El paseo de las víctimas recuerda las deudas pendientes de México
Los afectados por las grandes tragedias del país, como el ‘caso Ayotzinapa’, han convertido el Paseo de la Reforma de Ciudad de México en un espacio de reivindicación y memoria a través de antimonumentos
La historia reciente de México acumula ignominias que el pueblo se niega a olvidar. Terror sin justicia y desapariciones candentes en la memoria. David y Miguel fueron secuestrados en 2012 y nunca más se supo; 49 niños murieron en el incendio de una guardería de Sonora en 2009 sin que se hayan depurado responsabilidades; hace 10 años, decenas de hombres quedaron atrapados en la mina de Pasta de Conchos; hoy es el sexto aniversario de la desaparición de los estudiantes de Iguala, los tristemente famosos 43 de Ayotzinapa, cuyos cuerpos se buscan por una geografía imprecisa.
Los afectados han decidido mantener vivas todas estas causas ocupando un espacio público que también les pertenece: el Paseo de la Reforma, el bulevar más emblemático y bullicioso de la capital mexicana se ha convertido en los últimos años en una expresión colectiva de la memoria. De la noche a la mañana, donde había un arbusto se levanta un monumento que recuerda a los poderes públicos que hay gente que espera una reparación legítima. El 22 de agosto, a plena luz del día y sin permisos municipales, se erigió el último de estos antimonumentos, como han dado en llamarles, a la memoria de los 72 migrantes de San Fernando (Coahuila), asesinados por el cártel de los Zetas, una masacre impune.
La colocación de este símbolo y de otros tantos que se reparten por el Paseo de la Reforma, la arteria financiera de la capital, recuerda que derribar estatuas no es la única forma de protestar; también lo es levantarlas. Cuando se instaló el antimonumento a los normalistas desaparecidos -un enorme número 43 acompañado de una cruz, todo ello en hierro rojo- se organizaron brigadas para que no lo echaran abajo y el chófer que lo transportó fue detenido. Corría 2015. En 2017 quedó plantado para siempre el recuerdo de los 49 niños fallecidos en el incendio de Sonora, y en 2018 los que reclaman el rescate de David y Miguel y la memoria de los mineros de Pasta de Conchos. El movimiento parece imparable y el Gobierno de la capital se muestra encantado con ello. “Merecen nuestro respeto y admiración. Estos colectivos nos muestran con sus hechos cómo se reapropian del espacio público más emblemático de la ciudad y nos da la esperanza de la potente vida que hay en ella. El Paseo de la Reforma fue durante años un espacio museístico que ahora ha sido retomado por sus habitantes para dejar una impronta urbana sobre acontecimientos que nunca deben repetirse. La ciudad lo agradece”, dice el secretario de Gobierno de Ciudad de México, José Alfonso Suárez del Real.
El funcionario no teme que otros vengan con sus creaciones y acaben dejando el bulevar como un mercadillo. “Claro que cabe esa posibilidad, pero también la otra: en Oaxaca pusieron unos animales de plástico horrendos y la gente los quitó”. La belleza, en todo caso, no es patrimonio de los que gobiernan. El Paseo de la Reforma está jalonado de estatuas de nulo valor estético y escaso poder instructivo. Quizá adornan. Militarcillos de bronce con casaca y espadón, poetas de levita y capisayos religiosos. Un espacio que este año han querido poner en consonancia con el nuevo siglo incorporando dos figuras femeninas, una escultura anónima en representación de las mujeres que combatieron en la independencia de España y a la heroína más notable de todas ellas, Leona Vicario, que tuvo que tener su carácter, sin embargo en su pedestal se lee “dulcísima madre de la patria”.
De este avance hacia la igualdad entre hombres y mujeres se congratula también Suárez del Real: “Tenemos una antimonumenta frente al Palacio de Bellas Artes”. Efectivamente, este mismo año, el 8 de marzo, las feministas levantaron también en hierro su símbolo y 32 cruces, una por cada Estado, para que nadie olvide que cada día mueren asesinadas en este país 10 mujeres. “La sociedad hace vivo el espacio”, añade el secretario de Gobierno.
“No pedimos permiso para ponerlos, esto no viene del Gobierno, más bien es en contra de los Gobiernos, un acto de rebeldía por la impunidad en que se quedan muchos crímenes. Pero es cierto que han mostrado sensibilidad hacia los antimonumentos. Son expresiones desesperadas contra el olvido, para que se acuerden de las deudas pendientes”, resume Ana Lorena Delgadillo, directora de la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho, quien participó el mes pasado en la colocación del que se levantó para recordar que “nadie es ilegal en el mundo” y que “migrar es un derecho humano”, como se lee en el símbolo de los de San Fernando.
Curiosamente, estos emblemas que salpican Reforma parecen haber salido del mismo taller. Se trata de tallas en hierro con un gran número que significa a las víctimas de cada tragedia, a veces con una cruz, a veces con un "+", porque en México la violencia y las tragedias no parecen tener fin. O en palabras de Delgadillo: “Reforma es ya la calle de las graves violaciones de los derechos humanos. Ojala fuera también la de la justicia”.
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