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La trumpmanía une a Macri y Kirchner

Ambos se odian pero, por necesidad o convicción, miran a Trump con un dejo de cariño

Ernesto Tenembaum

Un empresario de derecha, multimillonario, habitué de las fiestas de la jet set, con una mujer joven y hermosa, ajeno a los partidos tradicionales, decidió hace unos años dedicarse a la política. Era un capricho un tanto exótico y casi nadie creía, pese a las múltiples advertencias que ahora se descubren, que podía llegar a la Presidencia. Pero lo logró. En el camino dejó atrás a un Gobierno con retórica progresista, al que acusó de gastar demasiado y de ser el más corrupto de la historia. La angustia que su triunfo produjo se expresó, como si fuera una catarsis, en manifestaciones contra él en las calles de su país. Muchos lo odiaban, le desconfiaban, pero eso era compensado con creces por la esperanza de que el magnate terminara con algo que, por la razón que fuere, ya les resultaba insoportable.

Esa descripción corresponde exactamente a procesos políticos que ocurrieron en dos países muy diferentes: los Estados Unidos de Norteamérica y la Argentina. Trump y Macri, los ganadores de esas contiendas, no solo comparten esos rasgos sino que además, en los años noventa intentaron hacer negocios juntos en Nueva York, compartieron partidos de golf, y Trump visitó varias veces a los Macri en sus residencias. “Me encanta Buenos Aires, es una hermosa ciudad. Conozco a grandes hombres de negocios en la región, como Macri. Es un buen tipo”, contó Trump en 2012 a La Nación.

En un país de reacciones lógicas, esa situación podría haber generado alegría por el triunfo de Trump en la gente de Macri y rechazo entre los seguidores de Cristina Kirchner.

Macri y Kirchner parecen haber descubierto un único y exclusivo punto en común

Pero las cosas fueron exactamente al revés.

Macri quedó en falta porque, en los meses anteriores a la elección, se había pronunciado a favor de un triunfo demócrata. Incluso, en una entrevista, había calificado a Trump como “un chiflado”, un desequilibrado, un loco. Mientras, Cristina Kirchner y los suyos celebraron casi como propio el triunfo de Trump. Kirchner sostuvo que “lo maravilloso de esta elección” es que el “pueblo norteamericano” está buscando opciones frente al “neoliberalismo” y vota a alguien que propone políticas proteccionistas como las que ella defiende para la Argentina. Algunos de los dirigentes que la siguen desde hace años calificaron a Trump como “un candidato antiestablishment”, el “líder del kirchnerismo en EE UU”, o el futuro Perón norteamericano.

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Alguien podría pensar que los políticos argentinos se han vuelto “chiflados”. No sería descabellado. Pero las reacciones obedecen a cierta lógica. En el caso de Macri, es un clásico: cuando el país entra en crisis, sus líderes sobreactúan su desesperación por gozar de los favores norteamericanos. Cuando Macri llegó al poder, Barack Obama lo visitó en Buenos Aires. Y el presidente argentino retribuyó la distinción pronunciándose innecesariamente a favor de la candidatura de Hillary Clinton. Ahora, coherente con la misma necesidad de congraciarse, se apresuró en reconstruir la relación con Trump. No le será difícil: tienen una historia en común. Ya hablaron por teléfono y se prometieron el oro y el moro.

Lo de Kirchner es más complejo. Kirchner pertenece a un sector del peronismo que tiene una histórica resistencia a la dirigencia dominante del mundo occidental, y suele celebrar sus derrotas como si fueran victorias propias. En los setenta, ese sector fue tercermundista. En los cuarenta, defendió posiciones neutralistas durante la Segunda Guerra Mundial. Y durante su Gobierno, Kirchner hacía saber que se sentía más cómoda con Gadafi o Mubarak que con Obama o Merkel. Es difícil entender cómo llega a la conclusión de que Trump será beneficioso para la economía norteamericana o para los pobres del mundo, y mucho más la minimización que hace de la xenofobia, el racismo, la defensa de la tortura, esos rasgos tan distintivos de Trump. Pero parece que, en principio, los sacrifica en el altar de un supuesto proteccionismo.

En cualquier caso, Mauricio y Cristina, Macri y Kirchner, que se odian profundamente, parecen haber descubierto un único y exclusivo punto en común. En un caso por necesidad y en el otro por convicción, ambos miran a Trump con un dejo de cariño.

Era hora de que alguien llegara para unir a esta Tierra de Locos.

Aunque lleve ese horrible peinado.

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