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Las familias rotas de la frontera

La brutal aplicación de las leyes en EE UU se agrava por los problemas de acogida de México

Jesús Ortiz Butanda, un mexicano deportado recientemente de EE UUVídeo: Teresa De Miguel
Jacobo García

La advertencia que corre de celular en celular por la frontera entre los migrantes son los llantos de un niño salvadoreño. 

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Se escucharon el lunes, de este a oeste, en un antiguo Walmart de Brownsville (Texas) cuando los niños y bebés fueron separados de sus padres, acusados de intentar llegar a EE UU. Los menores fueron encerrados en jaulas y sus padres, en algunos casos, deportados a ciudades mexicanas como Ciudad Juárez o El Paso, a cientos de kilómetros de distancia por la frontera.

Y se escucha simbólicamente también de norte a sur, entre los miles de mexicanos deportados en los últimos meses ipso facto en las múltiples redadas efectuadas en plazas públicas o centros de trabajo.

Sin poder despedirse de nadie y sin hacer ruido han vuelto al país que los vio nacer, pero dejaron atrás a sus hijos en Chicago, Virginia o Detroit. “Esto lleva ocurriendo desde hace muchos meses. Es bueno que se hable de las condiciones en que están encerrados los niños pero esta política cruel de dividir familias se hace desde Obama. Es cierto que con Trump ha cambiado el perfil. Antes eran migrantes que intentaban cruzar la frontera y acto seguido los hacían volver y no tenían tanto arraigo ni había tanto impacto en su familia, pero ahora ha cambiado y dividen a familias con una vida entera en Estados Unidos”, dice Ana Laura López.

Ana Laura, de 41 años, fue deportada hace 18 meses tras ser detenida sorpresivamente en un aeropuerto de Chicago. Ese mismo día la subieron a un avión en dirección a Ciudad de México, dejando en EE UU a dos hijos adolescentes, Ángel y Dani, con los que no ha vuelto a convivir. Llevaba 16 años en EE UU.

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“Lo más doloroso y traumático del mundo para un niño es separarlo de su madre y no siempre se supera. Además, están violando derechos también de nuestros hijos, que son estadounidenses, y a los que impiden un derecho humano como es ver a sus padres”. Ana Laura recuerda que desde hace muchos años, una vez al mes, el muro de Tijuana se abre durante unos minutos para que las familias divididas puedan verse durante unos instantes.

Desde el inicio del plan Tolerancia Cero, a principios de mayo, se ha separado a 2.300 niños de 1.940 adultos en la frontera. La medida ha escalado de tal forma que, según datos de la Administración de Trump, los refugios están al 95% de su capacidad. “Si no quieren que pase esto, no traigan niños con ustedes”, les reprochó hace unos días el fiscal general, Jeff Sessions. Lo que ha sido interpretado como un órdago a los demócratas para sacar adelante una nueva ley migratoria, es también un mensaje contundente hacia cualquiera que pretenda intentarlo.

Los llantos revelados por Propública han llegado a los despachos pero también corren de albergue en albergue como advertencia entre los miles de migrantes que aguardan su momento.“Un niño no entiende de papeles, permisos o plan Tolerancia Cero, él solo quiere abrazar a su padre. Separarlos es arrebatar un derecho humano universal como es el derecho de un niño a estar con sus padres y se están violando estos derechos”, dice Jesús Ortiz Butanda, de 36 años y deportado hace dos meses después de 16 años en EE UU. Allí dejó a su mujer embarazada y a otros dos hijastros con los que convivía. “Trump nos utiliza para para meter presión al Congreso y, de paso, a México”, añade.

En las críticas a las deportaciones hay un fuerte reproche a Trump pero también al Gobierno de Enrique Peña Nieto, al que exigen más oportunidades y contundencia frente al republicano. “Ya basta de sumisión y de agachar la cabeza. Es indigno ver cómo somos pisoteados sin que en México haya una conciencia más fuerte para defendernos" añade Laura López. Después de ver a los niños en perreras el Gobierno de México ha tardado mucho en reaccionar”, reclama.

Más práctico, Jesús pide que su nuevo país genere oportunidades para, llegado el caso, traerse a su familia, y empezar una nueva vida sin necesidad de vivir escondido. 

Discriminados en su casa

Tradicionalmente, México ha dado todas las facilidades para que sus ciudadanos emigren y muy pocas para recibirlos cuando regresan.

La simple obtención de una credencial de elector (equivalente al DNI español) es una tortura buro- crática fundamental para acceder a la sanidad o al siste- ma educativo, lo que deja en el limbo legal a la mejor generación de emigrantes.

Hasta el momento, México ha resuelto con parches el fenómeno de las deportaciones, que el año pasado envió de vuelta a 290.000 personas. "Somos bilingües y hemos estudiado y nos hemos criado en la cultura del esfuerzo. Nadie nos ha regalado nada ni queremos que lo hagan porque hemos trabajado desde pequeños. Pero traemos ideas interesantes, otra forma de ser emprendedores, pero somos estigmatizados y nos miran como extraños porque ni siquiera hablamos bien el español", añade Jesús Ortiz Butanda. "Traer a nuestras familias a México no es una opción por ahora. Hay miedo a la inseguridad y a la falta de oportunidades", dice Ana Laura.

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Sobre la firma

Jacobo García
Antes de llegar a la redacción de EL PAÍS en Madrid fue corresponsal en México, Centroamérica y Caribe durante más de 20 años. Ha trabajado en El Mundo y la agencia Associated Press en Colombia. Editor Premio Gabo’17 en Innovación y Premio Gabo’21 a la mejor cobertura. Ganador True Story Award 20/21.

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