desenredar el caso del crematorio del Xaltepec. Las elecciones están a la vuelta de la esquina y las candidatas, sus equipos y sus redes de apoyo dentro y fuera de las instituciones tratan de mandar mensajes positivos. Ciudad de México ha lidiado en pocas semanas con la crisis del agua contaminada, en la alcaldía Benito Juárez, y el posible crematorio de personas. En ambos casos, la respuesta ha sido la misma: intervenir rápido, explicar poco y a la misma velocidad y dejar decenas de preguntas en el tintero.
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