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El opositor contra el presidente: López Obrador se enfrenta a sí mismo

El mandatario acelera sus planes de ruptura con el pasado en busca de un legado duradero mientras se prepara para reivindicarse nuevamente en la votación sobre la revocación del mandato

Francesco Manetto
Andrés Manuel López Obrador discurso en el Zócalo vendedores Amlo Fest
Un vendedor ambulante enseña dos caretas del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, el pasado miércoles en el Zócalo de Ciudad de México.CLAUDIO CRUZ (AFP)

Andrés Manuel López Obrador y su equipo tenían, cuando el presidente de México era líder de la oposición, el teléfono de miles de simpatizantes. Sonaba el aparato y, al descolgar, arrancaba un mensaje grabado. “Amigas, amigos...”. Su voz entraba en las casas de los militantes para convocarlos a un acto especialmente importante o movilizarlos en defensa de alguna reivindicación en el Zócalo. Según él mismo ha confesado, siente cierta nostalgia de esos tiempos. El hombre que más veces luchó por la banda presidencial en la historia reciente del país lleva tres años al frente del Gobierno, pero aún no ha guardado su traje de eterno candidato. Volvió a lucirlo el miércoles ante una multitud congregada en esa plaza, escenario de todas sus batallas. López Obrador celebró el meridiano de su mandato como un gobernante que lucha consigo mismo, un político que subió al estrado para hablarles a los mexicanos y se dirigió más a los suyos para volver a legitimarse con vistas a la consulta sobre la revocación de mandato prevista para abril. Lo hizo con un discurso en el que se palpaba un afán por dejar un legado duradero y, al mismo tiempo, se respiraba su añoranza por las posibilidades infinitas de la narrativa de protesta.

López Obrador, AMLO, el presidente y el opositor, dejó claro que profundizará la militarización de México, aunque negó que esté militarizando al país. Habló de la centralidad de los servicios públicos, pero no detalló sus planes ante los problemas más graves en materia de salud o educación. Defendió sus logros para mantener estabilidad económica en medio de la pandemia mientras la inflación asfixia a los más vulnerables. Rechazó un giro al centro y pidió fidelidad a los ideales de izquierdas, un llamamiento natural que, sin embargo, utilizó más para cargar contra sus adversarios y escenificar la ruptura con las pasadas Administraciones del PRI y del PAN. El mandatario dejó varias incógnitas sobre lo que finalmente hará en la segunda parte del sexenio que se inició en 2018. No obstante, más allá de mantras como “primero los pobres” o “abrazos, no balazos”, una vez más sugirió que su proyecto político, la llamada Cuarta Transformación, encierra un pulso con el poder desde el poder.

“La interpretación de lo que está haciendo tiene que ver con su enorme popularidad”, opina Humberto Beck, profesor del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México. El presidente cuenta con una aceptación que, según la mayoría de las encuestas, no baja del 60% e incluso supera el 70%. Esos datos chocan incluso con la aprobación de sus propias medidas, mucho más baja. Esa es otra de las paradojas que rodean a López Obrador. Por esta razón, continúa el investigador, “él siente que no tiene por qué dar justificaciones porque siente que tiene una legitimidad abrumadora”. “A tres años de Gobierno, está muy cómodo caminando en una estrecha línea entre las dos posibilidades del populismo”, señala. Es decir, entre la que busca una modernización de la democracia y el fortalecimiento del liderazgo personal que precisamente debilita a las instituciones democráticas. De momento, según Beck, se mantiene en “la ambigüedad de la gran ceremonia de una cierta identificación del pueblo con el líder”. Y a eso se añade que “sigue sin consolidarse un pueblo de izquierda independiente” al margen de Morena, la formación que sostiene al Ejecutivo.

La cesión de competencias al Ejército, que gestionará algunos de los principales proyectos de infraestructura y administrará la distribución de medicamentos, es un ejemplo que muchos analistas consideran preocupante. “Pueblo uniformado”, lo llamó el presidente durante su intervención en el Zócalo. Y si su propósito declarado consiste en alejar a los militares de muchos desmanes del pasado, las consecuencias encierran muchas dudas, empezando por la difícil vuelta atrás de esta decisión. Como suele pasarles a muchos políticos que se forjaron en el cuerpo a cuerpo de la oposición, el discurso y el diagnóstico apenas tienen fisuras. Las dificultades empiezan con la ejecución de las políticas públicas.

“Las transformaciones sustantivas que se presuponen a un presidente fuerte no están, su proyecto de política pública es bastante pobre y los resultados en consecuencia son muy limitados”, considera Edna Jaime, politóloga y directora de la organización México Evalúa. “Sí tiene programas sociales de transferencia muy importantes. El efecto paradójico es que puede que no esté llegando a los más pobres, las primeras evaluaciones nos indican eso”, sigue. En materia económica el panorama tampoco es alentador, en su opinión. “Tenemos lo macro y lo micro. En lo macro es cuidadoso de la estabilidad financiera y tiene muy claro que lo macro debe funcionar, pero en lo micro se están generando problemas que veremos a lo largo del tiempo, rezagos en materia de salud y educación”. “El presidente se va dando cuenta de que no va a dejar el legado que prometió y eso me lleva a preguntarme si no va tomar decisiones más erráticas”, resume Jaime, que destaca también “el intento de debilitar los mecanismos de contrapeso”. Por ejemplo, el pulso con el Instituto Nacional Electoral (INE) o la incertidumbre que ha generado su cambio de planes para el Banco de México con el nombramiento de una funcionaria sin experiencia en política monetaria.

El mandatario, no obstante, sí supo conectar con una mayoría social, ha logrado mantener ese vínculo y al mismo tiempo ha evitado un enfrentamiento directo con las élites económicas mexicanas. “Es difícil no estar de acuerdo con él en el plano discursivo. Esa narrativa pública genera mucho apoyo y ahí no se utilizan los datos duros de la evidencia empírica, se apela a los sentimientos”, razona Khemvirg Puente, profesor y coordinador del posgrado de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. “López Obrador ha sido un presidente exitoso en uno de los temas fundamentales: explicar el fracaso de un modelo neoliberal que ha llevado a altas tasas de desigualdad, pobreza y corrupción. Ha tenido mucho éxito en eso, que es muy simple, está vinculado a la captura del Estado por los intereses privados”. Ese triunfo narrativo tenía difícil traducción en la práctica. “El problema es que en este proceso no ha tenido éxito en la construcción de una política alternativa que nos lleve a un cambio. Lo único son las grandes obras, la refinería Dos Bocas, el Tren Maya, los megaproyectos pueden salvarle la cara”, opina.

La lucha contra la corrupción, la columna vertebral de la Cuarta Transformación, tampoco está dejando los resultados esperados más allá de las proclamas, según varias denuncias. Esta semana, el instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) y la plataforma de abogadas TOJIL presentaron un estudio que indica que entre 2019 y 2020 solo en ocho de las 32 entidades federativas del país se judicializaron más del 5% de las investigaciones iniciadas. Es decir, “la mayoría de los casos de corrupción no se sancionan” y eso amplifica la impunidad, no solo su percepción. Hay un problema estructural de presupuesto y decenas de fiscalías “carecen de un protocolo de audiencias, de protección a testigos, entregas vigiladas y operaciones encubiertas, lo que significa que hay pocos instrumentos normativos para realizar investigaciones de actos de corrupción” .

Sin embargo, nada de eso parece afectar a la imagen del presidente, a tenor de los estudios de opinión. Con una oposición desarticulada y una tribuna cotidiana para defenderse, durante las conferencias de prensa mañaneras, López Obrador se prepara ahora para regresar a su hábitat natural, el de la contienda en las urnas. Lo hará en abril, en una consulta sobre la revocación de mandato con la que pretende reivindicarse una vez más. “Vamos a probar de nuevo qué tanto respaldo tiene nuestra política de transformación. Sabremos si vamos bien o no”, dijo el miércoles acompañado de su esposa, la escritora Beatriz Gutiérrez Müller, rodeado de su Ejecutivo y de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, una de las favoritas para sucederle junto con el canciller, Marcelo Ebrard, y el senador Ricardo Monreal. “Se le preguntará al pueblo, que es el soberano, el que manda, si quiere que yo continúe en la presidencia o que renuncie”, enfatizó. La pregunta es retórica y la respuesta casi obvia, pero este instrumento, que no es nuevo y ya había sido anunciado en repetidas ocasiones, se presenta ya como el próximo hito del mandato. Un paso que no tiene que ver con la acción de Gobierno, sino con la enésima batalla narrativa y que allana el camino hacia las elecciones presidenciales de 2024.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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