Lecturas de verano
Ayer escribí aquí sobre el artículo autocrítico de Michael Ignatieff respecto a la guerra de Irak. Ya dije que me parece de lo mejor que se ha publicado este verano. Creo que, en los pocos párrafos que componen el artículo, este profesor y diputado canadiense ha conseguido sintetizar algunas ideas realmente útiles para entender lo que está pasando en el mundo de la política. Diré ahora que su aplicación supera en mucho a la guerra de Irak. También podría servir para sacar lecciones respecto a nuestras polémicas domésticas, como por ejemplo los desastres de la energía y los transportes en Cataluña. Pero me paro aquí respecto a este artículo porque quiero recomendar algunos artículos más, leídos este verano, y que me parecen lecturas a compartir. De paso sugiero a mis lectores que hagan también sus propias aportaciones sobre cosas que han leído estos meses en relación a la vida política española e internacional.
1.- Los secretos del hombre más rico del mundo.
Firmado por David Luhnow, en the Wall Street Journal, un extenso reportaje con el título precedente, en el que nos enteramos de que el mexicano Carlos Slim posee la fortuna que crece más rápido en el mundo en el últimos dos años; que representa el 7 por ciento del PIB mexicano y un tercio del índice de las mayores empresas de su mercado de valores. Supera probablemente, según el periodista, a Bill Gates y es la primera persona de un país clasificado como del mundo en desarrollo que llega a esta posición. Los secretos son los de siempre, aunque en este reportaje están muy bien contados y documentados: comprar compañías a precios muy bajos y mantener luego situaciones de privilegio y monopolio, algo que no se puede hacer sólo con talento pero que exige talento en cualquiera de los casos.
2.- Murdoch visto por Auletta.
Aquí no hay. Los medios de comunicación no son auténticos objetos de observación y de análisis para los periodistas. No hay reporteros y analistas especializados en las empresas de medios y en sus productos. Por desgracia, estamos bloqueados por la desdichada máxima de que “perro no come perro”. Lo que no significa que no nos mordamos y no nos metamos los unos con los otros, y de qué manera: pero no lo hacemos siguiendo las mismas reglas que con el resto de los mortales. Eso es todo y es demasiado. En Estados Unidos sucede exactamente lo contrario. Hay una larga y fructífera tradición, que permite espectáculos magníficos, como el de la información y de los editoriales publicados por el propio The Wall Street Journal sobre el culebrón de la venta de Dow Jones, la empresa propietaria, a Rupert Murdoch. Algunas semanas antes de que la venta se produjera, Ken Auletta, uno de los mejores periodistas especializados en medios, publicó su reportaje en The New Yorker. Del que se deduce que, entre los múltiples riesgos que representa Murdoch para la libertad de expresión, hay algo que es casi una certeza: los márgenes del WSJ para criticar al régimen comunista chino van a esfumarse en vísperas de los juegos olímpicos de Pekín. Si algo caracteriza a este multimillonario neocon es su condescendencia con el comunismo chino, que le reporta muy buenos beneficios.
Mi tercera recomendación es el artículo de Timothy Garton Ash sobre Günter Grass y su libro autobiográfico “Pelando la cebolla”, traducido aquí por Alfaguara. Hace un año del escándalo que se desencadenó gracias al libro, en el que Grass revela que vistió el uniforme de las SS, en los últimos días de la guerra mundial. El análisis de Garton Ash es tan generoso con el novelista como crítico con el ciudadano que ejerció durante muchos años de implacable látigo moral de Alemania y de sus políticos. Pero al final, y a pesar de sus duros argumentos, le salva: “el tiempo le perdonará”. El historiador acude a un argumento muy propio: la contribución de Grass a la reconciliación germano-polaca, que considera como su aportación más significativa.
4.- Siete militares decentes.
Y para terminar, el artículo que ya mencionó un amable comentarista, en el que siete militares nortamericanos, ninguno por encima del grado de sargento, cuentan como ven la guerra de Irak. Uno de ellos fue herido de gravedad después de dar su consentimiento para la redación final del artículo, que publicó The New York Times el pasado 19 de agosto. No tienen pelos en la lengua estos militares, gente que a los riesgos físicos que han debido enfrentar en la guerra, añaden ahora los riesgos de represalias por sus críticas a la Casa Blanca. "Una vasta mayoría de iraquíes se siente crecientemente inseguro y nos ven como una fuerza de ocupación que no ha sido capaz de conseguir la normalidad después de cuatro años y es cada vez más incapaz de hacerlo mientras continuamos armando a cada uno de los bandos en lucha", dicen los Siete Magníficos, tal como les ha calificado un sector de la prensa norteamericana. La única forma que tienen los iraquíes de recuperar la autoestima es llamando las cosas por su nombre: Estados Unidos es una potencia ocupante, y debe retirarse.
Me complace especialmente evocar hoy este artículo que contradice todo cuanto está diciendo y haciendo Bush respecto a Irak, dirigido a salvar la cara, mantener el tipo hasta el final de su mandato y evitar ocasionar daños todavía mayores a sus amigos republicanos en la campaña presidencial. Ayer viajó precisamente a Irak en un gesto más para seguir mareando la perdiz, dosificando la presencia de las tropas pero sin resolver ni uno solo de los problemas que tienen los iraquíes. Y lo hizo el mismo día en que los británicos abandonan Basora. No parece quedar muchas dudas de que este terrible y envenenado pastel quedará entero para el próximo presidente.
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