MUJERES DE CAMPEONATO

Encarna Hernández, la niña de los 104 años

Su gancho la convirtió en baloncestista de éxito y, tras una vida centenaria, le ha devuelto la celebridad silenciada

La vida de Encarna Hernández es la aventura de una celebridad silenciada en el tiempo, que perpetuó su pasión hasta convertirse en la protagonista de su propia historia. Fue una cría intrépida, una joven rebelde, una jugadora creativa y una entrenadora tenaz. Una pionera entusiasta del baloncesto, que decidió que de mayor quería ser niña. La niña feliz que ha sido siempre. La memoria con la que ha retroalimentado su conmovedora biografía centenaria.

El 23 de enero Encarna cumplió 104 años en su casa de Barcelona, un hogar convertido en una mezcla de santuario, museo y archivo. Una colección artesanal, de centenares de fotografías, notas y recortes de prensa que recopiló durante sus más de dos décadas de trayectoria deportiva, con la que ha podido poner en valor su leyenda. Un tesoro que descubrieron las hermanas Sara y Raquel Barrera, sus ángeles de la guarda, y decidieron rescatar del anonimato para proyectarlo al mundo en el documental La Niña del Gancho (2016, Filmin). La película que devolvió a Encarna la trascendencia que había quedado traspapelada en los anales. El homenaje que la otorgó voz y justicia poética. La repercusión que le ha insuflado vida, la suya.

Encarna Hernández, en una imagen de principios de los años 90 de su archivo personal.
Encarna Hernández, en una imagen de principios de los años 90 de su archivo personal.

“La memoria es lo más grande que me queda”, explica Encarna cuando repasa sus álbumes. “Cuando veo todos mis recuerdos me siento rejuvenecer. La vida es maravillosa, pero hay que saberla vivir, sacando siempre la parte buena. Hay que vivir felices porque el camino es largo y corto a la vez”, solemniza con la lucidez de quien siempre tuvo el ansia de hacer de su vida algo extraordinario. Un viaje que comienza en Lorca (Murcia), la tierra donde nació en 1917, y que toma vuelo definitivamente en 1929, cuando el matrimonio formado por Andrés y Pascuala decide trasladarse a Barcelona con sus 12 hijos.

Las carreras de Encarna y sus hermanos en las playas de Los Alcázares se transformaron en juegos en los descampados de arena de la calle Entenza. Con los chicos dominando el territorio y el recreo, pero también con el espacio suficiente para desatar un anhelo incontenible. “Yo quería ser deportista. El deporte es vida y salud, te evade de las cosas malas. Yo soy aire, agua y sol. Eso me lo daba el deporte. Y mi padre me consentía que jugase porque era muy moderno y liberal”, narra Encarna, rememorando a aquella niña de 12 años que admiraba a las jóvenes del Club Femení d’Esports y canalizó definitivamente su pasión hacia el baloncesto tras desgastar la bicicleta y los patines y descartar la natación y la gimnasia rítmica.

Encarna Hernández, abajo a la derecha, junto a sus compañeras del Atlas Club, en una imagen de 1931. / Revista Crónica
Encarna Hernández, abajo a la derecha, junto a sus compañeras del Atlas Club, en una imagen de 1931. / Revista Crónica

“Los chicos del barrio, entre los que estaba el que luego fue mi marido, alquilaron un terreno que había enfrente de nuestra casa, lo arreglaron, le pusieron una vallita y unas canastas y comenzaron a jugar allí. Yo me apunté, con mi hermana Maruja y otras amigas. Jugábamos todos los días. Así empezó mi historia en el baloncesto”, relata Encarna. Allí se fundó, en 1931, el Atlas Club, su primer equipo con 14 años. En los albores de la historia, puesto que el basquetbol, como lo registra la hemeroteca de la época, llegó a España en 1911, de la mano del pedagogo catalán Eladi Homs, formado en Estados Unidos, y no tuvo referentes consolidados de equipos femeninos hasta 1928, con la eclosión de numerosas asociaciones de mujeres en Cataluña. El primer partido de la selección femenina se disputó 35 años después, en 1963 en Malgrat de Mar, al norte de Barcelona, y la fundación de la Liga no llegó hasta un año más tarde, en abril del 64.

'La Niña del Gancho' (2016, Filmin) | Tráiler RTVE

Encarna escribió la historia antes de la historia. Perteneció al Atlas Club entre 1931 y 1934, al Laietà entre 1935 y 1940, a la Sección Femenina entre 1941 y 1944, y al Barcelona entre 1945 y 1953. Además, también jugó en los años 40 con otros equipos no federados como el Cottet, el Peña García y el Moix Llambés, que disputaban el campeonato nacional de grupos de empresa. “La República representaba la libertad. Admiraba mucho a las mujeres inteligentes de la época, a las que lucharon por nosotras. A Clara Campoamor, Victoria Kent, Federica Montseny, La Pasionaria... Después, con Franco, querían que las mujeres nos quedáramos solo para las labores del hogar y para dar hijos sanos a la patria. Pero yo seguí jugando. Trabajaba de modistilla y ganaba seis pesetas, pero era muy activa y no podía con eso de coser y planchar”, prosigue Encarna en su relato. “Siempre fui la misma, con unos y con otros”, recalca. La Guerra Civil la sorprendió mientras se entrenaba en el estadio de Montjuic para preparar unas olimpiadas populares que nunca llegaron a celebrarse.

Pero nada frenó la pasión de Encarna por el deporte y por el baloncesto. Cuando el papel de la mujer quedó relegado a ser madre y esposa ella siguió jugando, por pasión y rebeldía identitaria. A partir de 1939 volvió a capitanear al Laietà, el mejor equipo de la época, junto a las hermanas Jordá, María Morros y Carme Sugrañes. “Pasamos de jugar con unos shorts, unas blusas y unas botitas de cáñamo, con las que estábamos la mar de monas, a tener que ponernos unas faldas larguísimas con las que no podíamos casi movernos. Retrocedimos en todo y la mujer quedó anulada. Pero no me resigné”, afirma Encarna, que para entonces ya era una referencia, con estilo propio y hasta sobrenombre.

Encarna Hernández junto a Laia Palau, posando con la medalla de oro del Europeo de 2017 lograda por la capitana de la selección española. / Raquel Barrera
Encarna Hernández junto a Laia Palau, posando con la medalla de oro del Europeo de 2017 lograda por la capitana de la selección española. / Raquel Barrera

“Yo improvisaba jugando. Medía 1,54m, pero las altas no podían conmigo. Me inventaba jugadas, porque entonces no había tanta táctica, y me dejaba llevar por la intuición. Era tremenda. Dicen que era especial y muy buena”, detalla antes de explicar el lanzamiento que la hizo célebre. “Me llamaban La Niña del Gancho porque tiraba unos ganchos con mucha elegancia y no fallaba casi ninguno. No lo hacía de cualquier manera, hay que saber y tener gusto y clase para ello. Saltaba, lanzaba por encima de la cabeza y tac… canasta. ¡Qué tiempos aquellos, ojalá pudiera volver!”. Nostalgia de un viaje en el que vivió el salto de las pistas de tierra y cal, con duchas de agua fría en casetas prefabricadas, a las competiciones federadas y los partidos bajo techo y en parqué (el primero se celebró en 1935). Una carrera en la que además de jugadora Encarna también comenzó a entrenar, cuando el Régimen la seleccionó como instructora de educación física y entrenadora de la Sección Femenina de Falange. Años después, en 1946, fue una de las primeras mujeres en conseguir la titulación oficial de la Federación.

“No gané nada de dinero en el baloncesto. Pero he ganado aplausos, admiración y vida. ¡Me sentía tan feliz jugando!… He vivido para el baloncesto, para mi familia y mis amigos. Y lo he tenido todo gracias al deporte”, completa Encarna, que no ha dejado de ampliar su colección con las conquistas de las referentes actuales. “Mi jugadora favorita es Laia Palau y también me impresionó mucho la historia de Amaya Valdemoro, y su superación cuando se rompió las dos muñecas. Me reflejo mucho en Laia, porque es inquieta y domina el juego en todos los lados de la pista. Eso me pasaba a mí”, cuenta.

Después de 22 años de carrera, Encarna se retiró en el Barcelona a los 36, cuando se quedó embarazada de su hijo José Carlos. El mismo que la obligó a dejar de conducir a los 95 y la ha acompañado a vacunarse estos días, mientras sigue alimentando su ilusión y el archivo de recortes de prensa con el que ha combatido 60 años de olvido. “Qué vergüenza que nos den tan poco espacio. Miseria y machismo. Toda la vida luchando para esto”, rezonga cuando las noticias que recorta ahora son apenas unos breves sin foto. El museo que le negó la historia se lo ha construido ella en casa. Vivir rodeada de recuerdos para vivir dos veces, para vivir el doble. La Niña del Gancho, una niña de 104 años. Pasión infinita.

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