Ultraprocesados veganos: ¿hemos convertido una cuestión ética en un objeto de consumo más?
Los jóvenes se replantean qué comen y de dónde procede lo que consumen. Los empresarios capitalizan este interés, pero sin compartir los mismos principios
Tenía 17 años y un desencanto a juego. Y como los seres humanos no maduramos tan aprisa como los quesos, la mirada de Holden Caulfield, el joven protagonista de la novela El guardián entre el centeno, se mostraba desilusionada por los defectos de un mundo adulto que los adolescentes de su generación trataban de imitar. Las plantas también imitan.
Ahí está el caso de la Boquila trifoliolata, capaz de lograr algo que ninguna otra especie conocida puede hacer: replicar el aspecto y el color de las hojas de otras plantas de su entorno sin necesidad de tocarlas. Hay malas hierbas que se ocultan entre una planta domesticada con el fin de prosperar a expensas de esta, algo muy humano, por otra parte. Es lo que se conoce como mimetismo vaviloviano. La hierba de corral temprana disimula su presencia en los campos de arroz gracias a su semejanza y al parecido de sus semillas. Otras plantas han desarrollado esta misma cualidad de componer una respuesta de supervivencia basada en el encubrimiento. Quizá el caso más conocido sea precisamente el del centeno, inicialmente una maleza mimética del trigo que acabó siendo sembrado como cultivo propio. Simular, fingir lo que no se es, tal vez lo que se quiere ser, es una maniobra frecuente de la naturaleza y, como parte de la misma, del Homo sapiens y sus circunstancias.
Hay quien finge ser feliz: sujetos que simulan un determinado trastorno, un dolor de barriga o un robo; por fingir, se fingen hasta intolerancias y orgasmos. Y entre tanta representación, en este theatrum mundi lleno de marionetas arrastradas por el flujo de noticias inéditas, bulos y desinformación, la percepción sobre cualquier tema cambia de signo en función de la respectiva temperatura corporal. Bajo la adhesión a la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y a los animales, muchas personas se han replanteado qué comen y de dónde procede lo que comen, idea que va creciendo y permeando sobre todo en el público más joven, que lo adopta como un recurso identitario más.
Lo asombroso del caso es que tras este pronunciamiento humanista cargado de buenos deseos se agazapa el millonario negocio de las buenas intenciones, capitalizado por hábiles negociantes, emprendedores ventajistas e importantes fondos de capital riesgo. Como un mimetismo batesiano moral, los alimentos veganos son muy similares en apariencia, pero solo algunos de ellos están de veras comprometidos con la deontología que defienden. De otro modo, todas esas compañías que desarrollan productos veggie no los distribuirían en supermercados, tiendas y páginas web que, a su vez, ofrecen alimentos y materias primas de origen animal, colisionando así con las fuertes reglas que promueve la ética del buen trato hacia los animales. La comida de la compasión impulsa tal interés empresarial que el movimiento vegano, que en su origen no se adoptaba por una cuestión económica, sino por ética y por vivir acorde a unos principios, hoy día propicia revistas y ferias de negocios, inversiones millonarias, rondas de financiación y recauda millones en inversiones que esperan su parte del pastel… vegano.
Aun así, lo más llamativo de esta ideología germinada a la luz del respeto hacia los seres sintientes no es que esté siendo fagocitada por los procesos que la perciben como un objeto de consumo o que a través del veganismo se esté promoviendo un directorio de productos ultraprocesados. De nuevo, los diversos intereses, en lugar de propiciar una nutrición basada en el empleo de la amplia despensa vegetal y el valioso recetario optimizado a lo largo de los años, promulgan que se adquieran artículos que tratan de asemejarse a elaboraciones compuestas de proteína animal, en vez de componer alternativas que se alejen de productos que se desaprueban. Hasta las cadenas de comida rápida trivializan las razones que impulsan esta corriente al ofrecer menús veggie sin dejar de comercializar su oferta convencional.
Es lamentable que en lugar de aprovechar esta coyuntura para favorecer las variedades vestigiales vegetales y preservar la mayor cantidad posible de semillas de cultivares antiguos, se propague la cultura de la no comida en forma de hamburguesas, nuggets, sándwiches, pizzas, golosinas, quesos, helados, cremas untables y postres. Una vez más, la batalla por un mundo distinto y más justo lo pierde la cultura, para ganarla la voracidad de los intereses económicos por el camino de la comodidad.