Las dos almas de Gael García Bernal: “Aún siento que podría dejar el cine y dedicarme a otra cosa”
A punto de cumplir 44 años, la estrella mexicana repasa algunas decisiones clave de una carrera marcada por la tensión entre lo artístico, lo político y lo comercial
Durante un viaje por la sierra huichol, Gael García Bernal descubrió que a las comunidades indígenas apenas les llegaba el agua potable, pero estaban inundadas de Coca-cola. Tenía 14 años y nunca más volvió a beber refresco. Un par de décadas más tarde hizo lo mismo con la carne roja por una mezcla de culpa y responsabilidad con el medioambiente, que coincidió además con el nacimiento de su primer hijo. A punto de cumplir hoy 44 años, el actor seguramente más famoso de México sigue cumpliendo la primera renuncia a rajatabla. Y la segunda, un poco a medias.
“Debo de confesar que por el tema de boxeo tuve que volver. Poquito, una vez al mes. Casi como medicina”, dice sentado en la parte de atrás de una camioneta rumbo a unos estudios de cine al sur de la capital. Gael está grabando la serie La Máquina, donde interpreta a un boxeador veterano que se enfrenta a su último gran combate. Lleva casi dos meses entrenando para el papel y reconoce que está molido. Pero avisa: “Apenas acabe con esto vuelvo a lo de no comer carne roja”
La anécdota de la alimentación ilustra el equilibro entre sus dos almas: el idealista y el pragmático, el activista y la superestrella, las causas políticas y las fotos en las revistas del corazón. Una especie de ying y el yang integrado también en su propia faceta de intérprete. El New York Times, que lo ha incluido en su lista de los 25 mejores actores del siglo XXI, dice que tiene “un magnetismo discreto que fusiona –con sus ojos de cierva y su mandíbula angulosa– la belleza masculina y femenina”. También lo describen como alguien “guapo y cool pero no intimidante, gracioso sin llegar a ser pesado, seguro de sí mismo pero no un idiota”.
El resto de sus últimos proyectos son otro ejemplo de esas dos caras. Por un lado acaba de estrenarse en el mundo Marvel haciendo de hombre lobo en la cinta Werewolf By Night, una historia superventas de monstruos para la plataforma de Disney. Y por otro, la nueva temporada de El Tema, una serie documental sobre los retos climáticos de la Ciudad de México. Uno de sus proyectos personales a cargo su propia productora, La Corriente del Golfo, que comparte con su amigo Diego Luna.
Cuando habla de El Tema, que ya va por la segunda temporada, levanta las cejas, mueve los brazos y defiende con todo el cuerpo un torrente de cifras sobre la ciudad a la que regresó a vivir después de pasar unos años en Buenos Aires con su primera esposa. “Ciudad de México es una de las pocas megalópolis donde casi el 40% es rural”. “El 20% de la energía que se utiliza en la ciudad es para traer agua y el otro 15% es para sacarla”. “Nuestra relación con el agua es como de estado de sitio”.
El niño militante
Gael ha visto edificios de la ciudad menearse como flanes de huevo mientras esperaba al autobús del colegio. Fue en el sismo 1985. Tenía siete años y hacía solo 10 días que acababa de llegar a la capital. Sus padres, actores, se mudaron de Guadalajara, donde nació la criatura, en busca de mejores trabajos en las tablas. En aquella época tenían una niñera española y comunista que le contaba al niño Gael historias de la guerra contra el dictador Franco.
Así fue entrándole a la política, como quien saca el sabor a un chicle. A los 10 años repartía propaganda a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, el primer candidato de izquierdas en México. A los 17 participó en su primera marcha a favor del EZLN y sentía que el subcomandante Marcos le estaba hablando a él. Dos años más tarde, una larga huelga en la UNAM interrumpió su licenciatura en Letras Hispánicas. Aprovechó para mudarse a Londres y estudiar interpretación. Entonces llegó la llamada. Alejandro González Iñárritu le ofrecía un papel importante en Amores Perros. En pocos meses pasó lo mismo con Y Tu Mamá También, de Alfonso Cuarón. La repercusión en todo el mundo fue, otra vez en palabras del New York Times, “como un terremoto”.
Aquellas películas pusieron al llamado nuevo cine mexicano en la órbita internacional. Años después vendrían los Oscar y las puertas de Hollywood abriéndose a sus pies. Aunque más de medio siglo antes, el país ya había sido una potencia del celuloide. Delante de unos hangares de ladrillo visto que están aquí desde los años cuarenta, Gael nos dice: “Bienvenidos a Cinecittá”. Hemos llegado a los estudios Churubusco, la legendaria incubadora del cine de oro mexicano. “Aquí hay fantasmas de Buñuel” dice recién maquillado y listo para empezar a rodar la serie del boxeador.
Gael sintió muy pronto la presión del actor latinoamericano en su camino de baldosas amarillas hacia Hollywood. Cuenta que “por joder y por contestatario” no quiso hacer “lo que todo el mundo”. De nuevo en la búsqueda de un equilibrio, trató de mantener cierto control de su carrera. “No quería ser un exiliado de mi mismo. No quería vivir esa fama tan desbordada. Pensaba que eso me iba a llevar a una vida insoportable. Y yo soy muy pedestre. ¡De niño quería ser pediatra rural!”. Se encontró diciendo que no a cosas grandes -por ejemplo la saga taquillera de Bourne- y haciendo también concesiones -alguna comedia romántica de sobremesa- hasta que con el chileno Pablo Larraín encontró esa ruta intermedia -entre lo artístico y el mercado- con proyectos como No, Neruda o Ema: “Me trajo la alegría del cine de vuelta”.
Tamales inoportunos
Antes de ir a los estudios, Gael se estaba tomando un café de media mañana en los jardines de la Fonoteca, una hermosa casona del siglo XVI en el muy colonial barrio de Coyoacán. Aprovechando la visita a esta especie de museo de los sonidos, contaba la historia de algunos ruidos callejeros que son casi una seña de identidad de la ciudad. Por ejemplo, el carrito de “los tamales calientitos” que siempre llega al caer la noche. “Es muy jodido porque se da cuando la película está poniéndose buena en casa”. Hace poco la cantinela del carrito le arruinó una de sus últimas películas favoritas: Otra ronda, de Thomas Vinterberg. “Retrata muy bien la masculinidad y de la mediana edad, que es bastante silenciosa. El conflicto va desarrollándose con mucha suavidad, sin estridencias”.
Gael también ha trabajado en películas nórdicas de autor. Como Mamut, del sueco Lukas Moodysson, otro retrato quirúrgico de las ansiedades y los deseos contemporáneos. Más directores con pedigrí: Pedro Almodóvar, Fernando Meirelles, Olivier Assayas, Roman Coppola o M. Night Shyamalan. Durante el café sigue hablando de realizadores que tras un gran éxito decidieron parar un rato largo, como el propio Vinterberg. Divaga sobre lo azaroso del cine -”¿Se podrá hacer películas buenas así, por suerte?”-, sobre películas buenas que no jalaron, como Los niños del hombre, de su amigo Cuarón. Se detiene alrededor de “la violencia de hacer cine”, sobre cómo afecta al territorio donde se rueda y al propio equipo: “hay gente que no soporta la presión y se retira”. Y remata diciendo que, pese a haber empezado a los 9 años en una telenovela, nunca lo ha sentido como una carrera, sino como algo en paralelo que le divertía: “Siento que todavía podría dejar de hacerlo y dedicarme a otra cosa”.
Durante su camino no solo ha actuado y producido, también se ha puesto a dirigir detrás de la cámara. O mejor dicho, al lado de la cámara. ”Hay algo voyerista del fotógrafo y el realizador que no hace sentir cómodo. Prefiero tener el cuadro delante pero estar al lado. Como Jarmusch, por ejemplo. Además hay algo muy bonito en filmar para luego ver como quedó”. Su última película, Chicuarotes, recibió alguna crítica dura. “Por suerte ser actor me ha entrenado a recibir cachetadas”. Se defiende en todo caso contra los que la acusaron de ser otra película tremendista sobre la violencia y la pobreza en México. “Es algo que sin embargo no se dice sobre otro temas, como el amor y la muerte. Sin embargo, la violencia es otro de esos temas que están ahí, que en México es sistémico, fuera de control, que no entendemos”.
Sobre la política de su país, lamenta la polarización que él mismo ha sufrido en redes sociales tras apoyar primero y criticar después al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Además, tenía una cuenta pendiente desde que dejó a medias su carrera universitaria de Letras. Aprovechando la oleada de idealismo que llegó con el nacimiento de su primer hijo decidió quitarse la espina. Entre rodaje y rodaje se puso a estudiar una maestría en Filosofía en una escuela suiza. Tuvo de profesores a tótems contemporáneos como Giorgio Agamben y Slavoj Zizek. Dice que ya tiene pensado el tema de su tesis. Pero que necesita al menos seis meses para sentarse tranquilo y escribir.
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