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Columna
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La violencia política procesa la democracia en Colombia

Se han producido 17 ataques a candidatos, los últimos tres el pasado fin de semana pasado

Ariel Ávila

Diecisiete hechos de violencia política y social contrastan con el descenso de la amenaza de la violencia política organizada producto del proceso de paz. En Colombia era tradicional la violencia que ejercían grupos armados ilegales contra candidatos a cargos de elección popular o contra los votantes. Sin embargo, desde el año 2010 esta tendencia comenzó a descender aceleradamente. Ahora, a unos cuantos días de las elecciones a Congreso de la República y a menos de tres meses de la primera vuelta presidencial, se vivirán por primera vez en Colombia unas elecciones sin la amenaza de grupos armados ilegales, pero a la vez, para muchos aspirantes, son los comicios más violentos y agresivos que se hayan vivido en años.

Esta realidad del proceso de paz choca con un nuevo tipo de violencia política en Colombia, una violencia de tipo más indeterminado, subterránea, sin autor claro, una violencia más social, que parece repetirse en todo el mundo occidental, y que se transa con grados altos de intolerancia y agresividad. Se han presentado 17 de estos hechos, los últimos tres el fin de semana pasado, que fueron de los más graves. El primero se presentó en el departamento de Boyacá, ubicado en el centro del país. Allí, un hombre con machete agredió a la candidata Fany Zambrano, quien aspira a la cámara de representantes. Al parecer, el agresor la acusó de ser una política tradicional y corrupta, y sin mediar palabra la agredió. El hecho dejó tres heridos. Al hijo de la candidata le debieron coser 24 puntos para cerrarle una herida en el brazo. En casi todo el país hay un cansancio con la clase política y para muchos todo aquel que haga política es un corrupto. El otro hecho ocurrió en el departamento de Antioquia, donde estalló un artefacto con baja carga explosiva en medio de una concentración política y el resultado fue de nueve heridos.

El hecho más grave se presentó el viernes, en la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta. Allí, una concentración política del candidato que puntea las encuestas, Gustavo Petro, fue rodeada por decenas de personas que agredieron de forma violenta la caravana donde iba el candidato. Se vivieron verdaderos momentos de tensión, y durante unos minutos por redes sociales circuló una versión que aludía a disparos. Sin embargo, esto último no fue confirmado. Los que protestaban, le gritaban castrochavista y acusaban al candidato de querer convertir a Colombia en Venezuela. Pero todo parece indicar que varias de las personas que llegaron a la protesta habían sido pagadas por políticos de la región. En todo caso, aún todo es materia de investigación.

Los otros hechos se han presentado, principalmente, contra el partido de la Fuerza Alternativa, surgido de la antigua guerrilla de las FARC, y otros tantos contra la campaña del Centro Democrático, partido del expresidente Uribe, quien también el viernes pasado fue abucheado en Popayán, y lo que era una protesta pacífica derivó en disturbios.

Todos estos hechos de violencia, tal vez con excepción del de Antioquia, que dejó nueve heridos, tienen tres características. Por un lado, niveles altos de agresividad ideológica. La polarización entre izquierda y derecha es inmensa. Venezuela, como en el resto del continente, se ha metido en la contienda electoral, donde la estrategia de varias campañas políticas se hace bajo el presupuesto de evitar lo que llaman el castrochavismo de Colombia, llegando al punto de que todo aquel que no esté con determinado candidato es tilado de ultraizquierdista. En segundo lugar, se ha producido una polarización entre la guerra y la paz, en la cual se ha creado la idea absurda, pero que se repite por todo el país, de que todo aquel que apoyó la paz es terrorista y guerrillero y el que no la apoyó es un estúpido o paramilitar.

Pero la otra polarización, que también recorre casi todo el mundo occidental, es un tipo de polarización basada en la religión y en principios morales de la tradición judeocristiana. Incluso temas básicos de igualdad de género, respeto a las minorías sexuales, son considerados como aspectos de ideologías de género radicales. De hecho, un candidato presidencial se pronunció en contra del uso del preservativo y dijo: “Más valores menos condones... Yo no estoy de acuerdo con el uso del condón”. Hay un debate profundo sobre los valores de la sociedad colombiana y se ha despertado el fanatismo. Estas tres polarizaciones han provocado una campaña particularmente agresiva y violenta, cuando se esperaba por primera vez en décadas una campaña pacífica.

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