De Porfirio Díaz a Peña Nieto: viaje por la propaganda electoral mexicana
De sobres con semillas hasta jabones, un museo de Ciudad de México exhibe los medios de los políticos para atraer el voto
Era otro México. El 4 de julio de 1976 José López Portillo había ganado la elección presidencial con el 100% de los 16,424,021 mexicanos que votaron. No hubo otro candidato en la boleta, solo José López Portillo y Pacheco, quien fue postulado por los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Popular Socialista (PPS) y Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). A pesar de ser el único candidato, la campaña presidencial se hizo (y se gastó en ella) como lo dictan la formas, hubo propaganda de todo tipo y la campaña fue intensa con el lema: “La solución somos todos”.
Hubo mascadas, lápices, discos de vinilo y hasta libros con la ideología del Partido de la Revolución a pesar de ser candidato único. “Las elecciones de entonces eran, más que elecciones, rituales de traspaso del poder, en los cuales en vez de campañas proselitistas había grandes campañas de adhesión de gremios, grupos que querían congraciarse con el que seguro iba a ser presidente de la República”, cuenta a EL PAÍS Juan Manuel Aurrecoechea, curador de la exposición Ciudadanía, Democracia y Propaganda Electoral en México: 1910-2018, que se presenta en el Museo del Objeto del Objeto (MODO) con una selección de 2.000 objetos de propaganda que recorren desde la elección de 1910 hasta la de 2012.
Hay objetos como un grabado de Guadalupe Posada con la figura de Porfirio Díaz, aretes con la figura de Francisco I. Madero, loterías, propaganda impresa en los boletos del transporte público de la campaña de Miguel Alemán, sobrecitos de semillas que obsequiaba Miguel de la Madrid para el “florecimiento de México”, discos de vinilo con el corrido del entonces candidato Luis Echeverría, platos, barajas, encendedores, cajetillas de cigarros de marcas comerciales que se adherían a la campaña de Díaz Ordaz, un yoyo con el que se promovía a Salinas de Gortari, plumas, camisetas, vasos, juegos de geometría, también un ejemplar original de 1909 de la Sucesión Presidencial, de Francisco I. Madero, heredero de una próspera familia de empresarios coahuilenses y promotor del mensaje: “Sufragio efectivo, no reelección”, con el que recorrió buena parte del país, realizando mítines y promoviendo la formación de clubes antireeleccionistas. En ese momento, sus posibilidades de éxito parecían nulas. Su padre, Evaristo Madero, advirtió al hijo que lo suyo era “el desafío de un microbio a un elefante”.
México ha pasado de ser aquel país gobernado por un solo partido, el PRI, al país multicolor de la segunda década del siglo XXI, donde se ve en el mapa al PAN, PRD, Morena y hasta los candidatos independientes que aspiran a la presidencia por primera vez. “Vemos desde los porcentajes del 98,93% con que Porfirio Díaz supuestamente derrota a Francisco I. Madero en la elección de 1910, hasta cómo estos porcentajes llegan al colmo en 1976, cuando López Portillo gana la elección con el 100% de los votos válidos, porque era el único candidato registrado, y como a partir de 1988 estos porcentajes van descendiendo pasando por el triunfo del candidato opositor en 2000 y hasta que la diferencia es de menos de un punto, en la elección de 2006, donde se ve, son más competidas y más serias”, cuenta Aurrecoechea.
El camino no fue sencillo. ¿Quién decidía quién era el próximo presidente de México? No eran los ciudadanos sino el presidente en turno. Él tenía el privilegio de nombrar al candidato para la siguiente elección. El tapado, como se le llamaba, era el favorito para convertirse en el próximo presidente una vez transcurrido el trámite electoral. Así se resolvió la sucesión presidencial durante 65 años. Abel Quezada, caricaturista y artista mexicano, inmortalizó al personaje con el dibujo de un hombre vestido con traje y corbata con la cabeza cubierta por una manta blanca. El Tapado apareció por primera vez el 2 de diciembre de 1956 en la portada de Revista de Revistas y terminó por caricaturizar a la democracia mexicana de los tiempos del partido único. Su creador lo sepultó tras la elección de 1988 y escribió su epitafio: “Para modernizar al sistema es preciso que muera El Tapado. Aquí muere y aquí queda enterrado”.
En 1982 se presentaron siete candidatos a la presidencia y, por primera vez en la historia de México, se postuló una mujer: Rosario Ibarra de Piedra, del Partido Revolucionario de los Trabajadores. En 1988, por primera vez en la historia posrevolucionaria, ocurrió una elección realmente competida, entre Carlos Salinas de Gortari, Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier, los principales candidatos. Los resultados, tras el famoso incidente de la caída del sistema la noche del cómputo electoral, le dieron finalmente la victoria al PRI, con apenas 51.7% de los votos, el porcentaje más bajo de su historia, según datos oficiales. Tras estas elecciones, la oposición se afianzó y, en medio de una crisis de credibilidad, inició un nuevo ciclo de reformas electorales: se creó el Instituto Federal Electoral y se ciudadanizó la organización, realización y cómputo de los votos, lo que permitió, por primera vez en la historia moderna de México, el triunfo de un candidato opositor en el año 2000: Vicente Fox. Esto también permitió que durante las elecciones de 2006 y 2012, se desarrollara una intensa competencia, inimaginable veinte años atrás.
En los últimos treinta años, la operación de las casillas y el cómputo de los votos ha pasado del control absoluto del gobierno, a manos de ciudadanos. Este sistema electoral se ha construido en un panorama de intenso debate público, lo que ha derivado en que la autoridad electoral, el INE, se vea obligada a cumplir con una serie de complicados candados y procedimientos, no sólo para garantizar el respeto al voto, sino para convencer a una ciudadanía que desconfía de la autoridad.
Han sido necesarios objetos de todo tipo: urnas transparentes, mamparas, listas de electores, líquido indeleble, marcadores de voto, boletas con marcas de agua, foliadas con microimpresiones, observadores electorales y un largo etcétera, para garantizar que cada voto sea libre, secreto y cuente a la hora del cómputo final. También la ciudadanía ha hecho su parte y ya no solo se manifiestan a través del voto, sino en las calles y en las redes sociales, donde se informan, opinan, comparten, denuncian y hablan sobre los asuntos públicos. Para que la democracia deje de ser frágil necesita de todos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.