Vivian Gornick: “La gente está más aislada que nunca”
La escritora neoyorquina, de visita en México por el Hay Festival, desgrana con lucidez las contradicciones y el recorrido del feminismo, y analiza el mundo que ha dejado la pandemia
Le tomó unos 50 años a Vivian Gornick (Nueva York, 87 años) regresar a Ciudad de México. “No venía desde que era una estudiante”, comenta divertida. Con una simpatía que vence el cansancio de las horas de vuelo que recién ha atravesado, la escritora neoyorquina atiende a este periódico a poco de poner un pie en la capital mexicana. Aún no ha tenido tiempo para hacer una de las cosas que más le gustan, caminar la ciudad, pero espera lograrlo pese a la intensa actividad que le depara su agenda en México, donde participa de la nueva edición del Hay Festival Querétaro y en la Feria Internacional del Libro Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México. Conocer su ciudad a pie, cuenta, le ha dado otra relación con Nueva York, además de un libro sobre las experiencias que tuvo en la calle. Y le ha dado también tiempo para pensar. Sentada en la esquina de una librería, Gornick desgrana con lucidez las contradicciones del feminismo, profundiza en su obra (publicada en español por Sexto Piso) y analiza el mundo post-pandémico.
Pregunta. ¿Ha visto Nueva York cambiar a lo largo de todos estos años de caminarla?
Respuesta. Es una buena pregunta. Y Nueva York es la ciudad para preguntársela. En todo el mundo, la gente camina y es atrapada por la arquitectura, registra cambios en los edificios y cosas por el estilo. En Nueva York, la gente experimenta la ciudad a la altura de los ojos. Yo nunca miro hacia arriba, si mirara me asustaría mucho porque la ciudad se volvería una jungla de vidrio y acero. Pero cuando caminas y eres parte de la multitud durante toda tu vida, no se siente diferente. Yo soy una una mujer mayor y pasé por períodos que fueron peligrosos o pobres, observé cómo la ciudad cambiaba fantásticamente en términos de su población. Cuando yo era niña, todo el mundo era blanco. Ahora siempre ves a alguien negro o moreno. Las multitudes en la calle han cambiado inmensamente. Pero sigue siendo la misma multitud. Sigue siendo un flujo de humanidad.
P. ¿La pandemia le cambió algo?
R. Oh, sí. Ahora la ciudad está medio muerta. Se siente mal. Tantas tiendas, comercios, restaurantes y cafeterías han cerrado. Es realmente impactante.
P. Ha escrito en profundidad sobre la soledad, ¿la covid ha cambiado algo en ese aspecto? Ya sabe, sin poder salir de casa ni ver a la familia...
R. No fue mi caso. Mi vida no cambió en nada. Resultó que no le temía a la pandemia. No me daba miedo. Entonces salí y me encontré con gente todo el tiempo. Había cosas que no podía hacer, como ir al cine, al teatro o a conciertos. Eso fue una gran pérdida. Y porque conozco la soledad tan bien, a mí me fue mucho mejor que a otros que no estaban acostumbrados. Conozco gente que se volvió loca. Los peores fueron los matrimonios, hubo muchos divorcios durante el confinamiento.
P. Esta se volvió la era del Zoom y el teletrabajo. Estamos más conectados que nunca, ¿pero estamos también más solos que nunca?
R. Yo creo que sí. El mundo digital se ha publicitado como el que conecta a la gente. Pero en realidad, está establecido que la gente está más aislada que nunca culpa del internet. Un niño que se sienta entre seis y ocho horas en la computadora, ¿qué significado tiene su conexión con las personas al otro lado de la computadora? No hay una sensación táctil, no hay realidad, no hay nada. Los periódicos dicen cada día que hay más depresión y más suicidios entre los adolescentes que en muchos años. ¿De dónde viene eso? Yo creo que la gente ha estado siempre tan sola como hoy, solo que hoy está todo a la vista. Hace años, nadie hubiese hablado de la soledad, no estaba en el vocabulario. Era una gran vergüenza. Ahora todo el mundo la suelta como si nada, gracias a la cultura terapéutica y el siglo freudiano. Ahora somos más conscientes de lo que nos pasa dentro.
P. En su último libro en español, Cuentas pendientes, hace una oda a la relectura. ¿Por qué cree que es importante releer un libro en un momento en que todo es más efímero en la vida?
R. Porque es una de las cosas más nutritivas. Releer es vivir más profundamente con un libro. Cada libro es una pieza de inteligencia humana y experiencia humana, si es un buen libro, ¿no? Es una forma de experiencia. Y es también lo que espero cuando me siento a escribir, lograr dar forma a una experiencia.
P. ¿Qué cambia entre la primera lectura y la última?
R. Cuando leí esos libros por primera vez era demasiado joven para entenderlos en profundidad. 20 años después, los entendí mucho mejor. Me di cuenta de que hay muchos libros que simplemente necesitas ser mayor para comprenderlos, y tienes que convertirte en el lector correcto de los libros, y no es al revés.
P. Ha dicho en otras entrevistas que no lee autores contemporáneos, ¿por qué?
R. Por las razones que estamos hablando. Por más extraño que parezca, el mundo está envejeciendo y, sin embargo, cada vez más literatura es escrita por jóvenes. Y no es solo que sean jóvenes y su sentido del mundo sea diferente al mío por la edad. Es un mundo profundamente diferente. La mayoría de los jóvenes está influenciada por internet, y escribe de un mundo formado en sus cabezas a partir del internet. Odio eso. Puedo darme cuenta en un segundo por el sonido de una frase. Y no, ni siquiera lo intento [suelta una carcajada].
Gornick comenzó a trabajar en el legendario semanario The Village Voice cuando tenía 34 años. Como reportera le tocó cubrir durante los setenta la segunda ola del feminismo, en la que acabó siendo una militante más. Desde entonces se ha erigido como una de las voces más lúcidas del movimiento feminista en Estados Unidos. Un discurso que profundizó a lo largo de medio siglo con una quincena de libros, algunos con gran éxito en Europa, como Apegos feroces. Sus recuerdos siempre vuelven a esa época, donde el activismo le resultaba electrizante. “Éramos visionarias, éramos revolucionarias”, recuerda de aquellos días en los que forjó gran parte de las ideas que le acompañan hasta hoy.
P. ¿Cómo ve al movimiento feminista en la actualidad?
R. El Me Too volvió a despertar un poderoso sentido de los derechos de las mujeres. Cada cosa que dijeron en 2017, lo habíamos dicho nosotras hace 40 años. Pero esta vez estaban mucho más enojadas. Toda la sociedad ha sido tan influenciada por nosotras que el capitalismo tembló y los hombres perdieron sus trabajos, sus vidas fueron destruidas. Nunca esperábamos que algo así pudiera suceder. Ese enojo pasó porque en esos 40 años entre mi generación y la de ellas nada cambió demasiado. El cambio social es muy lento. Ahora hay una explosión, y miles de personas en el mundo cambiarán. Y luego iremos para atrás. Dos pasos adelante y uno atrás. Pero la idea de que las mujeres, gays o negros no somos ciudadanos de segunda clase no se irá a ningún lado.
P. ¿Podría el feminismo haber hecho algo diferente?
R. No lo creo. No es un movimiento organizado, es una explosión, y no puedes controlar una explosión. Una mujer abrió la boca y luego, de repente, hay mil mujeres diciendo lo mismo. Las cosas que dijo la mayoría tuvieron una gran influencia para generar cambios. Sí, han sucedido muchas cosas terribles, muchas feministas dijeron e hicieron cosas estúpidas, malas, equivocadas. Pero el tema en juego, el centro de la cuestión, es muy legítimo. Había una mujer en el Me Too, una mesera, que decía que una noche un hombre borracho en una fiesta agarró un billete de 20 dólares y le dijo: “Si me das tu número de teléfono, el billete es tuyo”. Eso me pone la piel de gallina.
P. ¿Pero le sorprende una historia así?
R. No me sorprende, ¡pero sí! Cuando yo era joven, encogíamos los hombros y decíamos: “Ese es el mundo”. Pero ahora que soy mayor pienso que es intolerable. No me sorprende, pero no lo olvido.
P. ¿Cuál debe ser la postura del feminismo ante los reaccionarios, ante quienes lo desacreditan con términos como feminazis?
R. Ignorarlos y seguir gritando. Esas acusaciones provienen de mentes que no entienden el problema. Así ha sido siempre. En los setenta éramos llamadas antinaturales. A mí me han dicho lesbiana, lo que en la época era un insulto. Hoy no se atreverían a decir una cosa así. Y también me han llamado feminazi [ríe divertida].
P. En varias ocasiones se ha posicionado en contra de la cultura de la cancelación, pero sabe que esa práctica tiene una raíz legítima, que son años de abusos perpetrados. ¿Cuál es el punto medio entre cancelar a alguien y no hacer nada?
R. No puedo responder eso. Tú probablemente puedas responder mejor que yo. La cultura de cancelación es terrible. Es descartar por completo a los seres humanos. Es represión y censura. Estamos viviendo en un tiempo y en una cultura que está tan fracturada, donde no hay un conjunto de creencias que mantenga unido a todo el mundo, y por eso nadie confía en nadie. Todos se sienten amenazados por los demás. Esa es la sensación del mundo. Es un sentimiento terrible.
P. ¿Eso fue lo que pasó en Estados Unidos para que se llegara al punto de derogar el derecho al aborto?
R. Siempre supe que la lucha por el aborto sería una lucha de 100 años. Vivimos en la cultura de la cancelación, en un mundo muy conservador, donde figuras autoritarias emergen todo el tiempo. El mundo Trump es lo que permitió que la derecha se fortaleciera tanto como para derogar el aborto. Pero creo que la mayoría de la gente en Estados Unidos está a favor del aborto, peleará esto lentamente y volverá a ganarlo. Eso es algo sobre lo que soy positiva. Ya hay pequeños grupos, lo que llamamos democracia de base, con todo tipo de personas, amas de casa, abogados, trabajadores sociales, que hacen pequeños esfuerzos para revertirlo. Y yo creo que va a pasar.
P. ¿Debe el feminismo en los países de América Latina que conquistaron ese derecho recientemente pensar en la posibilidad de que, quizás en 50 años, puede haber una regresión?
R. Sin duda. Ese derecho no está asegurado en ningún lado. Da terror, pero Estados Unidos es una lección ahora de lo poco seguro que es.
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