Tener la fiesta en paz
El poder del dinero es esencial en la tela de araña del machismo… Que ella tenga que pedirle hasta para comprarse una aspirina
He podido ver con anticipación la miniserie Querer, creada, dirigida y escrita por Alauda Ruiz de Azúa (la autora de la hermosa película Cinco lobitos). Se emitirá en octubre en ...
He podido ver con anticipación la miniserie Querer, creada, dirigida y escrita por Alauda Ruiz de Azúa (la autora de la hermosa película Cinco lobitos). Se emitirá en octubre en Movistar Plus +, tiene cuatro capítulos y es extraordinaria, un sobrio y taladrador escáner de la brutalidad del sexismo. O sería mejor decir: de la normalización de la brutalidad del sexismo. Una mujer se separa de su marido tras 30 años de matrimonio, con dos hijos varones ya mayores, y decide denunciar a su pareja por violencia de género, con abusos que incluyen 20 años de violaciones sexuales. No estoy destripando la serie: este es el planteamiento inicial. Ante el aldabonazo de la denuncia, nadie entiende nada. Ni sus hijos, ni sus conocidos. ¡Pero si era una pareja tan normal! Hombre, ¿que él tiene carácter? Pues como todo el mundo. ¿Que una Nochevieja estampó un vaso contra una pared? Estaban todos bebidos. Como dice el abogado del marido, él es una persona amable, educada, buen padre. Ella tiene que estar loca, comenta la gente; está deprimida, en tratamiento psiquiátrico. El hombre escenifica su dolor, su afrenta, su incomprensión ante la denuncia: ¡pero si yo lo único que he hecho ha sido trabajar por vosotros, protegeros, quereros! Se siente genuina e injustamente atacado. Se considera el mejor de los maridos. Quiere recuperarla, dice que la perdona, que la ama. Alguna vez amenazó con suicidarse, tanto la ha querido. Y jamás la ha pegado, eso es cierto. Nunca le ha puesto la mano encima, pero ella le tiene terror. Hay una escena maravillosa en la que se te ponen los pelos de punta, aunque no haya ni la menor violencia. Pero qué miedo da.
Con formidable contención, la serie habla de un tipo de abuso tan habitual, tan admitido, que resulta invisible. Muchas mujeres han conocido tipos así. Son expertos manipuladores, gente tóxica. Yo misma tuve mi ración a los 24 años. Era latinoamericano, sin papeles, exiliado por su militancia izquierdista; consiguió, no sé cómo, que me sintiera culpable, una europea egoísta y poco comprometida con la construcción de un mundo mejor. Yo llevaba trabajando cinco años, viviendo sola cuatro, quiero decir que no era rematadamente ingenua ni tonta. Y, aun así… La primera vez que me insultó en público me dieron ganas de mandarlo a la mierda, pero me reprimí, con gran esfuerzo, por esa sensación de culpa: yo estoy en mi país, tengo trabajo, amigos, familia, y él no tiene nada y está hecho polvo. Seis meses después, cuando me insultaba ya no me sentía capaz de contestar. Te comen por dentro, como las termitas. Me alejó de mi familia y mis amigos (el aislamiento es el primer síntoma por el que se debe salir corriendo), y jamás me puso una mano encima, pero yo le tenía pavor. Temía que si lo dejaba me matase. Supuestamente estaba enamoradísimo de mí: ese es otro de los avisos de peligro, esos alardes de amor, como el del marido de la serie de Alauda, o como el caso del expresidente de Argentina Alberto Fernández, acusado de maltrato por su expareja (en este caso con supuestas palizas), que al parecer le mandaba wasaps en los que amenazaba con suicidarse. En cuanto a mí, al fin conseguí librarme de aquel tipo al cabo de un año; quedé para romper en una cafetería llena de gente, por si acaso.
La historia que refleja Querer es demasiado común. Ese marido tan dicharachero con los amigos que aísla a su mujer hasta el punto de hacerle cortar con su familia e impedirle ir al funeral de su madre; que la obliga a practicar sexo incluso con lesiones vaginales. Que, teniendo un sueldo formidable, es mísero con la cantidad que le da. Ah, el poder del dinero es esencial en la tela de araña del machismo… Que ella tenga que pedirle dinero para todo, hasta para comprarse una aspirina. Más la imposición permanente de la voluntad del hombre; y, si se le contraría, los castigos; insultos, puñetazos en las paredes, broncas formidables. La mujer, comida por dentro por las termitas del abuso, calla, consiente y finge para tener la fiesta en paz. Para que el infierno no empeore. No sé, todo esto que enumero ¿resuena de alguna manera en vuestros oídos? ¿Habéis visto algo así en la casa de vuestros abuelos, de vuestros padres? O, aún peor: ¿en la propia? No hace falta llegar al evidente horror de las palizas físicas. De eso ya nos hemos concienciado todos, pero hay más. Porque resulta que ese energúmeno tan normalizado y tan simpático también es un maldito maltratador.