¿Dónde están las recetas políticas valencianas?
Estamos hastiados de escuchar que el modelo productivo presenta flaquezas y losas que se traducen en una baja productividad, ¿qué alternativas se plantean?
Con las limitaciones derivadas de la pandemia por la covid-19, en estos días se debe estar llevando a cabo el trabajo de campo -en torno a 6.000 encuestas domiciliarias- cuyo posterior tratamiento permitirá al Gobierno autonómico disponer de un valioso material demoscópico para conocer el grado de satisfacción de los valencianos con la gestión del Consell y poder delinear las políticas futuras, ajustando estas a las inquietudes de los ciudadanos.
El sociólogo y periodista Ignacio Ramonet explicaba en un reciente artículo publicado durante el estado de alarma que, en el ámbito de las ciencias sociales, se denomina “hecho social total” a aquellos acontecimientos que agitan “al conjunto de las relaciones sociales, y conmocionan a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores”. Así ha sucedido con la pandemia y sus derivaciones. Parece apropiado, por tanto, que el ejecutivo valenciano disponga de herramientas que le auxilien en la no siempre fácil tarea de leer e interpretar el entorno y las expectativas ciudadanas, más tras un hecho social total cuyas consecuencias negativas se multiplican en todos los ámbitos y suponen un reto para su abordaje.
Esta misma semana hemos sabido por boca de representantes del sector turístico que la temporada estival en la Comunidad Valenciana está siendo “desastrosa”, pese a que los datos epidemiológicos que se registran aquí no revisten, al menos de momento, la gravedad que están alcanzando en otros puntos de la geografía española. Contrastada la gran exposición que la economía valenciana tiene a la industria turística, asusta pensar en la próxima actualización de la Encuesta de Población Activa (EPA) y en los datos trimestrales del Producto Interior Bruto (PIB) que se darán a conocer antes de que acabe el mes.
Todo apunta a que el otoño va a ser caliente, de verdad, en lo social y económico: el 30 de septiembre acaba la ampliación de los ERTE y muchas empresas valencianas con actividad reducida desde hace meses no podrán resistir por más tiempo. Sustraerse al discurso apocalíptico no conjura la realidad: miles de puestos de trabajo están amenazados.
Escuchar en Plaza Radio al vicepresidente ejecutivo de la Agencia Valenciana de Innovación (AVI), el ex consejero socialista Andrés García Reche, sobrecoge. Dice Reche que desde hace un siglo España no ha hecho “esfuerzos razonables por invertir en innovación” lo que nos sitúa, como país, en una posición “irrelevante en el contexto internacional”. Redondea su dictamen con una sentencia demoledora: “No hay visión estratégica en este país desde hace 200 años”. Con la lucidez que le caracteriza, el vicepresidente de la AVI repite el mantra que viene defendiendo desde hace años: “O el modelo productivo da un cambio o ya me contarán de qué vivimos”.
Eso. Que nos cuenten. Estamos hastiados de escuchar que el modelo productivo valenciano presenta flaquezas y losas que se traducen en una baja productividad, con actividades que generan escaso valor, un tamaño empresarial reducido (Pymes), altas tasas de temporalidad en el empleo y un esfuerzo en I+D inferior al de la media española.
Hecho el diagnóstico, ¿dónde están las soluciones prácticas, no teóricas, para exorcizar el desastre? ¿Cuál es la visión estratégica que los políticos valencianos tienen para el territorio sobre el que gobiernan o aspiran a hacerlo? Carlos Mazón, presidente de la Diputación de Alicante y, desde ayer, líder del PP en esta provincia -veremos si con mayores aspiraciones- defiende el modelo económico de sol y playa en un revival muy de los 90′.
Con la celebración de las elecciones gallegas y vascas -pendientes aún los comicios catalanes- se clausuró el pasado domingo un ciclo que da paso a un periodo de dos años, salvo imprevistos, de tranquilidad electoral. Los partidos aprovecharán el tiempo hasta las próximas convocatorias para reordenar sus estructuras internas, renovar liderazgos y construir relatos con los que retener a sus parroquias, seducir a las ajenas o convencer a los indecisos. Será el momento de extender sus recetas, esa visión estratégica que proyecte el futuro de la Comunidad Valenciana, un futuro que navega desde hace años entre la California del sur de Europa y la Finlandia del Mediterráneo. Sin demasiado éxito a la vista de los resultados.
En la Comunidad Valenciana, salvo Podemos, que ya ha cumplido con la tarea, el resto de formaciones políticas deberá afrontar esos procesos durante los próximos meses, en un contexto de gran inestabilidad, volátil y, mucho nos tememos, altamente polarizado en sus posiciones políticas, pese a las ansias de consenso que reclama la ciudadanía y reflejan los informes demoscópicos.
Todo lo que era sólido (Seix Barral. 2013) es el título de un ensayo firmado por Antonio Muñoz Molina, una melancólica reflexión auspiciada por la Gran Crisis de 2008 en la que el autor medita sobre “todo lo que nos parecía sólido y ahora, asombrosamente, vemos en peligro”. Sirvan el título y la reflexión para que los responsables del Consell atinen a interpretar correctamente los resultados de los estudios encargados y acierten en sus recetas. Porque no hay nada seguro. Ninguna futura batalla electoral está ganada de antemano. Aunque las posiciones actuales parezcan sólidas.
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