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POLÍTICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mejor llevarnos bien, aunque nos llevemos fatal

Es fácil entender los esfuerzos del gobierno tripartito autonómico por superar las diferencias que les acompañan: enfrente se abre el abismo por la ausencia de mayorías absolutas

Amparo Tórtola
Mesa Consell Generalitat Valencia
El presidente de la Generalitat Ximo Puig y la vicepresidenta Mónica Oltra. tras una reunión en el Palau el 12 de enero.Mònica Torres

Durante semanas las disensiones dentro del Gobierno del Botánico han colonizado el debate político en la Comunidad Valenciana, con la pandemia y sus brutales consecuencias como telón de fondo

Visualizada la crisis en el distanciamiento entre el presidente del Consell, Ximo Puig, y su vicepresidenta, Mónica Oltra, hemos asistido a una escalada del ímpetu verbal de la líder de Compromís, afanada esta en denunciar un estilo de gobernar, el de Puig y el PSPV-PSOE, impropio de quien, sin mayoría absoluta, precisa de sus socios en el Consell para llevar a buen puerto cualquier iniciativa que exija mayoría en la cámara autonómica y consenso en el seno del Gobierno del Botánico.

Ximo Puig ha evitado en esa etapa entrar al combate cuerpo a cuerpo con su número dos, y se ha esforzado en afianzar su imagen de político accesible, cercano, ajeno a excentricidades y volcado en la lucha contra ese enemigo microscópico que suma cerca de 7.000 víctimas mortales en la Comunidad Valenciana.

La respuesta al enfado explícito de Oltra llegaba por boca de los costaleros socialistas que ofician la vieja ceremonia de desacreditar al contrario desde diversos púlpitos. La fontanería de toda la vida, vamos. La batalla entre ambos socios del Consell alcanzó una enjundia notable con el traslado a las redes sociales de las diferencias. Los costaleros no son patrimonio exclusivo de un partido, proliferan en todas las formaciones políticas y antes generan conflicto que aportan soluciones.

Mientras, la crisis política en la coalición del Gobierno valenciano iba sumando nuevos capítulos. El de mayor gravedad residió en las discrepancias públicas sobre las medidas restrictivas a implantar para contener el avance del coronavirus, a las que se sumó Unidas Podemos (UP) con la propuesta de un confinamiento similar al de hace ahora un año, muy alejada de la templanza exhibida desde Presidencia.

Puig echaba gasolina al incendio al dispensar a Toni Cantó, líder de Ciudadanos (C’s), un trato deferente, llamativo en tanto que no encontraba un momento en su agenda para cerrar un encuentro a dos bandas con Mónica Oltra: mientras daba oxígeno a Cantó y restaba estatus a Bonig como líder de la oposición, alentaba la lectura de que bien podría prescindir de Compromís si contaba con el apoyo de Cantó y su grupo parlamentario.

Las aguas retornaron a su cauce cuando Puig y Oltra, por fin, se reunieron y alcanzaron el acuerdo de incrementar la llamada cogobernanza mediante gestos como reactivar la comisión interdepartamental creada para analizar y decidir sobre asuntos pandémicos, con reducida actividad durante meses.

En estos momentos la convivencia entre los principales socios del Consell ha entrado en una etapa de aparente normalidad que podría resumirse en vamos a llevarnos bien, aunque nos llevemos fatal.

Oltra y Puig dialogan con frecuencia y tratan de reconducir las fricciones que se siguen produciendo en el día a día. El objetivo de ambos es evitar que la degradación política a la que se llegó a finales del pasado año vuelva a producirse, conscientes de que se necesitan si aspiran a seguir gobernando en la Comunidad Valenciana. Por utilizar la metáfora empleada hace unos días por Pedro Sánchez para referirse a las tensiones con su socio de gobierno, Pablo Iglesias, han “bajado los decibelios”, aunque el ruido de fondo no ha desaparecido.

Los resultados de las elecciones catalanas han perfilado un escenario político con ciertas tendencias, ya sugeridas en las vascas y gallegas, que próximas demoscopias se encargarán de confirmar. La primera, la fortaleza electoral de Vox. En dos años, los de Santiago Abascal han pasado de ser una fuerza extraparlamentaria a situarse como tercer grupo político en el Congreso de los Diputados, contar con representación en todos los parlamentos autonómicos, salvo el gallego, prestar soporte a gobiernos como el andaluz, murciano, y madrileño, y sostener ejecutivos municipales como el de Alicante. En la Comunidad Valenciana, Vox se acercó al medio millón de votos en las últimas elecciones generales, adelantando en respaldo electoral a Unidas Podemos, Compromís y Cs. Existe preocupación en el Botánico por el progreso de Vox, su incierto techo electoral, y la posibilidad de que vaya en aumento si el PP en la Comunidad Valenciana no logra retener el voto de sus electores.

La segunda tendencia, la acelerada descomposición de la formación liderada por Inés Arrimadas que amenaza con convertir a Cs en un actor político irrelevante, desposeído de valor electoral y alejado del papel moderador, bisagra, al que nunca debió renunciar. Sin embargo, ese espacio electoral que pudo ocupar sigue ahí, conformado por votantes que se sienten huérfanos y sin unas siglas con las que identificarse. La abstención, como se ha visto en Cataluña, llama a su puerta, pese a los esfuerzos del PP y el PSOE por atraerlos.

Aplicadas estas tendencias a la Comunidad Valenciana, es fácil entender los esfuerzos del gobierno tripartito autonómico por superar las diferencias que les acompañan. Enfrente se abre el abismo conformado por la ausencia de mayorías absolutas y un centro derecha amenazado por la división y susceptible de ser superado por una opción populista que se alimenta de sus votantes enojados. Suficiente aliciente para llevarse bien aunque se detesten y la susceptibilidad marque el signo de las relaciones entre sus integrantes.

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