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Hostería La bota hace un “llamado de auxilio” tras la clausura: “Somos un lugar de pensamiento crítico”

Desde que abrió hace 17 años, el espacio se ha convertido en un referente de la cultura independiente de Ciudad de México. Los dueños critican que el cierre es “arbitrario” mientras la alcaldía defiende que el local no está regularizado

Hostería La Bota, durante un encuentro de mujeres poetas
El interior de Hostería La Bota, durante un encuentro de mujeres poetas, en 2018.Secretaría de Cultura CDMX

La peatonal San Jerónimo del centro histórico de Ciudad de México sonaba este domingo a tablao al aire libre. Castañuelas, guitarra, tacones, ole y toma ya: “Bienvenidos esta tarde a la manifestación pacífica por la reapertura del cultubar Hostería La bota”. Músicos, artistas y poetas locales se habían reunido en la acera para pedir que el local, clausurado el jueves, vuelva a abrir. Las autoridades de la alcaldía Cuauhtémoc, donde se encuentra el espacio, argumentan que el sitio fue cerrado porque no está regularizado. Pero los dueños del bar aseguran que cuentan con “todos los permisos” y temen que una clausura “arbitraria” los obligue a cerrar de forma definitiva tras 17 años como referente de la cultura independiente en la capital: “Haremos lo posible por reabrir nuestro espacio”.

Trabajadores del Instituto de Verificación Administrativa (Invea) llegaron el jueves pasadas las siete de la tarde al local con una orden de clausura. La resolución había sido emitida durante la Administración pasada, según explica un vocero de la alcaldía Cuauhtémoc a este periódico, porque supuestamente faltaba documentación y el “periodo de gracia” para regularizar la situación había terminado. Pero Antonio Calera-Grobet, poeta y fundador de Hostería La bota, asegura que ese día les enseñó a los funcionarios los documentos “en forma” y que el permiso que requerían, de Protección Civil, estaba renovado hasta noviembre de este año. “Aun así, se nos clausura de manera categórica sin posibilidad de argumentar nada”, afirma el poeta. Tuvieron que cobrarle a los clientes que estaban comiendo y salir.

En los últimos meses, los funcionarios del Invea habían visitado el bar otras tres veces, explica Melisa Arzate, historiadora del arte y pareja de Calera-Grobet: “Se nos había dicho que estábamos en regla”. Arzate destaca que el historial del bar estaba “limpio” y que “nunca” habían tenido “ningún problema”. Por el contrario, tras la pandemia, habían cumplido con cada nuevo requerimiento que se les exigía. Por ejemplo, habían tenido que cambiar las sombrillas del exterior, tradicionalmente azules, por otras color vino que se adecuaban a las condiciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia. “Si tenemos todos nuestros papeles, si los exhibimos antes y después [de la clausura], ¿esto qué significa? Más bien parece una cosa de corrupción”, denuncia la historiadora.

Para Calera-Grobet, el cierre está vinculado con las críticas que él ha hecho contra la “degradación” del centro histórico. “En los últimos dos años se ha acelerado el aniquilamiento del entorno. Existe una falta de vigilancia y de servicios públicos elementales, como el drenaje o la iluminación”, se queja. El poeta lo relaciona, por ejemplo, con un artículo publicado en diciembre en el diario Reforma, donde él es consejero editorial. Allí se leía que las calles se habían convertido en una “zona de terror”. Este domingo, el poeta lo formuló, de otra forma, ante las cerca de 50 personas reunidas: “Somos un lugar de pensamiento crítico. Este ha sido un espacio para el cuestionamiento de la gobernabilidad en este país”.

Calera-Grobet fundó Hostería La bota en 2005. Ese año, él dirigía el centro cultural Casa Vecina –que hoy ya no existe– y el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, había lanzado un programa para la “revitalización” del centro histórico con el apoyo del empresario Carlos Slim. Como parte de ese plan, en la calle Regina se abrieron diferentes iniciativas culturales, como Hostería La bota, que más tarde se mudó a su actual ubicación en el pasaje San Jerónimo.

Desde entonces, por Hostería La bota han pasado más de “más de 3.000 creadores” y se han organizado presentaciones de libros, proyecciones de películas, talleres, conferencias y festivales de poesía. La oferta cultural se completa con una propuesta gastronómica que incluye platos de España, Portugal, Cuba y México. “Llegó a haber 42 espacios de este tipo y hoy somos el único proyecto que sobrevivió”, afirma Calera-Grobet, que estos días siente “rabia y tristeza”.

Arzate lamenta que la zona, en cambio, se haya “plagado de chelerías”: “No estamos en contra de otros establecimientos, pero sabemos –y la policía lo sabe– que otros locales funcionan de manera ilegal, que venden a menores, hay narcomenudeo, operan a deshora, superando los decibeles permitidos, sin protocolo de pandemia… Y a esos no los clausuran”. Lo único que quieren, dice, es “poder operar y pagar los sueldos tranquilamente” a los 24 empleados que trabajan en el bar. “Que La bota sobreviva”, continúa la historiadora, “no fue fruto del azar, sino del trabajo, el esfuerzo, la inteligencia y corazón que hemos puesto”.

Por eso, este lunes mandaban un “llamado de auxilio” a la alcaldesa de la demarcación Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, que desde que asumió en junio de 2021 acumula varias denuncias y cuestionamientos. A principios de abril tuvo que pedir perdón por agredir a tres policías y, más recientemente, un juez ha ordenado su destitución por “abuso de funciones” en el cierre de un centro deportivo. También fue sonada la polémica por la eliminación de los rótulos de los puestos ambulantes de la delegación. El grito también va dirigido a la jefa de Gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum, y a la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto: “Si estamos incumpliendo con algo, lo pagaremos y asistiremos a lo que marque la ley. Pero antes tenemos que saber cuál es la falta porque no nos explican cómo se solucionan las cosas”.

El apoyo ya les ha llegado de parte de amigos, vecinos y artistas que este lunes iniciaron una petición a través de la plataforma Change.org. El domingo también sintieron ese acompañamiento durante la “manifestación pacífica” que se organizó ante las persianas cerradas y blindadas con sellos de papel. “Antes del fin del mundo esculpiremos otros juntos”, se leía en las chapas. Delante taconeaban las bailaoras; a metros de allí, tres artistas pintaban sobre lienzos en blanco; más tarde tocaría una banda de jazz. El bar de al lado abría con reguetón. “Tomemos la calle, ya no nos queda de otra”, animó uno de los asistentes. Después volaron versos del poeta chileno Raúl Zurita impresos en papeles de colores: “Todo mi amor está aquí y se ha quedado pegado a las rocas, al mar, a las montañas”.

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