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La comunidad china señala el camino a seguir

Los vecinos de origen chino de Barcelona han sido la avanzadilla: han cerrado negocios y se han recluido

Wei Chen y sus hijas saludan desde el balcón de su piso de Barcelona, donde llevan una semana confinadas.
Wei Chen y sus hijas saludan desde el balcón de su piso de Barcelona, donde llevan una semana confinadas.Cristobal Castro
Clara Blanchar

Wei Chen y sus hijas saludan desde la ventana del piso en el que viven en Fort Pienc, el barrio de Barcelona con mayor población de origen chino. Chen acaba de subir a casa después de bajar a por comida. Con mascarilla, como el 99% de la comunidad en la ciudad. Buena parte de ellos vivieron con tanta angustia la crisis del coronavirus en China y el caos en Italia que se autoimpusieron una cuarentena voluntaria. No entienden cómo las autoridades españolas han tardado tanto en actuar. O cómo no se ha controlado que las personas confinadas no salieran de casa.

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Aseguran que su actitud ha sido espontánea, que no han recibido ninguna orden del Gobierno chino ni el consulado, aunque algunas familias comunicaron hace días que dejaban de llevar a los niños a la escuela con una carta idéntica, pero sin membrete. Preguntada la embajada de Madrid sobre si ha habido alguna consigna, este diario no ha obtenido respuesta.

“Nuestras familias lo han pasado muy mal en China, el coronavirus es muy peligroso, porque deja secuelas”, explica Chen, cargada con dos bolsas de comida. Lleva confinada desde la semana pasada. El restaurante donde trabaja está en el centro y esta semana seguía abierto, explica. Pero ella le dijo al jefe que se marchaba a casa. Las horas se hacen largas, reconoce: “Estudiamos, miramos la tele y hacemos gimnasia”. Otros compatriotas han optado por enviar a los niños a China. Ella ve “peligroso estar encerrado en un avión”.

El cierre de negocios regentados por la comunidad china ha sido tan extenso que incluso proveedores como la cervecera Damm lo han notado. Y el departamento de Educación ha constatado que familias del colectivo han dejado de llevar a los niños a la escuela antes de que la Generalitat cerrara las escuelas. Pero ningún órgano cuantifica el fenómeno.

Sí habla de números Luis Jiang, desde la caja del supermercado Oh Food de la calle de Alí Bei. “Las ventas han subido más de un 50%. Las familias que están en casa se llevan arroz, pasta y condimentos”, explica. A dos metros tiene un montón de ejemplares del diario Kan Zhong Guo, que titula: “Italia, el país europeo más afectado por el Covid-19”.

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Después de la experiencia de sus familiares en China, la comunidad barcelonesa ha vivido con atención y angustia el caso de Italia, donde viven 300.000 chinos. Lo recuerda el presidente de la Unión de Asociaciones Chinas de Cataluña, Lam Chuen Ping. En Barcelona hay 50.000 chinos, 100.000 en Cataluña y 250.000 en España, recuenta, y se muestra indignado con las autoridades españolas: “El gobierno no ha actuado. Solo dice cuántos contagios hay y nada más, no explica dónde están los enfermos en cuarentena ni controla que la cumplan. No hay control del confinamiento. A nadie le gusta cerrar el negocio, pero es que no hay control”, insiste y no entiende que no se prohibieran manifestaciones el 8M. También lamenta la reacción de algunos clientes que en el pico de la crisis de Wuhan dejaron de acudir a los negocios chinos.

Pero igual que entre el colectivo hay voces críticas con las autoridades españolas, también hay vecinos de origen chino que cuestionan la actitud de sus compatriotas y su “falta de integración”. Las hermanas Zhao —el nombre es falso, no quieren dar el suyo— llegaron de bebés a Barcelona, están en la treintena, han estudiado en universidades catalanas y se consideran “muy integradas”. “La reacción nos ha sorprendido, en China el virus se vivió con mucho pánico y piensan que en España no se está actuando correctamente. Se informan por redes sociales como WeChat [el Whatsapp chino], están en grupos de centenares de personas y ven la tele china. No tienen cultura de contrastar la información, solo hablan de esto y la bola se ha hecho enorme”, aseguran. “El sentimiento nacionalista y de pertenencia a la comunidad es enorme, solo conocen un modelo de gestión pública y no entienden la de aquí. La cuarentena es voluntaria, lo han decidido por lo que consideraban inacción del gobierno”, aseguran. Ellas han seguido haciendo vida normal y llevando a los niños al colegio.

Y mientras hay una cifra indeterminada de bares y comercios cerrados, otras familias han seguido levantando la persiana. Pero por poco tiempo, coinciden. Como Xufen Ye y su marido, al frente del Bar Roca, en la Sagrada Familia. “Cerraremos la semana que viene, la familia está muy preocupada, el coronavirus es grave y deja secuelas en los pulmones”. No han cerrado porque tienen tres hijas a las que sacar adelante. El padre echa de menos medidas drásticas como las de las autoridades de Wuhan: “La gente tiene un código en el móvil en función de su estado de salud: verde, amarillo o rojo. Y la policía lo utiliza para permitir o no viajar en el transporte público”.

Joan Liu, propietario de Can Liu, en el barrio del Besòs, lanza reproches: “Os lo tomáis poco en serio, en China se cerró absolutamente todo y solo una persona de cada familia salía a la calle para comprar comida”. Él cerró el restaurante cinco semanas en enero (tres viajó por Año Nuevo y dos se encerró en casa por si acaso había enfermado). Ahora volverá a cerrar.

“Si por china te dicen cosas, imagínate con mascarilla”

Ylei tiene 14 años y lleva unos meses pasándolo regular en el instituto. No se queja. Se la ve resignada, esperando que pase el chaparrón. Desde la crisis de Wuhan aguanta que algunos de sus compañeros le llamen “coronavirus” y le pongan canciones alusivas a la enfermedad. El tema no ha pasado de aquí. Pero algunos días, si se ponen muy pesados, a la hora del recreo evita bajar al patio y opta por la biblioteca.

Actitudes como las que relata llevaron hace unas semanas al colectivo Catarsia, de jóvenes de origen asiático, a denunciarlo con una performance en Arc de Triomf, en el centro de Barcelona, al grito de “no soy un virus”.

Ylei explica que, tras la experiencia vivida en la distancia, a través de sus familiares de China, acudiría al instituto con mascarilla. Pero se le quitaron las ganas el único día que lo hizo. Por las burlas que la protección levantó por parte de algunos. “Si por ser china ya te dicen cosas, imagínate con mascarilla”, suspira.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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