El hotel de lujo del rey de Marruecos en Marraquech
Crónica de un fin de semana en el Royal Mansour, el nuevo abanderado turístico impulsado por el monarca. Mil artesanos participaron en su construcción. El jardín es un edén diseñado por el paisajista español Luis Vallejo
La etimología es una gran herramienta para enfrentarse a los enigmas del mundo. ¿Por qué me siento algo incómodo y estresado en mis primeras horas como invitado en un hotel más allá de las cinco estrellas y que ha sido diseñado para el máximo disfrute, la máxima relajación?
Lujo viene del latín luxus, dislocado, fuera de lugar. Su significado actual es el que dice la Real Academia Española —”Abundancia en el adorno o en comodidades y objetos suntuosos”—, pero en su raíz está esa idea de la dislocación, y así me encuentro solo en la cama de mi riad privado de 140 metros cuadrados y tres ...
La etimología es una gran herramienta para enfrentarse a los enigmas del mundo. ¿Por qué me siento algo incómodo y estresado en mis primeras horas como invitado en un hotel más allá de las cinco estrellas y que ha sido diseñado para el máximo disfrute, la máxima relajación?
Lujo viene del latín luxus, dislocado, fuera de lugar. Su significado actual es el que dice la Real Academia Española —”Abundancia en el adorno o en comodidades y objetos suntuosos”—, pero en su raíz está esa idea de la dislocación, y así me encuentro solo en la cama de mi riad privado de 140 metros cuadrados y tres plantas en el hotel Royal Mansour de Marraquech. Son las cuatro de la tarde de mi primera jornada como huésped, me han recibido con un cuscús de cordero de una calidad elevadísima; ahora debiera estar echándome una siesta mayestática y, sin embargo, no logro sosiego. Autodiagnóstico: estrés medio-bajo por lujo califal.
Todo es cuestión de costumbre. En unas horas iré habituándome. Y me contarán que con el paso de los años y de las décadas la adaptación a lo extraordinario puede llegar a ser tan natural como a lo ordinario. En este hotel hay una dama francesa que está alojada permanentemente. Vive aquí. No podré saber quién es ni intentar charlar con ella porque es una persona discreta. La huésped es amiga del dueño y promotor del Royal Mansour, el rey Mohamed VI.
Las alusiones del personal del establecimiento al monarca son escasas. A veces usan eufemismos como “la propiedad”. Explican que él no quiere quitarle protagonismo al lugar, inaugurado en 2010 y creado a iniciativa suya como joya turística y escaparate de la riqueza patrimonial de Marruecos. A finales de este año se abrirá otro en Casablanca.
Royal Mansour, un vocablo francés y otro árabe, significa literalmente “el triunfador real”. Construido de cero, ocupa unas seis hectáreas intramuros de la ciudad vieja de Marraquech. Es como una medina del siglo XXI dentro de una medina del siglo XII; está edificada, más concretamente, hacia uno de sus bordes, contra la muralla histórica en un área donde había huertos y una piscina municipal, a 10 minutos andando de la plaza Yamaa el Fna, patrimonio inmaterial de la humanidad.
La arquitectura del hotel, a cargo del estudio OBMI, está formada por un conjunto de 53 riads —tradicional casona construida alrededor de un patio— caracterizado por su sobriedad exterior, con la paleta de colores ocre-rojiza de los materiales autóctonos. Por dentro, bien al contrario y acorde a la dialéctica de la arquitectura islámica, destaca la opulencia afiligranada. Unos 1.000 artesanos trabajaron en carpintería, forja, alicatado, marquetería, tapicería, restauración de muebles…, a fin de que el hotel sea un compendio de lo mejor de los viejos oficios y una reivindicación de su potencial. “Es una maravilla. ¡Es más lujoso que La Mamounia!”, exclama un huésped belga comparándolo con otro hotel de la ciudad, el legendario La Mamounia del que Churchill sentenció que era “el lugar más delicioso del mundo”. Si viviese, el premier podría ver qué le parece el Mansour, donde como dignatario sería acomodado en el Gran Riad, un palacio de 1.800 metros cuadrados —lo más exclusivo dentro de lo exclusivo—.
El Royal Mansour, dirigido por Jean-Claude Messant (exdirector del hotel Crillon de París), tiene cinco clases de alojamiento, empezando por el riad superior, el que me corresponde, y cuyos 1.400 euros por noche suponen la base de la escala de precios del hotel. Consta de una planta baja con un patio encantador y sala de estar, una primera planta donde está el apabullante dormitorio y una azotea-terraza con pileta. Según la web del hotel, en el riad superior “la decoración seduce intuitivamente”, “el espacio privilegiado de la habitación se abre como un acogedor capullo a un baño vestido de porcelana, ónix y mármol”. “Calmados en sábanas sedosas, tus párpados brillan con una luz maravillosa”, dice y sigue: “Las sedas más delicadas se codean con las creaciones de nuestros artistas floristas”. Como huésped y periodista, lo suscribo.
La medina-hotel cubre la mitad de la superficie de la finca y la otra mitad está dedicada al jardín diseñado por el paisajista español Luis Vallejo. Es un oasis inspirado en la jardinería andalusí y en los huertos de Marraquech. Naranjos, palmeras, olivos, cedros, plantas aromáticas, flores, caminos de tierra por los que perderse, bancos donde pararse a meditar (o a mirar el móvil) y medio centenar de fuentes que aportan frescor, musicalidad y la trascendencia simbólica del agua en el islam. Aunque es un jardín relativamente nuevo, se empezó a trabajar sobre 2005, unos años antes de la apertura del hotel, tiene la hechura de uno reposado. “Cuando me dicen que parece histórico, es un halago, porque, aunque no soy un historicista que intente copiar modelos, hemos conseguido darle una atemporalidad que requirió un trabajo muy cuidadoso”, explica Vallejo por teléfono.
El paisajista cuenta que no ha tenido relación directa con el rey, aunque sabe que se le ha ido consultando todo y que ha sido clave para que se apostase tanto por el jardín. Parte del terreno que rodea el hotel podría haberse convertido en un centro comercial de lujo, dice; sin embargo, el monarca no lo quiso así. “A mí me parece una opción genial. Quizás no sea lo más eficaz desde un punto de vista económico, pero decisiones como esta son las que realmente dan valor a un proyecto. Porque ¿para qué sirve un jardín? Para nada y para mucho. Es alimento del alma. A través de la cultura es como se mide el progreso”, reflexiona Vallejo, que tiene a las afueras de Madrid uno de los museos del bonsái más valiosos de Europa y fue maestro de Felipe González en el arte ornamental japonés.
Paseando por el jardín durante el segundo día de visita, casi superado el síndrome del estrés por lujo excesivo, pienso en la representación musulmana del paraíso. Al volver hablaré con Abdul Hadi Sadoun, filólogo de la Universidad Complutense. Dirá: “En los palacios y hoteles más importantes del mundo árabe-musulmán siempre hay un jardín que simboliza la bella vida que encontrará el creyente en el más allá”. En el libro sagrado hay referencias como esta: “Pero quienes hayan creído y obrado bien, estos morarán en el Jardín eternamente” (Corán, 2.82). Como la discreta huésped francesa amiga del monarca Mohamed VI.
A nivel más terrenal, sepa que la posibilidad de disfrute del Royal Mansour no se circunscribe a quienes puedan permitirse pernoctar. Desde su origen, cuando era casi un club privado, hasta hoy, el hotel ha ido abriéndose al público para cumplir con el propósito fundamental de exhibir las maravillas y la hospitalidad de Marruecos. Sin estar alojado se puede acceder a los restaurantes. Dos de ellos, La Grande Table Marocaine y La Table, están desde esta primavera bajo la dirección de la chef francesa Hélène Darroze, con seis estrellas en la guía Michelin. También se puede usar el spa o pagar por un pase de un día a la piscina del jardín. Todo ello caro, pero no exorbitado.
No como la visita al desopilante conjunto arquitectónico creado en Marraquech por el mítico perfumista Serge Lutens (Lille, 1942), vecino de la ciudad. Quienes están alojados en el Royal Mansour pueden participar en una visita guiada por unos 700 euros por pareja. La cifra es desconcertante, sí. Dicho eso, añadamos que el lugar que ha concebido Lutens a lo largo de 44 años de obra, una obra que no tiene intención de rematar, es de una belleza radical. Es radical porque es el producto de un auténtico fanático, un apasionado de la belleza. Son 3.000 metros cuadrados laberínticos de corredores, patios, salones que homenajean la arquitectura y la artesanía marroquí en un despliegue estético estremecedor. O quizá el homenaje de monsieur Lutens apunte más arriba. Su mano derecha en el proyecto menciona durante la visita que su atracción por el islam es tal que contempla la posibilidad de hacerse musulmán. Uno diría que una obra como esta —que a su muerte será propiedad de la familia real de Marruecos— solo puede estar en diálogo con lo metafísico. Hasta ahora, la única manera de entrar es por medio del hotel del rey.
Otro aspecto notable del Royal Mansour es la cuantía y calidad de su personal de servicio. Son 550 empleados. Sus uniformes son diversos y diseñados con fineza, con base en la vestimenta tradicional. Son ubicuos y a la vez sigilosos, casi ocultos. Bajo la superficie del Royal Mansour hay una red subterránea de pasillos que les permite desplazarse imperceptiblemente entre las distintas partes del complejo y las habitaciones, a las que pasan por una puerta trasera siempre y cuando el huésped haya salido. Como decíamos: lujo califal, desde el principio hasta el fin. El tercer y último día, creyendo haber asimilado más o menos la experiencia, salí a la puerta para que me condujesen al aeropuerto. Apareció un Bentley. El chófer me llevó a mí solo —atónito en la parte de atrás— en un Bentley color burdeos. Condujo lento, con una suavidad balsámica.