La bravura de las madres mexicanas cobra vida en ‘Sin señas particulares’
La película ganadora del Festival de Cine de Morelia sobre secuestros masivos en camiones y reclutamientos del crimen organizado promete elevar el discurso sobre la herida abierta de las víctimas de la violencia en México
La historia sigue el hilo de los más de mil relatos repetidos en México. Esta vez toma el nombre de Magdalena, una madre que ve a su hijo partir en un camión hacia Estados Unidos con una mochila al hombro y la promesa de un futuro mejor. Cuando su hijo se convierte en uno de los más de 91.000 desaparecidos que acumula el país, Magdalena se adentra en un viaje desde Guanajuato a la frontera. Ella sola contra un sistema corrupto y saturado. Sin haber salido nunca de su pueblo, sin saber leer o escribir los documentos del Ministerio Público, y sin rendirse tras negarse a declarar a su hijo como muerto, ya que el registro que le dieron las autoridades no tenía señas particulares de él.
La película que ha conquistado el Festival de Morelia 2020 y que se estrenará el próximo 5 de agosto es el primer largometraje de Fernanda Valadez. La directora ha conseguido aproximarse de una forma más humana a una trama repetida en la cultura mexicana y que este año se ha hecho oír en el Festival de Cannes: la estela de violencia en México. Sin señas particulares es una película de bajo presupuesto que ha llamado la atención de la crítica al conseguir involucrar al espectador en una experiencia visual casi hipnótica, transportándolo dentro de las escenas con unos cuidadosos recursos audiovisuales y una banda sonora capaz de acelerar o ralentizar el ritmo cardiaco a su conveniencia. La sensibilidad con la que la cámara acompaña al personaje le ha valido el premio al mejor guion en el Festival Sundance 2020, Premio Horizontes Latinos y Premio de la Cooperación Española en el Festival de San Sebastián, además de varios reconocimientos a nivel internacional.
Valadez se involucró de lleno en el proyecto, dirigiendo el mismo y coescribiendo el guion con una compañera de su época de estudiante de cine: Astrid Rondero. Ambas se inspiraron en la terrible realidad que relataban los titulares de 2012. “En México siempre hubo crimen organizado, pero esos años hubo un cambio y permeó a muchos sectores sociales. Empezamos a sentir como las desapariciones y secuestros podían tocarnos a todos”, relata la directora. Ese sentimiento de desesperanza y vulnerabilidad fue la tinta de las primeras líneas del guion, una historia para hablar de las desapariciones masivas después de la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón. “Las madres de las víctimas se convirtieron en detectives, en activistas, y conseguían en algunas ocasiones más información que la autoridad”, recuerda.
Antes de que la prensa se hiciera eco de la estela de denuncias por familiares en paradero desconocido, Rondero y Valadez se informaban de las desapariciones por los testimonios que colgaban los allegados de las víctimas en un blog en internet. “Fue ahí donde Astrid encontró una crónica de un superviviente de un secuestro de un autobús”, narra sobre la semilla del proyecto. “No sabemos si es verdad o ficcionada, pero encajaba en los testimonios de secuestros de camiones en México que llegaban con las maletas, pero sin pasajeros y que sospechábamos que eran signos de formas de reclutamiento forzado”, agrega.
A través de Magdalena, las creadoras fusionan la valentía de las madres mexicanas que se enfrentaron a su tragedia y salieron a buscar a sus hijos. En su viaje la protagonista entra en contacto con más personajes que, pese a tener una realidad muy diferente a la de suya como campesina analfabeta, habían perdido a alguien del que no volvían a saber nada. En un puesto de reconocimiento de cadáveres en la frontera, otra madre le cuenta a Magdalena que lleva años buscando a su hijo. Al verla aturdida por la burocracia, le asesora y le dice que no firme los papeles que le han dado en el que identifican a su hijo como muerto con la única prueba de haber encontrado su mochila entre restos de otras víctimas. “Si lo firma, dejarán de buscarlo. No cometa el mismo error que cometí yo”, le pide. Eso le da fuerzas para seguir las pocas pistas que tiene del rastro de su hijo por caminos polvorientos en tierra de nadie, con apenas una bolsa de plástico con algo de ropa y sin dinero.
La intérprete Mercedes Hernández también se nutrió de las notas de los diarios y testimonios de los familiares para reproducir el dolor en Magdalena. “Hay una dicotomía entre la fragilidad de no tener al familiar cerca y la fortaleza que se necesita para salir a buscarlo. Ella [su personaje] tenía que tener los pies en la tierra para caminar y buscar, pero a la vez le tenían que crecer alas para enfrentar los obstáculos que se le presentan en el viaje”, comenta. Sin embargo, la producción de la película cuidó que la historia permaneciera bajo el término de ficción, alejada del formato documental, por lo que intentaron inhibirse de historias reales o de los testimonios de las asociaciones de víctimas.
La protagonista tenía un recurso más en su manga para meterse en el personaje: sus propios recuerdos. A sus 50 años, su memoria todavía tiene fresca esa imagen del “terrible expresidente” obsesionado con combatir al crimen organizado a cualquier precio, vestido de militar y subido en un tanque declarando la guerra al narcotráfico. “Estaba ensoberbecido por el poder de una manera hipócrita y todavía seguimos viviendo las consecuencias de esas decisiones tan equivocadas”, agrega la actriz sobre los últimos datos de homicidios y desapariciones en México que no se han inmutado por la pandemia. Para la directora, que el foco del cine se esté centrando en este desgarrador escenario es un signo de su huella en la vida cotidiana de México. “En la medida que esta realidad se siga presentado, seguirá siendo fuente de historias y periodismo. El cine como el arte es un detonante para entender, pero también para procesar heridas que tenemos en la sociedad, y la violencia en México es algo que no hemos dejado atrás”, subraya Valadez.
A ella y a Hernández, al igual que al resto del equipo, el éxito de Sin señas particulares vino sin avisar. “No estábamos preparadas. Es una película muy chiquita de presupuesto pequeño y lo veo como una fortuna. Como no tuvimos expectativas, tuvimos la libertad de contar la historia sin estar pensando en lo que iba a pasar después en festivales o con público”, recuerda Valadez.
Por su lado, Hernández ya estaba haciendo malabares con el resto de estrenos de éxito que ha acumulado en los últimos meses. Primero Somos, la serie de Netflix en la que interpreta a la señora Chayo, y después La civil, la película aclamada en Cannes sobre una madre que busca a su hija desaparecida en Tamaulipas. Sus últimos tres grandes papeles tienes una cosa en común: la figura mítica de la madre que es capaz de cargar sobre sus espaldas lo que sea con tal de salvar a sus hijos. Una figura que en México se contagia a todas las mujeres que no tienen otra opción salvo ser valientes.
Hernández tiene un hijo adolescente y varias veces durante el rodaje se coló ese pensamiento en su cabeza. “En un país como México las madres tenemos miedo de que nos pase algo así”, comenta. Por suerte, al cortar las escenas podía distanciarse de la realidad del personaje, pero la sensación se queda en la mente de los espectadores por varias horas. “Dentro de las mujeres que son físicamente pequeñas y con funciones sociales pequeñas como que vendan hot-dogs, trabajadoras del hogar o madres solteras hay una fuerza inconmensurable”, comenta, y asegura que ve esa fortaleza en todas las mujeres que observa en Ciudad de México que van a trabajar cada día y que se suben al transporte público con un niño en brazos y el bolso cargado de pañales en el otro.
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