Ofensiva contra los samaritanos de emigrantes en México
El centro de ayuda a los irregulares del Padre Solalinde se enfrenta a un futuro incierto Cierra un albergue en el Estado de México por las quejas de los vecinos
Pasar la frontera, encaramarse al tren, cruzar México y llegar a Estados Unidos. La secuencia se vuelve un mantra para los miles de centroamericanos que cada año, cada día, dejan su país para probar suerte en el norte. El acoso de los cárteles, las mafias y los rieles de La Bestia, como se conoce al tren de carga que atraviesa el país, convierten el sueño en un campo minado de más de 5.000 kilómetros que devora cada año miles de vidas. En medio del caos, una red de albergues salpica el camino. Convertidos en oasis para los emigrantes, estos centros se han colocado ahora en el punto de mira. Varios intentos de cierre, uno efectivo, y el anuncio de un obispo y posterior rectificación de la Conferencia del Episcopado Mexicano de apartar al cura Alejandro Solalinde del centro que abrió en 2007 echan más leña al infierno que precede al sueño de los que se deciden a atravesar México.
En Tultitlán, a apenas una hora en coche del Distrito Federal, en el Estado de México, permaneció abierto tres años uno de esos lugares en los que darse una ducha, sentarse ante un plato de comida y compartir consejos en forma de leyes físicas: si el tren pasa rápido no saltes, la velocidad atrae a los cuerpos bajo los vagones. El centro dio cobijo a unos 200 emigrantes al día, de los miles que viajan sobre el techo de los tres trenes que cruzan a diario la zona desde Veracruz. El pasado mes de abril la afluencia de gente desbordó la capacidad del albergue, obligando a muchos emigrantes a pasar la noche al raso. Los vecinos iniciaron entonces una ofensiva para exigir su cierre, que se hizo efectivo a mediados de julio. El albergue es propiedad de la administración pero su funcionamiento depende de la diócesis. “Fue un abandono de la Iglesia institucional, con el cierre se trató a los emigrantes como refugiados”, dice al teléfono desde el centro de Saltillo (norte de México) su director, el padre Pedro Pantoja, con 12 años de dedicación a sus espaldas.
El nuevo albergue de Huehuetoca está en un lugar muy inhóspito, en medio de la nada" Andrea Andrade | activista
Una carpa improvisada instalada bajo un puente continuó con la labor ante la cantidad de emigrantes que saltaban del tren en el lugar, convencidos de encontrar un albergue. La carpa también fue desmantelada, pero se trasladó al Ayuntamiento de Huehuetoca, a unos 30 kilómetros de Tultitlán. Una pancarta bajo el puente informa ahora a los emigrantes de la nueva localización, pero no todos llegan. “El albergue está en medio de la nada. Es un lugar muy inhóspito. Llevarlos a las afueras de las ciudades y pueblos es una forma de aislarlos y aumenta el nivel de inseguridad”, explica Andrea Andrade, que trabajó en el centro de Tultitlán como miembro de la asociación Ustedes Somos Nosotros. Andrade, como otros voluntarios del antiguo centro, se ofreció a trabajar en las nuevas carpas, gestionadas por la diócesis, pero no tuvieron respuesta. “El nuevo coordinador hace las cosas él solo y no da espacio a la sociedad civil”, se lamenta.
Los problemas de gestión de los centros no son nuevos. El año pasado, también por estas fechas, un obispo quiso cerrar el centro de San Luis Potosí. El obispo de Saltillo Raúl Vera se personó entonces ante él para advertirle de la “barbaridad” que pensaba hacer. “Y me escuchó”, recuerda ahora Vera, que explica que los problemas surgen cuando los obispos de zona reciben presiones y toman decisiones erróneas sin conocer la problemática de cerca.
La incertidumbre también rodea estos días el centro Hermanos en el Camino del padre Alejandro Solalinde, en Oaxaca. El cura, que desde el miércoles lucha contra el dengue en un hospital, criticó en varias entrevistas que el obispo lo obligaba a dejar el albergue que él mismo creó en 2007. “Puedo luchar contra los cárteles, pero no contra la Iglesia”, dijo en una entrevista al diario mexicano El Universal. Solalinde, recién llegado a México de su exilio por seguridad tras las amenazas de los cárteles, aseguró que no dejaría su labor de “misionero” aún a riesgo de ser excomulgado. El revuelo causado ha llevado a la Conferencia del Episcopado Mexicano a hacer un comunicado en el que asegura que se trata de un problema de “interpretación” del padre y que nunca se le ha pedido que abandone el albergue. Incomunicado por el dengue, desde el hospital y a través de sus asistentes, Solalinde ha agradecido este gesto que, al menos de momento, parece apagar el conflicto.
El padre Pedro Pantoja, que coincide con el obispo Vera en que parte del problema está en el desconocimiento de algunos obispos de la labor sobre el terreno, defiende que la gestión de los centros sea a través de organizaciones u ONG, no de las administraciones. "Las casas del emigrante se rigen por una ética social con parámetros internacionales, trasciende lo local, los municipios no tienen por qué meterse en ello", añade. Amenazado por los cárteles como Solalinde por su lucha y defensa de los indocumentados, el cura se jacta de no depender en absoluto de las administraciones ["ni para un vaso de agua"] ni de seguir las directrices de la diócesis ["a mí jamás un obispo no me va a decir lo que tengo que hacer en el centro"].
La explicación para la reacción de la Conferencia ante el caso de Solalinde y para la reubicación del centro de Tutitlán en Huehuetoca suena a advertencia en boca del obispo Vera: “Ante cualquier intención de cierre, nos movilizamos inmediatamente”. Un aviso ante la ofensiva de vecinos, algunos obispos o administraciones para tratar de estrechar el cerco sobre los misioneros de los emigrantes que salpican el camino.
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