Perú olvida su miedo a Fujimori ante el aumento de la inseguridad
Quince años después de que el padre se fugara a Japón y renunciara por fax, la hija está a punto de volver al poder
La futura realidad del Perú se va a decidir por un puñado de votos. El país que dio ejemplo al mundo al encarcelar a su autócrata, Alberto Fujimori, en 2007, está a punto de darle el poder a su hija Keiko. A última hora las encuestas detectan que el otro candidato, el liberal Pedro Pablo Kuczynski, se está acercando, pero Keiko sigue en cabeza. La resistencia al fujimorismo, aún importante, se debilita. La mayoría de los expertos consultados cree que la clave está en una sociedad desarmada, arrasada en los 80 por el terrorismo y la hiperinflación, con una desigualdad enorme y una escuela pública devastada. La inseguridad, que ha explotado en los últimos años, es el drama en el que se monta el fujimorismo para volver al poder.
La realidad de Perú es engañosa. Por un lado están las grandes cifras, el milagro económico, con tasas de crecimiento del 3,25% ahora y del 9% hace pocos años, y una reducción de la pobreza del 50,5% de 2000 al 21,8% actual. Los espectaculares restaurantes del chef Gastón Acurio y sus pupilos, las calles impecables con carril bici de Miraflores y sus cafés frente al Pacífico dan una idea idílica de un país pujante. Las cifras de crecimiento harían pensar en una sociedad que avanza. Y sin embargo, el malestar, el hartazgo, la desconexión con la política se perciben en todas las conversaciones. Y la sensación en los barrios más humildes no es de crecimiento, sino de emergencia total por la inseguridad. De miedo y desprotección.
Fujimori padre creció alentado por el terrorismo, la hija crece gracias a la ola de delincuencia armada. “Te matan por un celular”, se escucha por todas partes. “Aún no hemos procesado el trauma de la guerra, que dejó 69.000 muertos. No lo hemos procesado como sociedad, persiste de alguna manera el miedo, es un duelo no resuelto”, cuenta Matilde Caplansky, una famosa psicoanalista.
Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 88% de los peruanos se siente inseguro. Perú tiene el índice más alto de victimización por delincuencia en América Latina (30%) según el Latinobarómetro 2014. Es decir, quienes declaran haber sido víctimas en el último año. En 2014, según el INEI, el delito más frecuente fue el robo de dinero, cartera o celular que afectó a 16 de cada 100 habitantes. Los delitos con arma de fuego se incrementaron de 6% en 2011 a 8.7% en 2014.
El otro gran drama, que explica esa sociedad desarmada, es la educación pública. Según el Latinobarómetro 2014, entre 22 países, Perú es el país cuyos ciudadanos son los más insatisfechos con los servicios de la escuela pública (45 en una escala de 0 a 100), por debajo de Haití. El informe PISA indica que Perú tiene la relación más elevada (0,36) en Latinoamérica de los alumnos más pobres que estudian en escuelas con recursos educativos de menor calidad. Ante la baja calidad de la educación pública, las familias de los sectores socioeconómicos medios, e incluso bajos, se esfuerzan por matricular a sus hijos en escuelas privadas, que suelen ser también de muy baja calidad.
“El problema es el nivel de educación: las humanidades y ciencias sociales han desaparecido de la educación primaria. No hay comprensión de lectura ni costumbre de leer, y escribir, ni siquiera entre los padres de la patria. Antes la clase media o alta iba a las universidades nacionales, ahora van a privadas donde los estándares de ingreso se han caído”, explica el historiador y antropólogo Luis Millones.
Las cifras de reducción de la pobreza son espectaculares, pero hay otras que las matizan. Los datos de PNUD (Naciones Unidas) indican que un 40% de los peruanos son vulnerables, es decir, con las fluctuaciones de los precios pueden volver a caer debajo de la línea de pobreza. Y la sensación de desprotección que deja un Estado débil es muy fuerte. Entre el 65% y el 70% de los peruanos trabaja de manera informal, sin derechos, uno de los índices mayores de Latinoamérica. El trabajo en negro llega al 94% en el caso de los pobres, según datos del INEI de 2015.
En este contexto, la política no ha funcionado como se esperaba en Perú tras la caída de Fujimori, que en 2000 dimitió por fax desde Japón en medio de una ola de protestas. Ollanta Humala, que logró frenar al fujimorismo en 2011 gracias sobre todo al voto de una parte de los pobres, ha quedado como un presidente desacreditado, desaparecido, sin capacidad siquiera para presentar un candidato propio. Todos huyen de su herencia y en Lima lo mejor que se dice de él es que no hizo nada.
Los partidos tradicionales fueron dinamitados en la época de Fujimori, que cerró el Congreso en 1992 con el autogolpe y se dedicó a destruir las formaciones históricas y los sindicatos, desaparecidos también en Perú. La única red con implantación y fuerza en todo Perú es precisamente la de Fujimori, construida con tesón y enormes cantidades de dinero de dudosa procedencia.
Todo estaba preparado con precisión desde el fujimorismo para una victoria aplastante. Kuczynski, a sus 77 años y con su imagen de exbanquero “pituco” (rico) parecía incapaz hacerle frente. “Los sectores D y E, los más pobres, masacran a PPK. Keiko logró construir la imagen de voto antiestablishment, que en Perú gusta mucho, y no hay nadie más establishment que PPK”, explica Eduardo Dargent, analista político y profesor de la Universidad Católica.
Sin embargo, a última hora el antifujimorismo y sobre todo la izquierda, que sí tiene presencia en los barrios pobres, ha echado el resto para empujar al liberal PPK como mal menor frente a Fujimori. Verónika Mendoza, líder de la izquierda, pidió el voto el lunes para PPK. Julio Guzmán y César Acuña, candidatos fuertes que quedaron eliminados, hicieron lo mismo. Y la diferencia se ha acortado.
“PPK no conseguía entrar en los sectores pobres y en la última semana lo está logrando con el apoyo de Mendoza, Acuña y Guzmán, también en el sur y en el norte”, señala Manuel Saavedra, director de la encuestadora CPI, con los últimos datos. La batalla está abierta hasta el último minuto pero parece difícil que esta vez, con un Perú desarmado socialmente, se le escape la victoria a Fujimori, a pesar del rosario de escándalos que han jalonado la campaña.
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