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Una cama para dormir y una oportunidad para empezar de nuevo

Un ‘hostel’ de Barcelona se reconvierte refugio para de personas sin hogar tras el colapso del turismo

Algunos de los huéspedes durante una sesión de Yoga por vídeoconferencia.Vídeo: Gianluca Battista

Félix se temía lo peor. “Se lo decía a los compañeros: nos van a dejar tirados. Donde nos daban alimento nos lo van a dejar de dar. Cada día será peor”. Las personas sin hogar como él son los más expuestos a sufrir las consecuencias de la crisis económica que llega de la mano de la crisis sanitaria. Pero Félix se ha topado con una oportunidad inesperada para salir de esta situación mejor de lo que llegó a ella: “No es solo que te pongan un techo, una casa, sino que te acompañan en todo lo demás. Llevo dos años en la calle, no me había dejado ayudar. Aquí te hacen ver que puedes salir adelante”, explica.

Félix es uno de la quincena de turistas del albergue para jóvenes Sweet Accomodations, en el Eixample de Barcelona. El dueño de este hostel, el peruano Gianfranco Mercado, vio cómo de pronto tenía que cerrar puertas. Y decidió volverlas a abrir para acoger a personas sin techo. “No queríamos dejar esto vacío sabiendo que hay gente en la calle sin un lugar donde dormir”, dice Gianfranco, que pronostica un futuro distinto también para su sector, el turismo: “Viajaremos más dentro de nuestro país que fuera. Y el viajero se va a preocupar en la huella que deja el lugar donde viaja”.

El caso es que Gianfranco tenía el espacio, pero no la experiencia. Y contactó con Andrew Funk, presidente de Homeless Entrepreneur, una ONG creada hace cuatro años que pretende ir más allá de ofrecer un techo de forma temporal. “Esto no va solo del confinamiento, sino de dar una oportunidad de recuperar su vida. Les pedimos el compromiso de querer cambiar y transformar su vida”, explica Funk, que pasó él mismo por una etapa de sinhogarismo. Esa es la filosofía que intenta transmitir a las personas que, como Félix, viven estos días en el albergue y se hacen cargo de mantener las instalaciones y a sí mismos.

“Es como un piso compartido. Hacen actividades, pero también se organizan para asumir la limpieza, la cocina, el cuidado de los espacios. Espero que sea algo que perdure en el tiempo, más allá del mes y medio o lo que sea que dure el confinamiento”, reflexiona Mercado. Esa convivencia fue al principio difícil, admite Félix. “Somos personas de nacionalidades y costumbres distintas. Pero hubo una reunión y nos organizamos”.

Francisco, al que sus amigos conocen como Frank, coincide en que el cambio ha sido “radical” y hay que adaptarse. “Pasas de vivir en la calle a tener un techo. Es un empujón para poder hacer muchas cosas. Tengo 60 años y no quiero vivir del Estado, sino hacer algo, trabajar”. De momento, Francisco se encarga de la cocina. “He cocinado para cinco personas, pero para tantas… es más tomate”.

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