Una semana de luto e interrogantes en la plaza de Villaverde en la que fue tiroteado William
Los compañeros y allegados rinden tributo al menor asesinado en el primer día de colegio desde que murió y la Policía continúa con los interrogatorios a testigos en una investigación “muy complicada”
Los colegios volvieron a abrir este viernes después de un largo puente, pero William Bonilla no regresó a su aula en el centro Comunidad Infantil de Villaverde, en Madrid, porque cinco días antes había sido asesinado a tiros a solo unos metros de allí, justo frente al portal de su casa. Los profesores reunieron toda la fuerza posible para gestionar el que, sin duda, ha sido su peor día de trabajo. Una jornada en la que tuvieron que lidiar junto con sus alumnos con una despedida a la que ninguno encuentra sentido, la de un adolescente de 15 años al que descerrajaron dos disparos sin mediar palabra. La policía investiga lo que todo apunta a una venganza de bandas juveniles cuya violencia ha dejado este año, al menos, cinco víctimas mortales en la ciudad.
Es un colegio pequeño, con solo una clase por curso, en el que todos conocían al chico. Sus primos estudian allí. “Estamos prestando todo el apoyo psicológico necesario y tratando de afrontar una situación que no esperaba nadie”, explica la responsable del centro sin querer entrar en más detalles. Al acabar las clases este viernes, los padres y docentes guardaron un minuto de silencio. Los profesores colocaron un enorme mural con manos de los alumnos estampadas y con cartas en las que los compañeros del chico expresaban sus sentimientos. Injusticia, dolor, rabia y tristeza eran algunas de las palabras más repetidas en los escritos. En las imágenes pegadas en el mural, un pequeño William mira asustado a la cámara en la que probablemente fue su primera foto de carnet. En otra de las instantáneas, el chico saluda a la cámara cargado con su mochila. Nunca faltaba a clase, quería ser ingeniero y nadie en su entorno había apreciado ningún cambio significativo. Todos lo describen como un chico cariñoso, más bien tímido y que andaba más con chicas que con chicos. Muchos de sus amigos viven su duelo publicando vídeos del fallecido en TikTok.
William era el pequeño de tres hermanos. Su madre emigró hace dos décadas desde República Dominicana y poco después vino el resto de la familia. El adolescente fallecido nació en Madrid en septiembre de 2007. Franklyn, el hermano mayor, de 27 años, tiene dos hijos. “La conexión que tenía con sus sobrinos era muy especial. Y para mí, era todo. Todo”, recalcaba el hermano antes de entrar en el colegio para participar en el homenaje al fallecido. También acudió el padre del chico y otros allegados de la familia. El abuelo es que el que se está encargando de los trámites burocráticos, pues la familia quiere enterrar al joven en Santo Domingo. La madre permanece en casa, desde donde se la ha visto en el balcón del tercer piso pidiendo a su hijo de forma desesperada que vuelva a casa. Esta semana tuvo que ser atendida en un centro hospitalario por una crisis de ansiedad, cuenta una allegada.
La última ejecución perpetrada por miembros de bandas se produjo a 15 minutos a pie del lugar en el que murió William. Fue el asesinato premeditado de Alejandro Pérez, de 18 años, en venganza por otro crimen anterior, el de Jaime Guerrero, de 15 años, en Atocha en febrero. El autor material de la puñalada a Alejandro acababa de cumplir 14 años. Una escalada de crímenes intercalada con decenas de agresiones y enfrentamientos que se suceden cada semana, sobre todo en los barrios del sur de la ciudad. Raquel Téllez, madre de un alumno del colegio de William, lanza una reflexión: “La pregunta no es si estos chicos coquetean con bandas o no, sino por qué lo hacen. Los vecinos queremos hablar de la problemática, pero poniendo el foco en que estos barrios están olvidados y de eso se alimentan estas organizaciones”.
Desde el principio los familiares y amigos han puesto todo su empeño en desligar el recuerdo del adolescente asesinado de las bandas juveniles. En Madrid, los Trinitarios y los los Dominican Don’t Play son las predominantes. En el caso de William, todo apunta a que cayó él como podría haber caído otro peón en esta guerra urbana protagonizada por menores. Según la investigación, el chico tenía amistad con miembros o antiguos integrantes de los Trinitarios, pero no pertenecía a la banda. Precisamente esta falta de relación está haciendo que la investigación sea “muy complicada”.
La noche del domingo, sobre las once y cuarto, se encontraban en la plazoleta de la calle Angosta siete jóvenes. Cinco de ellos, sentados en una de las mesas con estampado ajedrezado; William y un amigo suyo estaban de pie al lado de unos contenedores. Según explican testigos del crimen, los que estaban en la plaza vieron cómo un chico se acercaba desde la calle Villastar. No le dieron más importancia al hecho de que fuera “bastante tapado” porque hacía frío. Se puso detrás de William, disparó al menos dos veces, y huyó por donde había venido. Uno de los jóvenes que había en la mesa, de 21 años y residente en Fuenlabrada, salió tras el pistolero y también recibió un disparo en el abdomen. Algunos testigos han afirmado que había un coche rojo esperando al atacante en una esquina cercana y que el otro disparo pudo venir del vehículo y no del asaltante de William. En otros asesinatos de pandilleros, los miembros más mayores de las bandas que son, además, los que deciden los crímenes, controlan la ejecución a una distancia prudencial. A veces incluso han estado al teléfono con los menores mientras estos actúan.
Cinco días después del crimen, el luto y la vuelta a la normalidad conviven en este lugar marcado para siempre. En una esquina, hay un altar en recuerdo a William con las banderas de la República Dominicana y España, coronas florales, velas y un dibujo de la seta de Mario Bros, en referencia al lustroso pelo afro del chico fallecido. “No todos los latinos son de bandas”, es el mensaje que destaca. En el suelo, han pintado con espray el nombre del muchacho en el punto en el que fue atacado, y una “W” en el lugar en el que murió a pesar del intento de reanimación de los sanitarios del Samur.
Los amigos del chico tiroteado visitan cada día a la madre. También se juntan en el salón de Saoni Reyes, amiga cercana a la familia. “Se la pasan en el salón recordando anécdotas de William y viendo vídeos y fotos suyas. El otro día comentaban que el año pasado el coche de Google Maps pilló a varios de ellos cuando pasaba por una de estas calles”, cuenta Reyes. La imagen ya no aparece en el mapa, pero ellos la conservan. En ella se ve a tres chicos en patinete saludan a la cámara. Aunque Google pixela las caras, la melena de William es inconfundible.
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