De la sintonía con Slim a los roces con la patronal: los contrastes de la relación de López Obrador con los empresarios
Las decisiones del Gobierno de Morena han sido hasta ahora especialmente prudentes con el poder económico mexicano más allá de la retórica de radicalidad y ruptura con el pasado
Como tantas otras veces durante los últimos tres años, Carlos Slim y Andrés Manuel López Obrador dieron esta semana una nueva muestra de sintonía. El hombre más rico de México lanzó el jueves un espaldarazo público al instar a los empresarios a “no pelearse a periodicazos” contra el Gobierno porque “cuando es electo democráticamente hay que respetarlo”. El guante fue recogido al día siguiente por el presidente del país, que celebró las palabras de concordia del magnate para después mandar uno de sus dardos habituales: “A mí no me impuso la cúpula económica, como era antes”.
El cruce de mensajes ilustra los contrastes que envuelven la relación del López Obrador con el poder empresarial. La iniciativa privada suele estar en la diana de los ataques del presidente como parte de su estrategia de confrontación. Aunque con un tono menor que el dirigido al resto de sus adversarios más frecuentes: oposición, periodistas críticos o empresas extranjeras. López Obrador ha sido especialmente prudente con los grandes empresarios mexicanos desde el inicio del sexenio prolongando hasta ahora una especie de calma tensa.
Más allá de la retórica de radicalidad ideológica y ruptura con el pasado, las decisiones políticas del Gobierno de Morena también han sido cuidadosas con el poder económico del país. Tanto la postergación de una reforma fiscal a fondo -que supuso la salida del primer secretario de Hacienda- como la particular heterodoxia basada en el control a rajatabla del gasto público han sido movimientos celebrados por los empresarios.
El propio Slim, propietario del conglomerado Grupo Carso, calificó esta semana de “certero” el rumbo de la política económica del Gobierno de López Obrador porque ha buscado “ser más activo en la recaudación fiscal sin subir impuestos” y con especial atención a unas finanzas públicas sanas que mantienen a raya la inflación y un tipo de cambio estable.
Durante una entrevista con el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, la mayor patronal del país, Slim coronó su cierre de filas con el gobierno criticando las posturas más beligerantes del empresariado: “El tener conflictos, yo diría a veces caprichosos o ideológicos, es una tontería. Confrontar por confrontar o porque el que ganó no es de nuestro agrado, es una estupidez”. Su interlocutor, el presidente de la patronal, Carlos Salazar, reveló que afrontó “presiones” internas para ser “más estridente” con el Ejecutivo de Morena.
En una entrevista reciente con este diario, Salazar explicó que los momentos más difíciles en la relación con el Gobierno fueron propiciados por la falta de ayudas durante la pandemia. Mientras los gobiernos de medio mundo abrieron el grifo del dinero público, López Obrador optó por un modesto paquete de créditos para las compañías más pequeñas. El desencuentro, según Salazar, provocó que se cortara la comunicación durante meses.
Tras la arrolladora victoria de 2018, López Obrador se esmeró en ahuyentar la imagen de izquierdista radical enemigo de los empresarios. El acercamiento culminó con la creación del llamado Consejo Asesor Empresarial, formado por los magnates más poderosos del país, con los que se reúne periódicamente. Durante la pandemia, incluso su círculo de mayor confianza alzó la voz. La señal más clara de la discordia fueron las palabras en noviembre de 2010 de Alfonso Romo, jefe de la oficina de Presidencia, y correa de transmisión con los grandes empresarios.
Romo criticó la gestión económica de la pandemia pidiendo más espacio para la inversión privada. Un mes después, anunció su salida del Gabinete. Durante eses meses convulsos, el mundo corporativo incluso empezó a moverse entre bambalinas para apoyar una futura candidatura opositora de cara a las elecciones intermedias de junio de 2021.
Pasados los comicios, las aguas volvieron a su cauce con una nueva reunión organizada por el presidente con las primeras espadas de los negocios mexicanos: Carlos Slim; Emilio Azcárraga, presidente de Televisa; Laura Díaz Barroso, a la cabeza de Santander México; e incluso Claudio X. González, uno de los empresarios más activos en el apoyo de la oposición. A la salida del encuentro, López Obrador prolongó los puentes: “No se puede desarrollar el país solo con la inversión pública, se requiere de la inversión privada”.
De todos los grandes magnates, sin duda Slim es con el que más sintonía ha mostrado el presidente. “Amigo y buen empresario”, ha llegado a calificarle después de uno de sus numerosos encuentros privados. López Obrador ha llegado a celebrar el pago de impuestos por parte del magnate consorcio de telecomunicaciones. Han sobrevolado juntos en helicóptero un tramo de las obras del Tren Maya, uno de los grandes proyectos de infraestructura del Gobierno, en el que participa el Grupo Carso. Y ha avalado los polémicos acuerdos de reparación a las víctimas del accidente del metro de la capital por parte de la misma empresa de Slim, que construyó el tramo siniestrado.
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