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Maestros de lo imposible

En el sistema educativo español debería incluirse un viaje a los campamentos saharauis: aprenderíamos muchísimo

Llevamos meses hablando (más o menos) del horror de Gaza, sin lograr gran cosa. Hablamos mucho menos de las tragedias de Sudán y Myanmar, ríos de plomo de dolor que prosiguen su lento curso entre las sombras. Pero de lo que nunca nos acordamos, aunque la responsabilidad española es esencial, es del drama saharaui. El próximo 14 de noviembre se cumplirá m...

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Llevamos meses hablando (más o menos) del horror de Gaza, sin lograr gran cosa. Hablamos mucho menos de las tragedias de Sudán y Myanmar, ríos de plomo de dolor que prosiguen su lento curso entre las sombras. Pero de lo que nunca nos acordamos, aunque la responsabilidad española es esencial, es del drama saharaui. El próximo 14 de noviembre se cumplirá medio siglo de la firma del infame Acuerdo Tripartito de Madrid, mediante el cual España se marchaba del Sáhara y abandonaba a su suerte a sus pobladores, tras dividir la tierra entre Marruecos y Mauritania como quien divide un rebaño de ovejas. Muchos saharauis salieron huyendo del ejército y los bombardeos marroquíes y se establecieron en Tinduf, al sur de Argelia, en la hamada, una zona especialmente inhóspita del desierto. “Que te destierren a la hamada”, reza una antigua maldición saharaui. Y ahí llevan 50 años, atrapados en su infierno personal. He estado un par de veces en los campamentos y es un lugar brutal y desolado. La temperatura puede alcanzar los 56 grados, pero también soportan noches heladoras. No hay agua, tienen que traerla con camiones, pero a veces sufren catastróficas inundaciones (las de 2015 destruyeron el 60% de las casas). Las frecuentes tormentas de arena arrancan las recalentadas chapas que sirven de techo y se las llevan volando como cuchillas. En esos sedientos y yermos pedregales en los que apenas pueden aguantar los alacranes ya han muerto y nacido varias generaciones de saharauis. Ahora mismo malviven ahí 173.000. La mayoría dependen para subsistir de la ayuda internacional, que cada día es menor. En 2024, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU redujo un 30% la canasta de alimentos básicos de los saharauis, y las ONG denunciaron que los refugiados de Tinduf estaban al borde de una tragedia humanitaria; había una elevadísima tasa de anemia y más de la mitad de los niños menores de cinco años sufrían desnutrición. No quiero ni pensar a qué lento matadero les pueden conducir los actuales recortes de Trump.

Cuento todo esto y me indigno, y sufro, y aborrezco el olvido en el que viven, pero también me maravillo y embeleso por su resistencia, su vitalidad, su adaptabilidad, su inteligencia. En el sistema educativo español debería incluirse un viaje obligatorio a los campamentos: aprenderíamos muchísimo. Son capaces de crear vida, vida bella y buena, de la nada. Porque el entorno demoledor de los campamentos, feroz e inhumano, sigue originando sin embargo a unos seres humanos maravillosos. Como, por ejemplo, Tateh Lehbib, un saharaui de 35 años nacido en la hamada. A los 12 años tuvo que abandonar a su familia para poder estudiar en Argel; con becas de ACNUR y Erasmus cursó Ingeniería y Energías Renovables, y después hizo un máster en Eficiencia Energética en Las Palmas de Gran Canaria. Tras las inundaciones de 2015 regresó a la hamada con un proyecto de construcciones eficientes en zonas desérticas. Con fondos de ACNUR diseñó y levantó 25 viviendas en los campamentos arrasados. Están hechas con botellas de plástico rellenas de arena a modo de ladrillos, se pueden construir en una sola semana y diversas soluciones técnicas las hacen más frescas y también más seguras frente a las tormentas de arena y las inundaciones. Esas casas dieron a conocer su nombre a nivel mundial en el sector y le permitieron acometer su siguiente proyecto: SandShip, un centro en Tinduf, un laboratorio en el que “imaginar y construir soluciones sostenibles en condiciones de extrema dificultad”, combinando “los saberes nómadas saharauis con creatividad, reciclaje y compromiso social”. Verás, todo esto puede sonar a palabrería bonita y vacua. Pero es que los campamentos son de verdad extremos. Es que allí de verdad no hay nada. Y, en ese agujero de nada abrasadora y sin futuro, Tateh y los demás luchan, inventan, crean belleza y esperanza. Son maestros en lograr lo imposible. El último proyecto de SandShip consiste en que una serie de artistas multidisciplinares desarrollen piezas únicas de arte y diseño que luego serán elaboradas en los campamentos y exhibidas en foros internacionales. Lo cual servirá para visibilizar la causa saharaui y para fomentar redes artesanales sostenibles en Tinduf. Viven en el más absoluto desamparo, pero con tenacidad y creatividad cambian el mundo. Yo quiero que nuestro próximo presidente del Gobierno sea una saharaui.

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