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Longevidad: el nuevo gran símbolo de estatus

Lo que antes se creía un equilibrio entre la lotería genética y el estilo de vida, se vive hoy como una carrera de privilegios que permite adelantar diagnósticos, detener procesos y revertir daños, y se paga a precio de oro

Digámoslo cuanto antes: ser viejo no es, desde luego, un símbolo de estatus. Vivimos en una sociedad donde a partir de los 50 años el valor de todo cae en picado, pero donde también, paradójicamente, la lucha por alargar los límites de la vida intentando revertir la edad biológica se ha convertido en la última religión. Se llama longevidad.
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Digámoslo cuanto antes: ser viejo no es, desde luego, un símbolo de estatus. Vivimos en una sociedad donde a partir de los 50 años el valor de todo cae en picado, pero donde también, paradójicamente, la lucha por alargar los límites de la vida intentando revertir la edad biológica se ha convertido en la última religión. Se llama longevidad.

Sus seguidores tienen todo lo que se necesita para alimentar un credo: una palabra divina, longevidad o longevity —el término en inglés coloniza el marketing digital—; una métrica aspiracional: 120-150, el número de años que, según varios estudios, el último publicado en Nature, marcan los límites de la vida humana; una doctrina: la filosofía Don’t Die (No te mueras), fundada por el biohacker Bryan Johnson con la ambición de ser “la ideología más influyente del mundo en 2027”; un enemigo común: la muerte, “única causa capaz de unir a toda la humanidad” (también palabras de Johnson). Su mesías, que podría ser el propio Johnson, pero también el genetista de la Universidad de Harvard David Sinclair o, incluso, el tecnocapitalista Peter Thiel. Cualquiera de ellos seguidos por sus apóstoles, una élite dispuesta al sacrificio y a ser conejillo de Indias de los nuevos procedimientos.

Se necesita además una biblia o un cuerpo teórico; en 2024 se publicaron casi 6.000 papers de longevidad en PubMed, cinco veces más que hace dos décadas, y, por último, se requiere de un dios, en este caso una tecnología que escupe métricas y analíticas de casi todo sin que casi nadie cuestione su veracidad. Los devotos de la longevidad se someten temerosos a una resonancia de cuerpo completo del mismo modo que los primeros cristianos se arrodillaban ante la cruz. La diferencia es que la nueva fe es bastante más cara.

El deseo de una vida eterna es tan antiguo como la humanidad, pero la longevidad, que antes se creía un equilibrio entre la lotería genética y el estilo de vida, se vive hoy como una carrera de privilegios que permite adelantar diagnósticos, detener procesos y revertir daños. Y todo esto se cobra a precio de oro.

Un informe de las consultoras The Future Laboratory y Together Group analizó cómo la longevidad y el lujo han acabado formando un tándem. Los expertos creen que el primer paso fue crear el deseo, y para esto había que conseguir que la longevidad se convirtiera en un concepto pop. En esta fase, según los expertos, fueron cruciales dos documentales de Netflix: No te mueras: El hombre que quiere vivir para siempre, que hizo popular al biohacker Brian Johnson, y Vivir 100 años: Los secretos de las zonas azules, que mostraba las cinco zonas del mundo donde existe más población centenaria. Con estos productos se cubrieron los dos enfoques del asunto: el futurista y distópico y el que sugiere volver a una vida sencilla con buena alimentación, ejercicio y conexiones sociales de calidad.

Al sujeto controlador y competitivo que mide cada uno de sus signos vitales y confía en la tecnología sobre todas las cosas le seduce más la idea de hackear los destinos de la naturaleza con inyecciones de vitaminas y transfusiones de plasma. Cuenta el Financial Times que en los centros financieros de Londres y Nueva York ya no se presume de estar muy ocupado, o de las millas acumuladas en varias aerolíneas, sino de las ocho horas de sueño registradas por el anillo Oura, o de los minutos aguantados en una sesión de crioterapia.

El informe de The Future Laboratory asegura que se consolida la idea de que la mejor inversión es uno mismo y su calidad de vida. “Esto convierte los procedimientos relacionados con la longevidad en un símbolo de estatus”, dice el documento. La consultora detecta “un nuevo paradigma de lujo transformacional” que explicaría por qué muchas marcas están cambiando la palabra wellness por longevidad, incluso en sus denominaciones. Lo que antes eran una clínica de bienestar o un retiro ahora es un resort de longevidad. “Estamos pasando del bienestar, una táctica de disfrute efímero sin prácticamente ningún valor añadido, a una estrategia de salud personalizada a largo plazo”, expone el doctor Vicente Mera, responsable de la Unidad de Envejecimiento Saludable de SHA, una clínica de lujo de Alicante que ahora se publicita como Master of Longevity.

Paz Torralba dirige The Beauty Concept, un conglomerado de belleza que gestiona el spa del Mandarin Oriental Ritz de Madrid y por donde han pasado desde Anna Wintour hasta Joaquin Phoenix. Aunque no se plantea sustituir la palabra beauty por un término más clínico, sí ha tenido que cambiar la logística de sus servicios para introducir analíticas complejas y fórmulas magistrales de sueroterapia personalizadas. “La gente quiere cuidarse de verdad y demanda tratamientos más complejos, por eso hemos abierto una unidad de Medicina Regenerativa y Longevidad que abarca todos los parámetros que se pueden medir en el cuerpo humano, e incluye, entre otros servicios, un pack antiinflamatorio que mide la histamina, el cortisol y la permeabilidad del intestino. Todas las pruebas se analizan en un laboratorio en Sevilla, un organismo público que es el único que interpreta ese tipo de analíticas”. Paz busca un local más grande en Madrid para abrir una clínica de longevidad. El actual se le ha quedado pequeño.

El donde curiosamente abundan más mileniales y zetas que boomers, no quieren hacer demasiados actos de fe y buscan terapias respaldadas por la evidencia científica cuyos resultados puedan constatarse a corto plazo. “No todos están dispuestos a esperar medio siglo para comprobar si unos suplementos cumplen o no sus promesas”, apuntan sus autores.

Los críticos dicen que hay demasiada ansiedad por liderar el mercado y eso provoca que la eficacia de muchas terapias y máquinas solo esté avalada por los estudios de sus fabricantes. Las declaraciones de Joel Huizenga, CEO de Egaceutical, una start-up que ha creado una bebida a base de agua que afirma revertir la edad celular son, en este sentido, paradigmáticas. “No trabajamos con ratones de laboratorio, trabajamos con multimillonarios”, dijo a la edición estadounidense de Vanity Fair, presumiendo de clientela ultrarrica y entregada como si eso justificara la ausencia de estudios bien diseñados en un número representativo de individuos.

Timothy Caulfield, profesor del Instituto de Derecho Sanitario de la Universidad de Alberta, en Canadá, lleva varios años investigando la evolución de la desinformación en cuestiones de salud. En sus investigaciones ha notado “un cambio cultural” en el acercamiento a la salud y particularmente a la longevidad. “Pero creo que es el mismo ruido empaquetado en un nuevo concepto”. Caulfield menciona una práctica de biohacking muy popular en TikTok, el cold plunge (sumergirse varios minutos en una bañera con trozos de hielo). “Es una práctica extrema que algunos estudios preliminares sugieren que podría tener un impacto en el sistema inmune, pero no hay ninguna evidencia de que alargue la vida. La gente lo hace, se siente renovada, pero la promesa del cambio biológico no está probada”, explica.

Caulfield señala que el bum de la longevidad es “muy masculino”, y destaca el surgimiento del influencer de la longevidad, una figura que triunfa en TikTok pero también escribe libros, en teoría para vivir más. “En realidad venden otra cosa; prometen el éxito personal y profesional, tener abdominales definidos y una vida sexual activa. Todo eso entra en el concepto de optimización de la vida, una obsesión para mucha gente, pero sin relación directa con la longevidad y sí con la presión social, que es una herramienta más de marketing”.

Los aspirantes a biohackers no tienen una vida fácil si intentan lidiar con uno de los problemas de esta industria: el conflicto entre numerosas teorías que se contradicen entre sí. Las investigaciones del geriatra italiano Luigi Ferrucci sugieren que la clave para vivir más está en la mitocondria, la reserva de energía de la célula; el investigador canadiense Peter Attia sostiene que el músculo es el órgano de la longevidad, y el maestro de budismo tibetano Tenzin Wangyal Rinpoche anima a renunciar al gimnasio y a la dieta sana para concentrarse en lo único importante: dormir ocho horas diarias.

Y aunque no se sabe cuál de todas esas estrategias es la clave para alargar la vida, científicos de las universidades de Oxford y Harvard sí han calcu­lado exactamente cuánto valdría ese avance científico. Según el estudio, publicado en 2021, un descubrimiento que consiguiera alargar una década la esperanza de vida valdría 367 trillones de dólares. Y, como dice el profesor Caulfield, el día que suceda, lo sabremos.

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