Michelle Sadler, antropóloga médica: “El sistema pone muchas barreras para que se pueda producir un cambio profundo en la atención al parto”
La activista contra la violencia obstétrica lleva más de dos décadas investigando en torno al parto y el nacimiento. La también autora aboga por transformar la atención a las parturientas y propone la normalización de modelos como dar a luz en el hogar y las casas de parto dirigidas por matronas
Michelle Sadler (Santiago de Chile, 49 años) es antropóloga médica. Ha formado parte de la Red Latinoamericana y del Caribe por la Humanización del Parto y Nacimiento (RELACAHUPAN), y actualmente dirige el Observatorio de Violencia Obstétrica de Chile (OVO Chile). Lleva 25 años de activismo e investigación en torno al parto, un interés que, dice, “traía” desde la infancia, algo que se hizo evidente cuando sus cuadernos empezaron a plagarse de dibujos de úteros y bebés. No fue hasta la universidad que pudo asistir por primera vez a un parto. Lo hacía como estudiante de Antropología, gracias al permiso que consiguió a través de una profesora.
“Yo quería ver partos, ya que me intrigaba profundamente conocer los detalles de cómo nacemos”, explica en una entrevista con EL PAÍS en Madrid, durante su estancia en la capital para dar una charla. A partir de esa observación en hospitales de Santiago de Chile y de una investigación de cuatro años en torno al parto y al nacimiento publicó su tesis Así me nacieron a mi hija: aportes antropológicos para el análisis de la atención del parto hospitalario (2004). Desde entonces, la también autora de La historia ilustrada de un embarazo (Editorial Catalonia, 2017) ha llevado a cabo numerosas investigaciones, tanto formales como informales, y ha publicado diversos artículos sobre cuestiones como la violencia obstétrica, el proceso de parto o la experiencia de la maternidad.
PREGUNTA. ¿Cómo fue la primera vez que vio un parto?
RESPUESTA. Lo que me encontré fue una sala común donde había muchas mujeres en trabajo de parto, recostadas de espaldas en camillas, conectadas a monitores fetales, a quienes no se les permitía moverse ni deambular, asustadas, que expresaban dolor, pero recibían comentarios desestimando su malestar o minusvalorando sus miedos: “No te puede doler tanto”, “No seas quejona”, “¡Qué vas a necesitar si aquí están todas igual que tú y no se quejan tanto!”.
P. ¿Qué pensó en ese momento?
R. Me impactó presenciar interacciones naturalizadas en las que matronas y obstetras ignoraban los sentires de las mujeres, utilizando expresiones despectivas, mientras los profesionales se enfocaban en monitores y gráficas, pero no en las mujeres mismas. No entendía cómo estas conductas estaban tan normalizadas. Desde el principio, mi objetivo fue tratar de mostrar a las otras personas eso que yo estaba viendo, pero que los demás parecían no ver. Esto me llevó a cuestionarme cómo presentar esta información y cómo podía apelar al sistema desde mi lugar como antropóloga.
P. ¿Esto sucedía a finales del siglo XX?
R. Sí, en aquella época empezó a haber mucha inquietud por todo esto que muchas autoras ya llevaban años reflexionando. En el año 2000, en Fortaleza, Brasil, se celebró la Primera Conferencia Internacional sobre la Humanización del Parto, y en esa instancia se fundó la RELACAHUPAN. Este evento, que fue un hito en la región, contó con la participación de miles de personas, incluyendo destacados profesionales de diversas disciplinas y mujeres y madres interesadas en estas temáticas. Allí conocí a Marsden Wagner, que fue director del Programa de Salud Materno-infantil de la OMS, y pude abrir con él una conversación sobre mi deseo de interpelar al sistema médico. Wagner me dijo: “Si tú quieres hacer eso, tienes que manejar el lenguaje del sistema”. Aquella conversación supuso un punto de inflexión para mí y abrió un camino de mucho estudio y de investigación.
P. ¿Ha conseguido apropiarse de ese lenguaje para que la escuchen?
R. Quizás, más que apropiarme, he intentado entenderlo, conocer de dónde proviene y cómo llegó a construir tal representación de las mujeres y del parto. Pero no ha sido fácil, el rol de investigadora-activista es muchas veces desacreditado. Y en los primeros años, a pesar de haber observado cientos de partos, al ser investigaciones cualitativas —que analizaban las experiencias de las madres y de las profesionales que las atendían—, lo que recibía eran comentarios señalando que esta violencia no era la norma, que eran excepciones y que no eran representativas. Frente a la resistencia, y tras fundar el Observatorio de Violencia Obstétrica, realizamos investigaciones cuantitativas con muestras más grandes para demostrar la extensión del problema, y con ello logramos una mayor atención desde el sector médico
P. ¿Es importante también lo cualitativo?
R. Lo cualitativo es esencial, pues permite mostrar las experiencias vividas, sentidas, en primera persona. Los indicadores sanitarios clásicos en salud materna pueden parecer muy buenos, como por ejemplo una baja tasa de mortalidad materna y neonatal, pero las mujeres pueden estar viviendo experiencias negativas y hasta traumáticas de parto, que no quedan reflejadas en dichos indicadores. De ahí que lo cualitativo nos permita poner esas voces, nos permita mirar con enfoques de derechos humanos, de derechos reproductivos, de violencia de género, y nombrar los abusos. Recuerdo una jornada en la que presenté frente a muchos obstetras, y en la que un médico muy ofuscado me dijo que nunca, en sus 40 años de ejercicio profesional, había visto una situación de violencia contra una mujer como las que yo describía. Yo le dije que era muy difícil que no las hubiera visto, solo que no las reconocía como tales. Está tan normalizada esa forma de atender el parto, el no escuchar a la mujer, tratarla como un objeto, no valorar lo que siente, no mirarla, que no lo vemos como una forma de abuso.
P. ¿Esto está cambiado?
R. Creo que cada vez hay más profesionales que reconocen la violencia obstétrica. En un auditorio como el de aquella jornada creo que ya no sucedería esto. Ahora hay más concienciación, más reconocimiento. Es cierto que las sociedades profesionales más tradicionales siguen siendo muy rígidas en este sentido y no reconocen el concepto de violencia obstétrica. En paralelo, sin embargo, han ido apareciendo organizaciones nuevas, más jóvenes, con enfoque de género, que interpelan a ese sector más tradicional.
P. ¿Ve importante el uso del término “violencia obstétrica”?
R. Nombrar la violencia obstétrica como un tipo específico de violencia ha sido crucial en el movimiento por los derechos en el parto. Creo que el acto de nombrar es un acto muy potente para generar una reacción. Es cierto que mucha gente no reconoce el término porque es muy fuerte reconocer que ejerces la violencia, pero hay que nombrarlo como lo que es. Una mujer que en pleno proceso de parto está inmovilizada, en posición de litotomía, que se queja y pasan al lado como si no existiera o que minusvaloran su dolor, está siendo objeto de violencia. Creo que hay que traspasar el binomio buenos y malos, víctimas y verdugos, y llevar la responsabilidad a la estructura. Hay un sistema que ejerce violencia, también hacia los profesionales de la salud.
P. ¿En manos de quién está el cambio?
R. Han sido las mujeres, las asociaciones, la sociedad civil, quienes han llevado la batuta de la demanda del cambio. Pero el proceso es lento, cuesta mucho trabajo cambiar el paradigma médico. El parto, en la mayoría de los casos, es un evento normal, que no debiera tener complicaciones. Sin embargo, se nos ha hecho creer lo contrario: que es inherentemente patológico, que es muy complicado, que necesita de determinadas intervenciones… Cuando nos dicen que nos van a hacer una intervención —una episiotomía o uso indebido de oxitocina sintética, por ejemplo— nosotras muchas veces lo aceptamos porque confiamos en que es necesario. Por eso es importante que cuestionemos el proceso de toma de decisiones y la información que recibimos sobre el parto. La mayoría de las veces, esta información no se basa en evidencia científica, sino en conveniencias organizacionales y financieras del sistema de salud. Se fomenta el miedo al parto porque así nos ajustamos a ese sistema y a esas necesidades que trascienden la evidencia o lo que es mejor para las mujeres y los bebés.
P. ¿Hacia dónde ve interesante caminar?
R. Creo que hay que cambiar el espacio en el que ocurre el parto, y que en los hospitales queden los partos que realmente requieran intervenciones médicas, pero no todos. Hemos visto que es muy difícil que cambie la forma de atención en el interior de los hospitales, con sus formas de trabajo, estructuras de poder, incentivos económicos… El sistema pone muchas barreras para que se pueda producir un cambio profundo en la atención al parto. Si tú sacas el parto de esta estructura, a otro espacio, el cambio se facilita; y es por ello que los modelos de parto en casa y de casas de parto dirigidos por matronas son buenas alternativas.
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