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Cartas de Cuévano
Columna
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Mentado Muro

El ya peor presidente en la historia de EE UU confirma su patética miopía, su estruendosa estulticia y su profundo desprecio no sólo hacia los mexicanos sino al mundo hispanoamericano en general

Al firmar el ominoso decreto para la faraónica construcción de un muro entre México y Estados Unidos el ya peor presidente en la historia del país del Norte confirma su patética miopía, su estruendosa estulticia y su profundo desprecio no sólo hacia los mexicanos sino al mundo hispanoamericano en general. El muro es un sinsentido infinito que –ya convertido en tópico—parece obviar su profundo significado: imaginemos una inmensa valla de concreto entre Francia y España o una profunda zanja que divida Polonia y Ucrania; con sólo levantar las bardas de ladrillos que cuadriculaban al gueto en Varsovia el nacionalsocialismo fincaba la infamia de su ira y la saliva dóberman de sus odios raciales; y con trazar primero con púas y luego con aerodinámicos legos de concreto el falso paraíso de su comunismo, la Alemania llamada Democrática fincó la cicatriz del oprobio que dividía al mundo en blanco y negro.

Las tres mil millas o dos mil quinientos kilómetros de muro o muralla que ahora imagina Trump clonan no pocas extensiones de la frontera que ya cuentan con inmensas vallas, alambradas y muritos, por lo que la faramalla del día de hoy no es más que una más de las intimidaciones y exabruptos que el Inmenso Demente ha vociferado desde que lanzó su candidatura asegurando que México “envía hacia el Norte tan sólo a violadores y criminales” negando las evidentes vergüenzas de los miles de violadores, asesinos a sueldo y seriales caucásicos, rubios y ojiazules que pueblan sus tabloides. Primero sutil y ahora empoderado, el Demente Anaranjado no ha parado de soltar ataques discriminatorios, incluso con la misteriosa suspensión supuestamente temporal de la versión en español de la página web de la Casa Blanca. Desde luego no hay quien suponga que la Corona Británica traduzca al castellano la página de Buckingham o que el Bundestag de Berlín incluya la Ñ en sus tuits, pero en el caso del hasta ahora polifacético y pluricultural país conocido como Estados Unidos de Norteamérica se trata de cerrarle la información en su propio idioma a 52 millones de ciudadanos que aspiran a considerar o que ya viven conscientes de que su capital está en el Capitolio y que su presidente –para bien o para mal—despacha en la Oficina Oval de la Casa Blanca. Con el borrón se está justificando la cada vez más frecuente intolerancia de miles de gringos malos que no se tocan el corazón para exigir que hablen inglés los niños que juegan en un recreo de colegio, las comadres que esperan en un consultorio dental, los universitarios que viajan en autobús o incluso los turistas que salen felices de una cena en un restaurante cualquiera… todos potenciales víctimas de la denostación y la mala leche que ahora ondea bajo el copete amarillo de un muy confundido millonario convertido en político.

Tristemente, no hay visos de que el presidente de México aproveche la coyuntura y cancele por ahora su viaje de humillación garantizada, cuantimás una vez que se ha firmado el decreto con el que se sella la intención oficial de consumar un desprecio innegable. Es buena hora para convocar a una marcha de repudio a los constantes ataques denigratorios e intimidantes y una magnífica oportunidad para celebrar en México un magno congreso científico internacional que ratifique la veracidad no sólo del calentamiento global sino de los verdaderos peligros ecológicos que desatará la despiadada y demencial coreografía autoritaria y prepotente de un energúmeno engreído y hacerlo justo en sus propias narices naranjas o a la sombra misma de donde piensa levantar su muro podría por lo menos recordarle al mundo que el mentado muro –en el fondo y en la forma—no hace más que excluir y alejar a un inmenso país provechoso y a no pocos millones de gringos buenos del concierto planetario. El Muro los encierra lejos de los países, culturas e idiomas de dónde provienen sus mejores versos y acciones, de dónde venían sus padres y abuelos y dónde abrevaban todos sus sueños de ancha libertad sin fronteras posibles. La metáfora irracional y lamentable del hombre que llega a la Luna para poder ondear desde allí la bandera de las murallas y el encierro denota el alto grado de esquizofrenia que encabeza el Imbécil Trump y su millones de confundidos seguidores. Peor aún, el Muro los aleja de México, de lo mejor que tiene este país y sus millones de mexicanos que honran no pocas virtudes de la condición humana, elevan los versos de altísima poesía y la desatada imaginación de la prosa volante, en medio de un paisaje diverso y generoso que no merece ni la panda de políticos corruptos que cíclicamente y cínicamente ordeñan la voluntad y el esfuerzo de las mayorías ni tampoco las pandillas de sicarios sanguinarios que han inundado con horrores ambos lados de la frontera con el usufructo y trasiego de todas las drogas posibles (de incansable y jugosa demanda del otro lado del Muro). El muro aleja simbólicamente al corazón del cátsup de las millones de familias latinoamericanas de no pocos millones de trabajadores honestos (pagadores de impuestos directos o indirectos, habitantes y consumidores) que han echado raíces a lo largo y ancho de los Estados Unidos y que no merecen portar la banda amarilla sobre los jeans de llamarlos “ilegales” cuando quizá no sean más que “indocumentados”.

En vez de malgastar billones de dólares en la inútil barrera con o sin burladeros, alguien podría convencer al Supremo Villamelón de la Supina Ignorancia de los inmediatos beneficios de invertir sus dineros en las diversas formas para lidiar con la tan incómoda vecindad, el arte del birlibirloque que permitiera acoso y derribo de tantas redes de corrupción compartidas, tanto contrabando ancestral de arriba abajo y viceversa, tanto desconocimiento verbal y cultural entre habitantes tan parecidos y codependientes en sus coexistencias que la llaga del Mentado Muro no hará más que ahondar los motivos más necios de su desolación.

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