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Luis Muñoz Oliveira: “La trascendencia es un engaño”

En ‘Las Marcas del Agua’, el autor mezcla criptojudíos, la primera Nueva España y la búsqueda de la concordia religiosa con el México violento, corrupto y trágico de la actualidad

Luis Muñoz Oliveira
El escritor e investigador mexicano Luis Muñoz Oliveira, el 23 de febrero en Ciudad de México.Aggi Garduño
Pablo Ferri

En la última novela de Luis Muñoz Oliveira, Las Marcas del Agua, los corazones bellos se traicionan. Y no hay tantos, dos en realidad, los de Juana y Juan, ella periodista, hija consciente del privilegio, él un pobre diablo, víctima de todas las violencias posibles, protagonista de la gran tragedia asimilada que es el mundo moderno. “Me funciona la traición”, dice divertido el autor, “tengo toda la intención de que el lector crea que ahí va a existir una historia de amor”.

Pero no. Existe si acaso un amor deforme, un deseo de tienda 24 horas, frágil, atribulado, que pierde fuerza y solidez ante la mínima presión y se convierte en lo contrario. Ocurre así y al lector le duele. “Ya varios me han dicho que qué poca madre, que por qué les hago eso”, ríe. Pero Muñoz (Ciudad de México, 1976) sale ligero del atolladero y abre a cambio otras puertas, la de la venganza, la corrupción, el azar, la trascendencia... Hablando de esto último, el autor exclama: “¡La trascendencia es un engaño, un sinsentido!”.

Editado por Dharma Books hace unos meses, Las Marcas del Agua llega ahora a España. Es una historia jugosa y disparatada que mezcla el mundo del siglo XVI, en pleno estirón, colonia y reino, con el mal contemporáneo de la violencia criminal; la idea fantástica de unos criptojudíos, de crear una ciudad politeísta y tolerante en tiempos de la inquisición, con el camino accidentado de los que huyen del horror y la corrupción actuales. El fracaso del bien, en definitiva, asumiendo que el bien está en todos y en nadie. Como el mal.

Muñoz despunta en México a una edad tardía para los cánones actuales. Doctor en filosofía, empezó a escribir ficción en Barcelona hace 20 años, mientras estudiaba “el papel de la razonabilidad como virtud democrática”, en textos de Habermas o Rawls. Su nombre empezó a sonar con una colección de cuentos publicada hace un par de años, El Mismo Polvo, el brillante abanico de alucinaciones de un inventor de chips, que vive una epifanía en una catedral serbia. De ese libro y del último tratan las líneas siguientes.

Pregunta. En Las Marcas… su personaje principal, además de Juana Vicente y Juan Miquitzli, es Teodoro de Villalpando, un académico experto en los criptojudíos del siglo XVI —judíos que asumían el cristianismo de cara para afuera— y la Nueva España, que descubre un dato que cambia su carrera y su vida. En un momento, lee un fragmento de un texto de Hayden White: “La historia no puede llegar a ninguna verdad, porque la verdad no es de este mundo”.

Respuesta. Sí, es una frase académicamente curiosa. La verosimilitud es una virtud en el cine, la literatura, aunque bueno, ni el cine ni la literatura deben buscar la verosimilitud necesariamente. La historia contestaria, revolucionaria, muchas veces no tiene verosimilitud. Entonces, la verosimilitud en sí no sé si termina de ser una virtud de la historia.

P. La frase de White continúa y enlaza la verosimilitud con “las pasiones de los hombres”.

R. Lo que sí me gusta de la idea, cosa que Villalpando lleva hasta el final, es que la historia no puede ser tallada en piedra. Siempre vamos a encontrar cosas que transforman la interpretación de lo que conocemos. La verdad, en la historia al menos, es absolutamente contextual. Depende de las mejores razones del momento, que pueden ser superadas.

P. Villalpando lleva tatuada una frase: “En la naturaleza nada es contingente”. El azar es importante, en su novela y en los cuentos.

R. Es una pregunta importante, en la filosofía y en la forma en que nos entendemos como seres humanos: ¿somos o no somos libres de actuar?

(Una señora llega a la cafetería donde transcurre la entrevista. “¿Me compran un mazapán?”, pregunta. El autor responde amablemente que no.)

P. Imagine que dice que sí y entonces lo que viene después cambia.

R. Jaja, y empezamos otra novela. Bueno, entonces, ¿somos libres o no? A Teodoro le sorprenden mucho los acontecimientos que le llevan a encontrar el dato que cambia su carrera y su vida. Dice que solo puede ser el destino, tanta casualidad. Es todo el rato el juego de si estamos destinados o no. Con Juan Miquitzli uso el motor del destino y también el de la tragedia griega, con el coro diciendo qué le va a pasar. Miquitzli parece destinado a caer en los brazos del crimen organizado, la ilegalidad. Es un juego que me gusta, que hay en otras historias. Claramente, esto está inspirado en Los Olvidados, de Buñuel.

Curiosamente, el motor de Villalpando es otro. Primero cree en el destino, pero luego se da cuenta de que no. En algún momento, hablando de su tatuaje, le dice a Juana, ‘no, a mí lo del destino ya no me interesa, que lo decidan los físicos’.

P. Dice Juan: “En México nada era legítimo, nadie ameritaba nada. Porque en el origen había una herida no resuelta. La pinche conquista que sometió a unos y endiosó a otros. Y como el origen de la plata de los primeros cabrones era espurio, parecía que toda propiedad era pirata”.

R. Es el corazón de la historia. Juan, alias Fion Calavera, representa ese intento de hacer algo legítimo, pero se da cuenta de que la única forma de jugar el juego de hacerse rico es traficando con la ilegalidad. También los ricos están donde están por haber sido parte del juego, como el tío de Juana. Ese tío es uno de esos viejos priistas que no se llenó las manos de lodo, pero algo de lodo le salpicó.

P. Uno de los amigos de Fion es el Tepox, que siente odio de clase. Para él la respuesta a la infamia que es México es la violencia.

R. Esta historia del odio de clases no se ha resuelto en México. Cada tanto sale la clase gobernante a decir que los españoles merecen la hoguera, que pidan perdón. No es solo México, es Latinoamérica: lo que sucedió hace 500 años es el horror y hay que construir un mundo que niegue que eso sucedió, lo que me parece una franca estupidez. Podemos reescribir el pasado, pero no cambiarlo. Por eso hago una exploración de todo el siglo XVI. Es el siglo del descubrimiento, cuando la conquista sucede. Y eso funda el México contemporáneo, por más que se quiera reescribir esa historia.

P. Mientras leía la novela, vi Ruido, la película de Natalia Beristáin. Es fácil ver una similitud entre las periodistas, las dos mujeres, Juana en su caso, las dos investigando casos complicados relacionados con la corrupción y la violencia, las dos engullidas por el engranaje del crimen. Lo menciono por el peso que tiene en los creadores mexicanos la violencia en general y en particular la violencia contra las mujeres.

R. Sí, y además ahí… No se puede decir que es un hallazgo, pero es una sorpresa… Cuando revisamos los mitos fundacionales del cosmos mexica, la Coyolxauhqui y el nacimiento de la Luna… La Coyolxauhqui es una mujer desmembrada y parece que de nuevo estamos con el destino.

P. Caray, pero esa es una visión problemática, ¿no? Si la tomas muy en serio, claro…

R. No, claro, obviamente no estamos destinados a eso. Pero Juana se sorprende de esa Coyolxauhqui que está en el corazón de la cosmología mexica. La gran piedra de tres metros de diámetro que estaba en la época de los mexicas, al pie del Templo Mayor. Y la sangre de los sacrificados caía y la bañaba. O sea, no solo estaba desmembrada, sino que además estaba ensangrentada.

Y luego, si lees uno de tantos mitos sobre los volcanes —el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, visibles desde Ciudad de México en días claros— en el que tomo yo en el libro, la mujer dormida está muerta. Y Juana dice con cierta ironía que le parece muy curioso que en este país, donde se celebra tanto la muerte, donde hay catrinas y demás, a la mujer muerta le dicen la mujer dormida. Un eufemismo. Cuando vemos el Iztaccíhuatl, en vez de ver una mujer dormida, deberíamos ver una mujer muerta.

P. Hablamos de traición, azar… En El Mismo Polvo hay un cuento de un futbolista, Romualdo, que lleva tatuado “carpe diem” en el cuerpo, y se debate entre el placer momentáneo y la trascendencia. Escribes: “La felicidad es una forma de movimiento y lo que él necesitaba era sosiego”.

R. Me intriga muchísimo la cabeza de los futbolistas. Yo supongo que Neymar, si bien ha tenido una carrera exitosa y se ha hinchado a ganar plata, no trascendió. Y yo supongo que en algún momento, pensó que podría. No sé si él escogió no hacerlo, o quizá no pudo. Aunque si uno ve la vida de Neymar, al menos a partir de lo que cuentan los medios, él escogió el carpe diem, como al principio Romualdo.

En cambio, Ronaldo, el portugués, parece que sí se entrega a la trascendencia. Siento que ese conflicto debe estar en la cabeza de deportistas, cineastas, escritores... Hay quienes persiguen la gloria eterna y hay quienes no y eligen escribir para salir adelante.

P. ¿Es un tema que se plantea?

R. Es un tema interesante, sí. Cuando uno es joven piensa en el Nobel, pero eso se acaba muy rápido. Yo no conozco a ningún escritor que me haya dicho en la cara que quiere el Nobel. Pero sí hay muchos adolescentes que me lo dijeron cuando éramos adolescentes.

P. La reflexión continúa en sus libros…

R. Yo creo que la trascendencia es un engaño. Lo planteo desde un punto de vista más amplio. En algún libro mío, el personaje reflexiona sobre la importancia de que le pongan su nombre a una calle, pues esa ciudad desaparecerá, el planeta se extinguirá, el sol se apagará, y el universo acabará vacío y frío.

P. Bueno, entonces la trascendencia es un engaño desde el punto de vista cósmico, no humano.

R. Bueno sí, pero ¿vale la pena esforzarse tanto para trascender cuánto, 1.000 años?

P. ¿Cuánto querría trascender para de verdad luchar por ello?

R. No, no, la trascendencia es un sinsentido. O sea, hay que gozar la vida.

P. Carpe diem

R. Un carpe diem bien entendido. No es tomar cerveza todos los días. Es pensar que la vida, a menos que suceda un accidente, tiene un tiempo y hay que hacer que todo ese tiempo sea lo mejor posible. ¡También hay que pensar en el Pablo Ferri de 70 años!

P. Hablando de la trascendencia, hay una frase muy bonita en El Mismo Polvo. “También somos las voces que olvidamos”.

R. Ah, sí. Cuando armamos un relato de nuestra vida, resaltamos lo que recordamos y queremos recordar, pero también somos lo que no nombramos y no recordamos. Nos habita no solo lo que sabemos, también lo que ya olvidamos.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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