Alejandro Flores, el violinista olvidado: una historia de música y precariedad laboral
El violín alegre de la versión de ‘Ojalá que llueva café’ de Café Tacvba esconde una historia en la que su arreglista principal, Alejandro Flores, no subsiste de su arte y tampoco recibe las regalías que, dice, le corresponden
El sueño del niño violinista Aníbal Hernández se hizo realidad gracias a su talento y a un video de YouTube en el que decía: “Le queremos dedicar este huapango al señor Alejandro Flores, de Café Tacvba… Ojalá que llueva café, y mi sueño es tocar con ellos”. Él y su padre, Iván Hernández, que integran el dúo León Huasteco, fueron invitados a participar en la gira del 30 aniversario del grupo mexicano Café Tacvba. Para los fans de la banda, es un momento alegre y eufórico de los conciertos. Para el músico Alejandro Flores Betancourt (Morelos, 1959) representa la injusticia de que no se le retribuya económicamente por la autoría de los arreglos de esta canción y de que la agrupación lo haya reemplazado como músico invitado para interpretarla en los escenarios. Ojalá que llueva café es uno de los grandes éxitos de Café Tacvba, está basada en la original de Juan Luis Guerra y fue reinterpretada como un son tradicional gracias a la participación de Flores.
Este hombre de pelo cano se sumerge en un silencio breve cuando escucha lo que quisiera ignorar. Pero su recuerdo es persistente. Anhela aquellas épocas en las que la música, su leal compañera, le daba para vivir, pero también rememora con una mezcla de tristeza y enojo. Alejandro Flores era aquel joven de complexión gruesa, pelo chino y sonrisa fácil que le daba un abrazo a Rubén Albarrán al finalizar la versión huapanguera de Las flores en el Café Tacvba Unplugged de 1995, después de haber cantado y ejecutado el violín y el requinto jarocho.
“Yo quiero tocar y sobrevivir de lo que hago”, afirma Flores en entrevista con EL PAÍS, por videollamada porque le ha dado covid por segunda vez. Hace 13 años dejó de tocar con Café Tacvba, pero no ha sanado la herida. Además de lamentar que no recibe las regalías que le corresponden, afirma que percibía pagos injustos por cada concierto. “4.500 pesos mexicanos por cada presentación [alrededor de 219 dólares]”.
“La idea fue mía, a final de cuentas yo contextualicé el texto y la música [de Ojalá que llueva café]. Es un arreglo mío, el cual ellos no se tomaron la molestia de registrar [adecuadamente]. Lo dejaron ahí en el abandono”, expresa Flores. El instrumentista afirma, sin embargo, que no planea interponer una demanda. “Pero sí debe de haber el conocimiento de que esto no estuvo bien”, señala.
De acuerdo con la Ley Federal del Derecho de Autor en México, “la persona que participe en la realización de una obra musical en forma remunerada tendrá el derecho al pago de regalías que se generen por la comunicación o transmisión pública de la obra”.
Tan solo por las reproducciones en Spotify —alrededor de 28 millones—, la canción del álbum Avalancha de Éxitos produce ganancias de 89.600 dólares, es decir, alrededor de un millón 840.000 pesos, considerando la unidad de cálculo utilizada por Royalties Calculator [0,0032 dólares por reproducción] para determinar los ingresos de artistas y músicos a través de la firma sueca de streaming. La versión de Las flores del Unplugged de 1995, en la que Alejandro Flores toca el violín y canta, acumula 5 millones de reproducciones en Spotify, es decir, 16.000 dólares o 328.711 pesos en ganancias. Café Tacvba obtiene, según Royalties Calculator, 179.000 dólares al año, es decir, más de 3 millones de pesos, o 15.000 dólares al mes —308.000 pesos— en Spotify.
—¿Qué piensas de estas cifras?, se le pregunta al violinista. Hace un silencio antes de responder.
—Me da una profunda tristeza porque en México eso sucede, que te usen y que nadie se ponga de tu lado. Ellos [Café Tacvba] no te consideran como un artista, como alguien que genera ideas.
Alejandro Flores Betancourt nació en Emiliano Zapata (Morelos) en 1959. A los 12 años se mudó a Ciudad de México y a los 17 años grababa los sonidos de músicos regionales de diferentes zonas de México, una labor de recolección que continuó años más tarde. Formó el proyecto Painani de música argentina y chilena, y fue integrante de Zazhil, un grupo que acompañó a la cantautora mexicana Amparo Ochoa (1976-1994), con quien Flores hizo sus primeros arreglos musicales. Además de acompañar a Café Tacvba durante 16 años, ha colaborado con Kronos Quartet, Los Lobos, San Pascualito Rey o Mexrrisey. Tiene tres álbumes como músico independiente de un género que denomina “son progresivo” y encabeza el grupo Extráñame María.
A pesar de su trayectoria, batalla en el día a día y no subsiste de la música. “Yo necesito zapatos, ropa, necesito transportarme o irme a una reunión. Todo implica tener dinero. Yo no uso el metro o el camión porque no tengo dinero como para irme a dar una vuelta a cualquier lado. La única que me apoya es la mujer con la que vivo, es mi compañera”, dice Flores Betancourt.
Violinistas de la cerveza
“Históricamente, el prestigio de los músicos se ha apoyado en menospreciar a otras figuras que ellos mismos consideran no músicos, por ejemplo, los ‘violinistas de la cerveza’ —gente que no podía leer una partitura, actuaba para campesinos y se conformaba que le pagaran con alcohol, según Wolfgang Caspar Printz—”, reflexiona en entrevista con EL PAÍS Eduardo Huchín Sosa, músico, escritor, editor en la revista Letras Libres y autor de Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles (Turner, 2022).
“Todavía seguimos discutiendo en el siglo XXI quién es músico y quién no: depende de dónde estudiaste, de cómo es la escuela o la institución, de las acreditaciones que tengas”, explica Huchín.
“Hay una separación muy grande entre las superestrellas, que son muy pocas, y el resto de músicos buenos. Y no tiene nada que ver con la calidad. Hay un grupo de gente que gana muy bien siendo artistas musicales, y los que le siguen, que son muy buenos, la separación es inmensa. Esta desigualdad persiste”, agrega.
—¿Consideras que fuiste víctima de algún tipo de discriminación por parte de Café Tacvba?— se le cuestiona a Alejandro Flores.
—Yo creo que sí es una discriminación [cómo fui tratado], porque no te ven como lo que eres, como el músico que eres, pues es un güey que hace huapangos; hay un chingo de güeyes que hacen huapangos, y es un güey que qué se le puede hacer, es del campo. Nunca se tomaron la molestia de decir “este güey se dedicó a estudiar la música de México”.
‘Solo fue un colaborador’
El autor de la historia oficial de Café Tacvba, Bailando por nuestra cuenta (Planeta, 2016), Enrique Blanc, considera que Alejandro Flores no era el “quinto tacvbo”, como se le decía popularmente cuando participaba con el grupo —conformado por Rubén Albarrán, vocalista; Joselo Rangel, guitarrista; Quique Rangel, bajista; y Emmanuel del Real, tecladista—. “El quinto tacvbo era Balbi [Juan de Dios Balbi, exrepresentante de la agrupación], porque estaba muy ligado. Además, Alejandro tenía un momento muy particular [en los conciertos] en donde aparecía y luego desaparecía, es decir, yo lo veo como un colaborador, más que nada”, asegura el crítico de música en entrevista con EL PAÍS.
Para Blanc, el violinista debió de puntualizar el tema de las ganancias desde el inicio de la relación con el grupo. “No sabemos realmente hasta dónde es un arreglo o hasta dónde es que él con su instrumento replique un arreglo. Es complicado”, señala. “En principio pensaría que no es su proyecto”, enfatiza.
Este periódico contactó a Café Tacvba a través de su representante, Pablo Txino García, para conocer el punto de vista de la agrupación sobre las declaraciones de Alejandro Flores, sin embargo, aunque García respondió un correo electrónico inicial, no ha contestado los correos subsecuentes, ni los mensajes enviados a sus cuentas de redes sociales.
El acercamiento entre Alejandro Flores y Café Tacvba se dio antes del primer Unplugged del grupo en los años noventa. “Él apareció por coincidencia. Tiempo antes tocaba con Amparo Ochoa y ella acababa de fallecer. Y resultó que era un músico folclórico, un artistazo”, recuerda Emmanuel del Real, Meme, en el libro de Enrique Blanc. “Él es una estrella, el tipo es una persona que irradia tanta energía”, describe Del Real.
“Pensábamos que él [Alejandro] no iba a armarla con el violín para El baile y el salón, que necesitábamos un violinista más de estudio que le moviera a otro tipo de música, por eso invitamos a Antonio Franco. Y, cuando se conocieron, llegó Alejandro y le dijo: ‘¿y tú qué?’. Y Franco le respondió: ‘yo toco con la sinfónica’. Y Alejandro, ‘pues yo tocaba con Amparo Ochoa’. Y le preguntó: ‘¿ y sabes tocar huapango?’, a lo que Franco respondió: ‘sí, claro, el de Moncayo”, relata Rubén Albarrán en el libro el encuentro entre Alejandro Flores y Antonio Franco, Lazlo Lozla, otro violinista que también participó en el Café Tacvba Unplugged de 1995.
Flores cuenta que hace varios años le llamó por teléfono Quique Rangel, el bajista del grupo. “Hubo un día en que me habla el hermano de Joselo y me dice: ‘oye, queremos ver si cedes tus derechos de lo que estamos haciendo”.
—¿Y qué contestaste?—
—Le dije: ‘no puede ser posible que hasta eso me pidan’. Después me dijo: ‘no, yo ni siquiera te hablé', [y le respondí:] ‘sí me hablaste para decirme que si cedía los derechos de lo que hicimos”.
“Parecería que solo vemos con justicia que les vaya bien a los músicos muy conocidos, pero la gente que está alrededor, que contribuye también a esta música y que no vemos, parece que nada más cumplen un trabajo temporal. O sea, cuando tocan, ahí sí, pero si contribuyen a un disco, si contribuyen a un sonido que ya es conocida una canción, parece que no merecerían esta retribución”, asegura Eduardo Huchín.
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