_
_
_
_
Emilio Lozoya
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No es ‘justu’… Lozoya fuera de la cárcel

Aquí los ricos no van a la cárcel, a condición de no hacer de ello todo un alarde público

Emilio Lozoya en un restaurante de la colonia Lomas de Chapultepec, en octubre de 2021.
Emilio Lozoya en un restaurante de la colonia Lomas de Chapultepec, en octubre de 2021.Fotógrafo Especial
Salvador Camarena

Como en México se entiende que si el acusado está en la cárcel hay justicia, y si está fuera de aquella es una muestra más de impunidad, desde el martes la cosa se puso de cabeza tras la salida de prisión de Emilio Lozoya, quien seguirá su proceso fuera de las rejas. “¡No es justu*!”, claman muchos.

Y no es que las y los mexicanos sean unos cabezotas duros de entendederas sin remedio. Todo lo contrario. Más que refractarios a los principios del derecho, son doctos en lógica: en México, quien tiene para buenos abogados, rara vez caerá en la cárcel o permanecerá largo tiempo en ella; quien no, y sobre todo aquellos nunca debieron estar en chirona, muy difícilmente hallarán la forma de salir de un penal, en el que además tendrán que pagar para al menos sobrevivir.

De ahí que sea fácil entender que el juicio a Lozoya, con sus más de cinco años de melodramáticos giros en los que negó, acusó, huyó, pactó, regresó, faroleó y lo entambaron, sea un ejemplo más de la injusta justicia mexicana. Tiene un poco de todo, incluido un fiscal que caso que agarra, caso que pierde.

Mas, ¿qué es lo relevante a destacar en este apunte para la fotografía de Emilio saliendo de la cárcel tras más de dos años de reclusión?

Hay que volver al principio: los Emilios de México no caen a la cárcel ni cuando deben caer.

Para mayor ejemplo, en las Lomas merodea otro peñista, tocayo de Lozoya, que desfachatado se desayuna en público como si la millonaria estafa maestra de la que fue uno de los protagonistas no hubiera desviado apoyos del erario para los más pobres.

Emilio Lozoya no tendría que haber estado en la cárcel. Emilio habría vivido todos estos años en Europa y se dedicaría a los fondos de inversión. Las capitales del mundo, incluyendo las asiáticas, y las alfombras para los finos zapatos, serían su lugar común.

Pero pasó lo que pasó y entonces se vuelve lógico su destino, cárcel y drama político incluidos.

Porque lo que sucedió es que Lozoya, una vez que, en mala hora, decidió hacer política como antes la hizo su padre, se volvió parte del equipo de Enrique Peña Nieto, donde el dinero manchó a muchos, y esos muchos luego encontraron en él y en Rosario Robles, los chivos donde expiarían su infamia.

¿Es el exdirector de Pemex inocente? Eso lo dirá un juez. Culpa tiene, eso sí, de haberse creído más listo que muchos, más fuerte que Luis Videgaray, más inalcanzable que EPN, más poderoso que los enemigos que se hizo al pactar con el fiscal Gertz Manero, es decir con AMLO, una acusación delirante.

Lozoya estaba en la cárcel por vanidad. Quien se presentaba como financiero digno de un Shark Tank internacional, nunca entendió que en el PRI se metió con tiburones que acordarían con AMLO un dorado exilio en EEUU o en España para dejarlo ahogarse solito al explicar las coimas de Odebrecht.

Esa vanidad se volvió soberbia cuando cantó en contra de PAN y PRI, y hasta de una periodista, a cambio de impunidad. Confundió, en tiempos de austeridad republicana, esa delación pactada con un salvoconducto para irse de martinis al Hunan (los mejores de la capital).

Aquí los ricos no van a la cárcel, a condición de no hacer de ello todo un alarde público. “¡No es justu!”, habría dicho esposado Lozoya. Y ahora, quienes lo saben en casita, claman exactamente lo mismo. Para ambos bandos, la ley —en efecto— no es la ley.

*Con el debido crédito a Chava Flores.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_