Lo bueno, lo malo y lo feo del destape de Panamá
En países de frágil institucionalidad, los periodistas están jugando el papel que no juegan fiscales o jueces
Los Panama Papers han puesto a la vista del público cómo funcionan los mecanismos sofisticados de las finanzas globales que usan corruptos y criminales para manejar el botín de sus fechorías. El trabajo de los profesionales de la prensa agrupados en el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación es ejemplar: gracias al análisis de cantidades masivas de datos, el contraste de fuentes y la difusión coordinada en una red mundial han develado una trama de pudrición que entrelaza a políticos, funcionarios públicos, empresarios y mafiosos.
En muchos casos, especialmente en países de frágil institucionalidad, los periodistas están jugando el papel que no juegan fiscales o jueces. La Venezuela gobernada por el chavismo-madurismo es la mejor ilustración de esto. Gracias a la investigación periodística, los venezolanos y el mundo entero puede ahora saber, con pruebas contundentes, cómo se montó el bacanal de corrupción de la revolución bolivariana.
Sin embargo, los Panama Papers, como antes lo hicieron los Swiss Leaks, ponen sobre el tapete otras consideraciones sobre los límites y el impacto de estas investigaciones periodísticas. Por ejemplo, cabe preguntarse si la “transparencia absoluta” de este tipo de iniciativas revela realmente todo lo que sería potencialmente revelable sobre la asociación entre las llamadas corporaciones off-shore y el delito.
En otras palabras, el efecto de deslumbramiento que estas investigaciones producen en la opinión pública atrae la atención sobre algunos mecanismos para lavar y legitimar capitales, mientras ocultaría otros, probablemente más sofisticados e incluso más opacos. En todo caso, como toda empresa humana, estas investigaciones pueden llegar hasta un cierto punto pues solo acceden a una parte del pastel. Ocurrió con los Panama Papers (solo tocó la base de datos de Mossack Fonseca) y con los Swiss Leaks (solo los clientes del banco HSBC). ¿Qué pasa con aquellos bancos y operadores que funcionan en otros países más herméticos de lo que fueron alguna vez la propia Suiza o Panamá?
El otro problema que plantean estas revelaciones tiene que ver con su efectividad. En Islandia el Primer Ministro renuncia después que entre los Panama Papers se descubrieran evidencias de empresas que mantenía en paraísos fiscales. En Venezuela o en Rusia los que controlan el poder acusarán al Consorcio de Periodistas de formar parte de una conspiración mundial contra sus respectivos gobiernos. Peor aun, ninguna instancia judicial abrirá una investigación independiente sobre lo develado por los periodistas. Y si los partidos de oposición tratan de promover iniciativas para que los funcionarios declaren ante comisiones parlamentarias, serán señalados como apátridas oportunistas que quieren destruir el prestigio del presidente (Putinfobia la han llamado en Rusia) o de la revolución (lo repiten como autómatas los del régimen venezolano).
Pero hay un asunto que es todavía más delicado; es lo que podríamos llamar los efectos secundarios o imprevistos de la “transparencia total”. Como todo acto comunicativo, la difusión masiva de estas informaciones tiene efectos concretos sobre gente concreta. Para unos, las divulgación de sus fortunas y del origen de las mismas los ponen en guardia, y se mueven, ocultan o mimetizan para escapar de la justicia. Para otros, empresarios que legítimamente abrieron empresas off-shore o aparecieron en una lista de cuentahabientes en Suiza, las revelaciones periodísticas los ponen en peligro de muerte.
Esto dicho desde la experiencia vivida, pues la publicación de los datos contenidos en el Swiss Leaks facilitó la información para que unos delincuentes actuaran contra una de las personas citadas en esa base de datos. Estoy seguro que ninguno de los periodistas que participaron en esa investigación actuó de mala fe o quiso causar daño a alguien. Sin embargo, el “efecto indeseado” de un trabajo periodístico honesto casi tuvo consecuencias trágicas para una familia.
La combinación del poder de cálculo informático, las redes globales de cooperación, las presiones por mayor transparencia, y la inteligencia colectiva de periodistas abnegados y arriesgados están contribuyendo a descubrir a corruptos y criminales. Eso está bien. De todos modos, es importante hacerse algunas preguntas desde la ética y la práctica sobre las distintas caras de un periodismo necesario y cada vez más complejo por sus consecuencias y su alcance.
* Isaac Nahón Serfaty es profesor en la Universidad de Ottawa (Canadá).
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