Las 12 momias de un convento del virreinato y los zapatistas que las hallaron
El museo de El Carmen, en Ciudad de México, alberga los misteriosos cuerpos que fueron protegidos por los vecinos del barrio, convencidos de que su conservación es obra de un milagro
Entraron en tromba al claustro, convencidos de que en sus entrañas encontrarían escondidos tesoros. México hervía con la lucha revolucionaria de 1910 y el ejército del caudillo Emiliano Zapata soñaba con tomar la capital. Muchos de los vecinos ricos de la ciudad huían por el temor a una invasión zapatista, cuyos hombres ya habían llegado a las vecinas Xochimilco y Milpa Alta. Los rebeldes de Zapata tomaron el Colegio de San Ángel, de la Orden de los Carmelitas, seguros de que escondía riquezas que valía la pena saquear. Excavaron en su interior y no encontraron dinero, oro o joyas, sino que se toparon con un misterioso hallazgo: 12 cuerpos momificados.
El colegio es un edificio del virreinato construido en 1638 en las que eran fértiles llanuras localizadas al sur de la capital. Se trata de un claustro donde varias generaciones de curas Carmelitas habían vivido por siglos en un encierro total, apartados del mundo, donde se dedicaban a la oración, la meditación, al estudio de la teología y donde las mujeres no podían poner un pie. Los frailes contaban con una extensa huerta de unas 40 hectáreas y con servidumbre que se encargaba de cultivar frutas y verduras y de criar los animales que alimentaban a los religiosos, pero que también vendían para sostener su santo proyecto. Este edificio virreinal resistió a las Leyes de Reforma de 1859, que establecían la nacionalización de los bienes eclesiásticos, porque el cura regente era el confesor de uno de los generales de Benito Juárez e intervino para evitar el despojo. Es por eso que décadas después los insurrectos llegaron al lugar y esperaban hacerse con riquezas, pero se llevaron una dura decepción, porque los curas se habían encargado de trasladar todo lo valioso por miedo a perderlo con la ola reformista juarista.
Las momias no interesaron a los rebeldes, que dejaron el colegio. Al marcharse, los vecinos entraron al lugar y encontraron los cuerpos momificados, una verdadera revelación. “La gente se quedó impresionada por lo que consideró un milagro”, afirma Eva Ayala, directora de lo que hoy es el Museo de El Carmen, instaurado en el antiguo claustro de San Ángel, que le ha dado nombre al barrio colonial localizado en el sur de Ciudad de México. Tras calmarse la tormenta revolucionaria, un nuevo cura llegó a recuperar los dominios de los Carmelitas y decidió enterrar a las momias, pero los vecinos se opusieron. Es debido a esa resistencia que las momias se han conservado hasta nuestros días, rodeadas de misterio y leyendas. “La gente estaba sorprendida por la conservación de los cuerpos debido a la momificación natural, porque no es una momificación como la que hicieron los incas, los egipcios o los hebreos. Estos cuerpos se conservaron por humificación natural por desecación, que es la que sucede, por ejemplo, con una manzana o con una uva, que se convierte en un uva pasa”, explica Ayala.
Las momias se preservan en buen estado gracias a los trabajos de los encargados del museo, que han habilitado la cripta para que los visitantes puedan admirar estos cuerpos y conocer su historia y el misterio que los envuelve.
Estas momias han fascinado no solo a las varias generaciones de vecinos de San Ángel, sino también sorprenden a los funcionarios que preservan el museo, que hablan de apariciones y raros sonidos nocturnos que enchinan la piel, y a los visitantes, quienes se sumergen en las historias y leyendas que rodean a estos difuntos. Se dice que uno de estos cadáveres, el de una mujer, fue llevado en andas a su última morada, porque no podía tocar el sacro suelo destinado solo a los frailes. Aquí solo hombres podían pisar, las mujeres, ni muertas.
Otra de esas historias es la leyenda de la Novia de la Casa Blanca, sobre una joven de la época virreinal cuyo prometido se marchó al sur del continente, tal vez al virreinato del Perú, dejándola sumergida en una espera llena de angustia, por lo que muere de tristeza. El joven se casó en aquel peregrinaje, años después regresó a la Nueva España y una noche pasó a caballo cerca de la casa de su exprometida, donde descubrió una luz que lo atrajo. El hombre se sorprendió al ver a la mujer, joven, hermosa, vital, seductora. Se subió por la ventana, ansioso, y la buscó para besarla. Ella lo tomó en sus brazos, lo sujetó con fuerza y es entonces cuando él descubrió que era un esqueleto, una muerta que lo estrechaba contra su pecho. El hombre murió de espanto. El cadáver que alimenta este cuento es el de una mujer vestida de blanco, que la directora del museo cree que se trata de una novia que falleció antes de su matrimonio. Son historias que alimentan la imaginación a tal punto que estas momias también han aparecido en el cine, en películas de terror como Veneno para las hadas, de 1986, dirigida y escrita por Carlos Enrique Taboada, y La tía Alejandra, de 1980, dirigida por Arturo Ripstein.
Hasta ahora no hay certeza de quiénes eran estas personas, pero Ayala dice que algunas momias pueden ser virreinales, tal vez monjes enterrados por sus compañeros, mientras que otras pueden haber muerto a finales del siglo XIX y principios del XX, gente que tenía dinero suficiente para lograr el permiso de los curas para descansar eternamente bajo la iglesia del claustro. Ayala es especialista en indumentaria y ha analizado la ropa de algunas momias para establecer en qué época fueron enterrados o a qué clase social pertenecían. “No creo que haya sido gente muy adinerada, aristocrática, porque no noto en ellos ropa muy elegante, pero sí pienso que eran de una clase privilegiada”, dice. Pero la directora no se conforma con esa explicación y quiere impulsar las investigaciones que descifren el misterio de las momias de San Ángel. “Hay que hacer estudios de antropología física para saber más de ellos, investigar estos cuerpos”, afirma la funcionaria a cargo de preservar estos cadáveres desenterrados por la avaricia de insurrectos zapatistas, que no hallaron los tesoros que buscaban, pero descubrieron un legado que al día de hoy sigue deslumbrando.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.