Cómo, dónde y a qué hora murieron las 229 víctimas de la dana
De las primeras muertes cerca de las cabeceras de los cauces al trágico desbordamiento del barranco del Poyo, EL PAÍS reconstruye a través del sumario y los testimonios de los familiares la evolución geográfica y horaria de la mayor catástrofe del siglo en España. ¿Se podían haber evitado estas muertes? Cuando el Ejecutivo de Carlos Mazón envió la alerta al móvil, a las 20.11 del 29 de octubre de 2024, al menos 156 personas habían fallecido y otras 37 estaban en situación crítica
“Se están ahogando”. El 29 de octubre de 2024, a las 17.10, un hijo de la familia Mora llamó al 112 para pedir ayuda. Sus padres y dos de sus hermanos estaban rodeados de agua en su casa de Chiva, en Valencia. Faltaban aún tres horas para que la Generalitat enviara una alerta masiva a los móviles avisando de la gravedad del temporal. Nadie acudió en su auxilio. Solo la madre sobrevivió.
Al menos 156 de las 229 víctimas mortales de la dana fallecieron antes de que se enviara el ES-Alert —una veintena, como los tres miembros de la familia Mora, dos y tres horas antes— y al menos para otras 37 su situación era crítica, atrapadas ya en sus casas, garajes, vehículos o en la calle, según una base de datos elaborada por este diario.
Un año después de la mayor catástrofe del siglo en España, un equipo de periodistas de EL PAÍS ha cruzado los datos del sumario (denuncias de desaparición, informes y declaraciones judiciales), las hemerotecas y el testimonio de los familiares para concretar la hora del fallecimiento o de la desaparición de cada víctima, su perfil, y el lugar y las circunstancias que rodearon cada muerte. En 24 casos no se han encontrado datos disponibles. Por eso se usa la fórmula “al menos” al hablar de las cifras de fallecidos en cada franja horaria.
La radiografía muestra el avance geográfico y horario de la dana a lo largo de aquel fatídico día y el rastro de muertos que fue dejando desde las 11:45 horas (cuando está registrado el primero) hasta pasada la medianoche. Y refleja la ineficacia de las autoridades para afrontar la tragedia. El mensaje de alerta, además de tardío, pedía restringir los movimientos. La mayoría de las muertes estaban ocurriendo bajo techo. Al menos el 60% de las víctimas murieron en edificios (50 en pisos de planta baja, 33 en casas, 39 en garajes y 12 en residencias).
El cruce entre estos hechos y la agenda de los responsables del gobierno valenciano también es revelador. Cuando comenzó el Cecopi (Centro de Coordinación Operativa Integrado) a gestionar la emergencia, a las cinco de la tarde, ya habían fallecido una docena de personas. Y al menos 56 cuando el presidente Carlos Mazón terminó su comida en el restaurante El Ventorro con una periodista a las 18.45.
Las primeras muertes sucedieron en los pueblos cercanos a la cabecera de los cauces, entre las 15.00 y las 17.00, en casas inundables junto al río Magro y el Barranco de Poyo. Durante las dos horas siguientes, hasta las 19:00, casi la mitad se produjeron en carretera, especialmente en la A-3 y en las vías próximas a Chiva (26 de las 48 contabilizadas). De 18.00 a 19.00, sin embargo, los bajos de los edificios de la Horta Sud se cobraron ya la mayoría de vidas de esa franja. En la peor hora, entre las 19.00 y las 20.00, murieron 82 personas, dos tercios en residencias, casas, plantas bajas y garajes.
Lo que sigue es una radiografía al detalle de a qué hora, cómo y dónde murieron las 229 víctimas mortales de la riada del 29 de octubre de 2024. Y de lo que estaban haciendo mientras tanto las autoridades al mando de la emergencia.
6.00-12.59
Siete horas antes de la alerta. Un muerto
A las seis de la mañana llovía mucho en Utiel, un municipio valenciano pegado a la provincia de Cuenca. Su alcalde, Ricardo Gabaldón (Partido Popular), habló con las empresas de autobuses y con los directores de los dos institutos, que acogen alumnos de otros pueblos, y media hora antes de las ocho decidió suspender las clases. Uno de los institutos, con 400 alumnos, está en la Avenida del Río Magro. Al alcalde se le llenan los ojos de lágrimas al recordar en su despacho, la semana pasada, las cerca de 800 vidas —entre alumnos del centro y los padres que iban a recogerlos— que, según calcula, salvó con su decisión aquel día.
Cinco minutos después de esa decisión, a las 07.35, la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) emitió una primera “alerta roja” para comarcas del norte de la provincia de Valencia. Se esperaban lluvias de más de 180 litros por metro cuadrado, con “riesgo extremo” para las personas, según la escala de la Aemet. Con esas previsiones, la Universidad de Valencia también suspendió las clases y, poco después del mediodía, el resto de sus actividades.
Desde por la mañana las operadoras del 112 se dieron cuenta de que era un día inusual. A la una de la tarde había acumuladas 4.459 llamadas. Muchos de los incidentes registrados eran peticiones de rescate. En Godelleta, a las 9.33, una persona pide ayuda porque su casa está inundada y el agua le llega por las rodillas. “Vecinos (50 aprox.) piden socorro, llorando”, registra otra a esa misma hora desde Turis.
A las 11:45, el camionero José Hernaiz deja de responder al teléfono. El camión blanco que conducía se había detenido en medio de la carretera porque el agua no le permitía continuar. Se dirigía a un vivero en L’Alcúdia, pero nunca llegó. A las 13.00, la Guardia Civil de Carlet encontró su camión vacío junto al barranco de Benimodo, que recorre la Ribera Alta, entre Carlet y L’Alcúdia. Es la primera víctima mortal de la dana.
A esa misma hora, compareció el president de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, en rueda de prensa. Reiteró que “no había ninguna alerta hidrológica” y auguró que el temporal se desplazaría “a la serranía de Cuenca”.
13.00-16.59
Tres horas antes de la alerta. Al menos, otros 9 muertos (10 en total)
La consejera de Justicia e Interior de la Generalitat, Salomé Pradas, acude al centro de emergencias de l’Eliana (Valencia). Entre las 12.20 y las 13.30 se reúne con el subdirector de este área, Jorge Suárez, y con representantes del 112, la centralita telefónica autonómica. Por entonces, se habían decretado ya las alertas hidrológicas en el río Magro y el barranco del Poyo. La entonces consejera —encargada de las competencias de emergencias— ya era consciente de la importancia de vigilar estas ramblas, según unas imágenes desveladas recientemente y ocultadas por la Generalitat durante 11 meses. No obstante, hasta en dos ocasiones (a las 12.23 y a las 12.48) rechaza el ofrecimiento de la delegada del Gobierno en Valencia, Pilar Bernabé, para que la Unidad Militar de Emergencias (UME) intervenga.
Los cauces que bordean Utiel y Chiva bajan hacia el mar por caminos separados. El río Magro se vierte en parte sobre la presa de Forata y desemboca en el Júcar, que fluye hasta Cullera, 50 kilómetros al sur de Valencia. En Utiel el Magro empieza a desbordarse sobre las dos de la tarde. Seis vecinos, casi todos del barrio de Las Fuentes que bordea el río, se ahogarán en el salón de su casa sin tiempo a ser rescatados. Nadie puede entrar en el pueblo, un municipio de 11.000 habitantes que queda inundado y aislado.
A 56 kilómetros de Utiel está Chiva. Cerca de allí, aunque con el nombre aún de Rambla de Chiva, nace el barranco del Poyo, un cauce que la mayor parte del año está seco pero que cuando llueve mucho puede desatar grandes y súbitas avenidas de agua. Ese día va creciendo —internamente y con otros cauces que afluyen en él— y desbordándose de manera cada vez más torrencial hasta desembocar en la Albufera, la laguna litoral pegada a Valencia.
A lo largo del día, este barranco causará la inmensa mayoría de las víctimas: 193 del total de 229.
Antes, a las 14.00, Pradas pide finalmente la intervención de la UME. Para entonces, en esa parte de la provincia, donde la lluvia lleva cayendo horas, el agua hace estragos. Hacia el interior, Pradas ha estado en Carlet, junto al barranco de Benimodo. La acompaña su número dos en Emergencias, Emilio Argüeso: “Los barrancos están a punto de colapsar”, escribe él en un chat de altos cargos a las 14.44.
A las 14.55 la Generalitat sube a 2 su nivel de alerta, sobre una escala de 3. A esa hora, el presidente Mazón, que asumiría el mando automáticamente en caso de decretarse el nivel 3, estaba llegando a un reservado del restaurante El Ventorro, donde comió con la periodista Maribel Vilaplana. A las 15.30, la consejera responsable de Emergencias, Salomé Pradas, convoca una reunión del Cecopi para las cinco. A las 16.20 llama a Mazón, pero el president no responde.
En estas cuatro horas, más allá de los muertos de Utiel y Sedaví, otras dos personas mueren en casas inundables en Pedralba y Torrent.
A partir de las 16.40, el 112 —la centralita autonómica de Emergencias— empieza también a desbordarse. Cuando dan las cinco de la tarde, el servicio de emergencias había recibido 9.461 llamadas.
Fallecidos en casas inundables
17.00 - 17.59
Dos horas antes de la alerta. Al menos, otros 15 muertos (25 en total)
Cándido Molina, un camarero de 62 años que trabaja en Valencia, viaja esa mañana a Cheste. Es su día libre y quiere pasarlo con sus tres perros en un terreno que tiene allí su familia, pegado al barranco. A mediodía enciende la chimenea dentro de la caseta de aperos y se hace una foto que envía a su pareja en Valencia: “Hace mucha humedad”, le dice a Vicky.
A las 17.52 suena el teléfono de Vicky. Es Cándido. “Nos vamos a ahogar”, grita mientras intenta salvar a los perros. “¿Qué dices, cariño? ¿Es una broma?”, le responde ella. En Valencia no llueve. “Nooooo, que no. El agua se ha llevado el coche, la piscina, nos vamos a ahogar”.
La llamada se corta. Vicky empieza a llamar a la Guardia Civil y a la Policía Local de Cheste. Su hijo, al 112. Nadie contesta. Solo descuelgan los Bomberos de Requena. “Yo no sabía que en Requena estaban peor que en Cheste y les pedí que fueran a ayudar a mi Candi”, recuerda Vicky. “Me dijeron que harían lo que pudieran”. Nadie acudió.
A esa hora, dos antes de la alerta masiva a los móviles, la situación en esa zona es desesperada. Cándido Molina morirá arrastrado con la caseta. La situación de las carreteras de alrededor es de peligro extremo. Decenas de personas quedan atrapadas en la autovía A-3, colapsada de coches que no pueden avanzar. En un atasco en el kilómetro 322, entre Buñol y Chiva, se encuentran Julián Baños Martínez y su hijo Julián. Ambos fallecerán esperando poder llegar a casa. Los coches se encontraron después amontonados unos encima de otros, rotos, con ramas saliendo de lo que quedaba de las ventanillas. Rocas del tamaño de balones de fútbol habían golpeado la carrocería y se agolpaban en los arcenes de la A-3.
Una madre y su hija, Elvira Martínez y Elisabet Gil, que trabajan como camareras de piso en un hotel y que conducen de Cheste a Chiva se quedan también atrapadas. Mandan un primer video en el que se ve la carretera mojada y mucho atasco. Media hora después, a las 17.31, envían un segundo y angustioso vídeo en el que se ve cómo su coche está ya flotando en medio de un océano. El agua llega al parabrisas y está entrando en el interior. Ninguna de las dos sobrevive.
Las carreteras se cobraron diez de las 15 vidas que la dana dejó entre las cinco y las seis. Muchos mueren volviendo del trabajo, tratando de llegar a casa.
El desbordamiento del barranco del Poyo ha inundado varios tramos de la autovía que une Caudete de las Fuentes, Utiel, Chiva y Cheste con Valencia, y sigue acumulando agua y arramblando forraje y sedimentos camino de Torrent, donde se une con otros dos barrancos, secos casi todo el año, y forma un solo torrente hacia Paiporta, el municipio que acabó acumulando el mayor número de fallecidos aquel día, 37.
Mientras todo esto sucede, Mazón sigue en el restaurante El Ventorro con la periodista Vilaplana. El Cecopi comienza a las cinco de la tarde. Hay al menos 10 muertos y varios cortes de carreteras, entre ellos varios tramos de la A-3. Desde el primer momento, según un vídeo del encuentro que ha salido a la luz a comienzos de mes, ya estaba sobre la mesa la posibilidad de un mensaje masivo a la población. Pero esa alerta no se envía a pesar de que algunos de los 29 asistentes a la reunión ya conocen la realidad de la riada. A las seis de la tarde, se habían recibido 11.899 llamadas en el 112.
Fallecidos en carretera
18.00-18.59
Una hora antes de la alerta. Al menos, otros 35 muertos (60 en total)
Pasadas las seis de la tarde, un vecino de Torrent sube corriendo por la calle principal, muy alterado. Su vivienda, la última de la avenida, que se asoma al barranco de l’Horteta, se está llenando de agua a pesar de los cuatro metros de altura de la rambla. “¡Mi casa se está inundando, ayuda!”, grita al ver a un grupo de vecinos que tratan de calmarlo.
La tranquilidad dura un par de minutos. Una lengua doble de fango se acerca: por la derecha, el agua desbordada del barranco de la Soterraña, y por la izquierda, la del barranco de l’Horteta. Los vecinos corren a refugiarse en sus casas. En cuestión de minutos, las plantas bajas quedan completamente anegadas. Una mujer mayor flota sobre su cama.
En la hora que va de las seis a las siete, 23 de las 35 víctimas mueren ya en casa. Las casas propiamente dichas, cercanas a los cauces, suman ocho. Pero empiezan a ser mortales también los bajos de los edificios de los pueblos con mayor densidad de población de la Horta Sud que se inundan —10 víctimas en esta hora. Y los ascensores (1) y garajes (4). Aguas abajo, la cosa no va a ir sino a peor, porque la población ha olvidado —los desbordamientos de este siglo no pasaron de los tobillos—y las autoridades no recuerdan lo básico de cualquier manual frente a inundaciones: hay que subir a lo alto y abandonar los coches.
En algunos casos, las autoridades no solo no recordaban lo básico, sino que aconsejaban lo contrario. A unos ocho kilómetros de Torrent, en Paiporta, Núria Martínez y su pareja, José María Rivera, se sientan en el sofá para ver una película. Apenas ha pasado un mes desde que se mudaron a su nuevo hogar, un bajo junto al barranco que han reformado con sus propias manos. A las seis de la tarde, un coche de la Policía Local recorre la calle con un megáfono: “Que no salga nadie de casa, el barranco del Poyo está a punto de desbordarse”.
“¿Has escuchado eso?”, le pregunta José María a Núria. El agua está entrando por debajo de la puerta. Miran por la ventana y ven cómo “el barranco salta”, se desborda y arrastra al coche patrulla. Escuchan en el baño como la tapa del váter se levanta de golpe y empieza a salir agua marrón. El bajo se inunda y el agua alcanza los cuatro metros de altura.
José María se ata la cuerda del batín que lleva Núria a la cintura para no perderla y le dice que tienen que salir de ahí. Nada más poner un pie en la calle, la fuerza de la riada se los lleva. “La corriente hacía remolinos, te metía para adentro y no sabías nunca si ibas a poder salir. Era como cuando llenas la bañera de agua, levantas el tapón y la succión forma un remolino. Eso era lo que nosotros sentíamos”, recordaba él esta semana.
La fuerza de la corriente les golpea primero contra un garaje, luego contra una farola y finalmente logran agarrarse a un árbol con un tronco muy grueso. “Creo que nos hemos salvado”, le dice a Núria. No le da tiempo a terminar la frase cuando el tronco del árbol se parte y cae sobre ellos. “Empecé a tragar agua y hubo un momento en el que mi subconsciente dijo: ‘Vaya muerte te vas a encontrar”, recuerda José María. Él logró salir y volver a respirar, pero a Núria se le quedó la rizada melena enganchada en unas cañas. Cuando José María logró desenredar su cabello y sacar su cabeza, ya no respiraba.
Mientras tanto, Mazón sigue en el Ventorro. Intercambia llamadas con Pradas y con el presidente de la diputación, Vicente Mompó, entre las 18.25 y las 18.30. Vilaplana, la periodista con la que comió ese día, asegura que el presidente estuvo en el restaurante con ella hasta las 18:45. En ese momento, 56 personas han perdido ya la vida a consecuencia de la dana. Y se desata un aluvión de llamadas de poblaciones cercanas al barranco del Poyo, cuyo desbordamiento ha desatado la catástrofe. La primera sobre la situación en Paiporta llega a las 18.32: “Se está desbordando el barranco. No han cortado la zona”. Antes de las 19:00 se habían recibido 13.338 llamadas en el 112. En el Cecopi, siguen sin enviar la alerta.
Fallecidos en plantas bajas
19.00-19:59
La hora previa a la alerta. Al menos, otros 82 muertos (142 en total)
Entre las siete y las ocho de la tarde se vivió la hora más crítica. Un tercio de las 229 víctimas mortales, 82, son arrastrados por la corriente. La mayoría sigue muriendo en las viviendas, pero otro reflejo rutinario ahonda la trampa: muchas personas bajan al garaje para intentar salvar los coches. Y hay garajes que ni siquiera tienen escalera de emergencia: solo el ascensor y la rampa, que el agua se apropia.
A Salvador e Isabel, que viven en un cuarto piso en Catarroja, en el margen derecho del barranco, los salvó que, cuando bajaron, la puerta del garaje ya no abría. “Menos mal, porque nuestro garaje es una ratonera”, recordaban esta semana en su piso del barrio del Raval, muy cerca del barranco. El edificio huele a pintura y el ascensor, un año después, acaba de volver a funcionar. Desde el balcón, se ve la calle de la casa de la madre de ella, Isabel Ferrandis, fallecida esa tarde con 92 años en la misma casa en la que había sobrevivido a la riada de 1957.
El barranco del Poyo se desbordó también por el margen izquierdo. En Alfafar, cuando el agua entró en casa, Amparo Bou, de 84 años, y sus dos hijos, María Amparo y José Ramón Asensi, intentaron salvar los muebles. La madre le pidió a María Amparo que subiera las escrituras a la segunda planta. Su hija le suplicó que subiera ella también. “En un minuto”, le respondió ella. “Mi madre me salvó la vida. Yo cogí las escrituras y, al subir las escaleras, cuando todavía no había llegado al piso de arriba, oí un sonido que parecía un trueno”, explica María Amparo. La riada había roto una pared de la cocina. El hermano pudo colgarse de una puerta de la habitación donde estaba su madre y se salvó. La madre murió.
Muchos ancianos que con los años han acondicionado las plantas bajas de sus casas —un dormitorio, un pequeño baño, una salita de estar— para no tener que subir escaleras con la vejez, mueren desamparados. En Alfafar, en Benetusser, en Massanasa. Paiporta (37 muertos) y Catarroja (24) son localidades más grandes y más densas: los bloques de pisos han ido comiendo terreno, urbanizando los arrabales y descampados, hasta el borde mismo del barranco. Y a diferencia de otras riadas históricas, esta vez hay cientos de miles de coches, que añaden tapones y trampas a la tromba de agua.
En el Cecopi se demoran una hora en discutir si envían o no la alerta masiva a móviles, si lo hacen a toda la provincia o si acotan la alarma a determinados municipios. En esa hora, el 112 recibe más de mil llamadas. Mazón sigue sin aparecer.
Fallecidos en garajes
20:11
Se manda la alerta a los móviles. Al menos 156 personas habían muerto y otras 37 estaban en situación crítica
A las 20.11 llega a los móviles este mensaje: “Alerta de Protección Civil por las fuertes lluvias. Como medida preventiva se debe evitar cualquier tipo de desplazamiento. Estén atentos a futuros avisos”.
Al menos 156 personas habían muerto antes de las 20.11 y otras 37 estaban ya en una situación extremadamente crítica. En total, 193 de 229. El 84% de todas las víctimas.
Se habían registrado más de 15.943 llamadas al 112.
El mensaje llegó tarde, y llegó mal, según la jueza que investiga el caso, Nuria Ruiz Tobarra. Llegó mal incluso para algunas de las 229 víctimas que aún a esa hora estaban vivas.
En el barrio de La Torre, dentro de la ciudad de Valencia, el mensaje de alerta sorprendió a Adrián, un joven vecino, y a su hermana, en el garaje del edificio donde vive él. Ella se asusta tanto que pide a su hermano salir de allí. “Adrián, hay que subir a casa”, se le oye decir en un vídeo. Un vecino con el que se cruzan se queda en el aparcamiento con su mujer y su hija. También una pareja de veinteañeros, y Rubén Lima, policía local. La alerta solo habla de evitar desplazamientos, nada de quedarse en pisos altos. Los seis quedan atrapados.
El último whatsapp que Rubén escribe a su padre dice: “Esto está muy jodido”. Pocos minutos más tarde, a las 20.50, la riada revienta la puerta del garaje y se lleva para adentro a una mujer que camina por la acera en ese momento. Los siete cuerpos fueron recuperados al día siguiente.
Carlos Mazón llegó al Cecopi después del envío de la alerta, a las 20.28. Pasadas las 21.30, compareció en la televisión pública valenciana y leyó unos “consejos fundamentales”. Básicamente este: “Suban a los lugares más altos, más próximos y más seguros”. De poco, o de nada, servía ya. Más de 200 personas habían fallecido. En total, 229. Esta semana, apareció el cuerpo de José Javier Vicent Fas en Manises, a más de 60 kilómetros de donde desapareció hace un año. Dos personas continúan desaparecidas.


