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24 horas con el candidato (III): Ángel Gabilondo, la campaña anómala de un solitario social

El líder socialista es el más atípico por su estilo poco mediático, y porque, por su edad, es el que corre más riesgo por la pandemia y debe tener más precaución

Ángel Gabilondo, en un acto de campaña en Alcalá de Henares. En vídeo, seguimiento del candidato socialista durante la campaña.Vídeo: ANDRA COMAS | CARLOS MARTINEZ / BELÉN FERNÁNDEZ

A Ángel Gabilondo le gusta empezar el día leyendo algo, de trabajo o de lo que sea. Se levanta temprano, a las siete ya está mandando mensajes a su jefe de prensa. Antes corría unos ocho kilómetros, con la pandemia lo dejó. El día acordado para la elaboración de este reportaje tiene un acto en Alcalá de Henares, un paseo. Los socialistas locales le esperan en una plaza, mirando hacia donde pasan los coches, y su llegada ya dice mucho: sale por donde menos se le espera, por detrás, andando, como de incógnito. Los periodistas le llaman para contarle lo que dice el CIS, que acaba de salir: podría haber mayoría de izquierdas. Se le escapa un “no puede ser”. Le dejan un móvil para que lo vea él mismo:

—¿Cómo lo ve?

—Con letra pequeña.

Se refiere al tamaño de la escritura, no a los detalles. El humor es un rasgo sutil de Gabilondo, pero generalmente está en la letra pequeña. “Hay partido”, concluye satisfecho pero serio. Gabilondo es serio, es redundante decirlo, pero es lo que transmite hasta en un momento informal. Se pone a caminar, comentando el debate del día anterior. Enfila la calle Mayor, con gente de compras, que sale de tomar un café. “Siga así que a educado no le gana nadie”, le dice una mujer. Él da las gracias con educación: “Mucho gusto en saludarles”, un tipo de expresión muy pulcra que quizá no use ningún otro candidato. Habla con dos chicas y les dice que hay que ir a votar. Pero ni siquiera lo pide para él: “Lo que cada uno crea en conciencia, lo que sea, pero hay que ir a votar”.

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No es que le paren mucho, como si todo el mundo fuera consciente de su idiosincrasia, y él tampoco se detiene, no le sale natural forzar las situaciones para salir en la tele. A mitad del recorrido le han preparado una. Es un banco con sendas esculturas de Don Quijote y Sancho Panza, frente a la casa natal de Cervantes, y él se sienta en medio. Le hacen fotos, pero dura allí exactamente 13 segundos y se levanta: “Bueno, ya está, que no quiero hacer numeritos”. Esa es la filosofía de Gabilondo. Marca su campaña. Su equipo declinó la invitación de este diario a seguirle 24 horas de cerca, por mucho que se insistió, al menos una foto comprando el pan, o aunque fuera leyendo un libro. Nada. En una charla personal admite que el circo mediático le cuesta, pero sí que le gusta mezclarse con la gente: “En mi escala de valores lo primero no es lo que me gusta, ni lo que me apetece, sino hacer lo que debes. Me gusta más la relación cercana, próxima, la conversación, que el show televisivo, pero no hay muchos espacios de conversación. Me gusta el trato con las personas, estoy en mi salsa. He nacido en una familia de nueve hermanos, éramos una comunidad, aprendimos a compartir las cosas, a hablar juntos, a que siempre había otros cerca. Iñaki, un hermano mío, dice que soy un solitario social, no sé qué quiere decir, que lo explique él”.

Hay otro motivo de peso para limitar los contactos: tiene 72 años y no está vacunado. Esto le convierte en un candidato aún más atípico, es el que corre más riesgos con la campaña. Cualquier médico que le siguiera estaría un poco de los nervios. “Sí, me dicen que tenga cuidado, y lo tengo, pero también sé que es lo que me corresponde hacer. El día que me llamen para vacunarme, iré”. Su campaña tiene algún mitin, actos telemáticos, está muy medida. Después de Alcalá se irá a la sede del PSOE, en la calle Ferraz, y ya se pasará la tarde preparando el debate del día siguiente en la SER.

La siguiente parada es una librería, pero dice que si entra con tanto periodista prefiere no entrar. Se pacta que vaya un grupo reducido y pasa a hablar con el dueño. Se nota que le incomoda lo que tiene de puesta en escena, porque disfruta realmente de la conversación con el librero. La prensa intenta aprovechar ese mínimo momento de color, así se llama en el oficio lo que no es aburrido, y le piden que se pasee un poco mirando libros. Lo hace a regañadientes. Intentan sacarle algo personal con la excusa del día del libro:

—¿Sabe qué libro va a regalar mañana?

—Sí, sé.

Ninguna concesión a la anécdota. Gabilondo no es que quiera gobernar en serio, es que ya hace la campaña muy seria. No cree en los numeritos, confía de forma ciega, tal vez suicida, en el poder de la palabra. Alaba un libro que ve por allí, El sujeto inesperado, (Fronterad) de Francisco Caballero y Maite Larrauri. Comenta que la conoce porque él también trabajó mucho sobre Foucault, un comentario que es la antítesis de un tuit y que si se difundiera arruinaría cualquier carrera política. Se le empañan las gafas a cada rato, y tiene que limpiarlas. También es el único candidato con gafas, todo le hace distinto, sin que esté claro hasta qué punto es una ventaja o un inconveniente.

Llega el momento de hablar y saca dos folios doblados en cuatro que mira solo un momento antes de empezar. Luego los estruja en la mano izquierda mientras mueve la derecha con la palma hacia dentro, un movimiento también antiguo. No hay índices apuntando, ni puños, ni coreografía de manos. No eleva la voz. Explica. ¿Funciona esto? La verdad es que ganó las elecciones hace dos años. Él confía en la palabra. “Sí, las palabras que decimos tienen mucha capacidad de llegar a los demás, y las que callamos también, la actitud que uno tiene. Se puede estar en una actitud de superioridad, hay que ser lerdo, para creerse que eres alguien. La palabra es también nuestra forma de vivir, de estar. Lo mejor para hacer campaña electoral es ser como eres tú”.

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